La Petite Chambre, Suiza 2010

Publicado el 24 marzo 2011 por Cineinvisible @cineinvisib

La vida transcurre a una velocidad vertiginosa, y aunque algunos días o semanas parecen interminables, las décadas se nos acumulan al mismo ritmo que las arrugas. De maduros pasamos a la tercera edad, y en algunos casos, hasta la cuarta edad llega antes de que nos demos cuenta. Con suerte, si no han aparecido antes, en ese momento aparecen los primeros problemillas de salud, una rodilla que nos impide desplazarnos como antes, algún que otro dolor en las articulaciones o la espalda, que nos trae a la memoria todos los años que hemos conseguido mantenernos derechos y dignos frente al mundo. Nuestra autonomía se ha volatilizado y la alternativa se presenta en forma de una residencia de ancianos, esa incierta antecámara de la muerte, que nos alejará de nuestro sofá habitual para siempre, en medio de un grupo de desconocidos, que ocupan sus últimos años en mirar a través de la ventana intentando recordar en qué momento comenzaron a ser un estorbo para la sociedad. 

Esta es la profunda impresión que siente Edmond, el protagonista de esta maravillosa historia, en su avanzada edad. Es curioso que frente al aumento considerable de la esperanza de vida en el mundo occidental, existan tan pocas películas que traten este asunto. Stéphanie Chuat y Véronique Reymond, en su primera película, lo abordan con guantes de terciopelo, delicada y serenamente, rodeadas de un fabuloso trío de actores.

Michel Bouquet, uno de los mejores actores de teatro francés, aceptó de inmediato el papel protagonista, Florence Loiret-Caille, la enfermera a domicilio que se ocupa de este anciano poco convencional y Eric Caravaca, su marido en esta película suiza, país representativo por excelencia del asilo de ancianos en que se está convirtiendo la vieja Europa.

Pero Edmond no ha dicho aún su última palabra y resistirá, con uñas, dientes y lo que sea necesario, a ingresar en su particular idea de purgatorio senil. Un guión que, exceptuando la última escena, un final que no añade nada a la historia, ha sido escrito y trabajado de manera brillante, tanto en sus situaciones como en sus diálogos. Hubiésemos preferido que el film finalizase con Edmond frente a las impresionantes montañas suizas que nos cuentan la inmensidad del espacio y del tiempo frente a nuestro carácter efímero e insignificante. Un minúsculo copo de nieve que al primer rayo de sol se evaporará sin dejar huella.


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