Un anciano les cuenta una historia en una playa solitaria a sus nietos. Ellos escuchan con atención y de vez en cuando interrumpen la narración para hacer preguntas. La imagen podría ser casi idílica, si no fuera porque sucede después de un apocalipsis en forma de enfermedad que ha acabado con la mayor parte de la humanidad. El anciano es uno de los pocos supervivientes que quedan de un mundo extinguido, en gran parte incomprensible para unos jóvenes que viven de manera natural una nueva normalidad en la que los restos de la humanidad se han organizado en tribus, adoptado mil supersticiones (que no incluyen el respeto a los mayores) y convive con animales salvajes. Lo que hace el protagonista no es otra cosa que evocar la lejana civilización, cuyos evidentes restos, en forma de ruinas de edificios y ciudades están a la vista de todo, pero cuyo acervo cultural se ha ido perdiendo en pocas décadas. La narración del anciano es ante todo nostálgica de un mundo perdido para siempre: su público no entiende que se dedicara a la enseñanza y que no necesitara cazar para vivir. La tragedia no termina con los millones de muertos, sino con el final de la evolución humana hacia formas de civilización cada vez más exquisitas. El antiguo profesor siente que con su muerte se irán también sus recuerdos y, con ellos, la escasas posibilidades de restaurar el antiguo orden. El futuro pertenece a sus nietos, unos niños-salvajes que comparten con los animales la total despreocupación acerca del pasado y de lo que sucederá en el futuro. Ciertamente, la inmensa tragedia no perturba en nada a la naturaleza, que sigue su curso, eliminando fríamente a quienes no son capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias.Aunque La peste escarlata no es uno de los mejores trabajos de London, es una novela con un enorme interés, pues seguramente fue la obra literaria que inauguró el género de las grandes catástrofes planetarias. En estos tiempos de coronavirus es estimulante acercarse a lo que imaginó un gran escritor acerca de una plaga que asola a la humanidad precisamente en nuestra época, pues la epidemia de peste escarlata sucede en el año 2013. Demos gracias al hecho de que la pandemia actual, aun siendo terrible, resulte mucho más benigna que esa bacteria (que no virus, todavía no se conocían) que imaginó el autor de Martin Eden.