La piel del cielo, Elena Poniatowska

Publicado el 03 septiembre 2010 por Manigna

La piel del cielo; Elena Poniatowska; Alfaguara 2001; México.
Me encanta el inicio de esta novela. Con la primera línea ya se percibe que el personaje que formula la pregunta, aquel niño interrogando a su madre, es alguien especial.

- “Mamá, ¿allá se acaba el mundo?
- No, no se acaba.
- Demuéstramelo.
- Te voy a llevar más lejos de lo que se ve a simple vista.

Lorenzo de Tena desde su infancia destacaba sobre el resto; lo que no tenía en recursos económicos, lo desbordaba en inteligencia. No sólo él, su hermano Juan también hacía pasar apuros a los profesores con sus preguntas y repreguntas sobre otros soles, otros universos, y la posibilidad de existencia de vida en ellos.
En Florencia, la madre de ellos (y de tres hermanos más) vemos a la luchadora, la madre soltera que saca adelante a sus hijos -como muchas en Latinoamérica- y que al morir tempranamente cambia el rumbo y destino de los cinco hermanos, yendo estos a vivir a casa de la familia del padre, un despreocupado hombre que deja la tutoría de los niños en su hermana Cayetana. Es ella, la tía Tana, que con su peculiar manera irá criando y encaminándolos.
La nueva casa y familia es de aquellas ricachonas venidas a menos, que hacen lo imposible por mantener un status, un estilo de vida que ellos, sólo ellos, saben que ya no tienen.
Es aquí que el joven Lorenzo conocerá -en Lucía Aramburú y Gonzales Palafox, amiga de tía Tana- su primer amor, y también esa sensación de culpa, que es quizá lo que bloqueará en el futuro sus relaciones con las pocas mujeres de su vida.
Mientras en Lorenzo vemos al tipo que va sobresaliendo de a pocos, rechazando una formación en derecho -que sus amigos continuaron- por que no le llenaba el espíritu, descubriendo luego en el cielo su verdadera pasión en los astros, de la mano de Luis Enrique Erro, su mentor, a quien luego sobrepasaría en conocimientos; en Juan vemos al alguien también con inteligencia superior pero que por diversas circunstancias (desgano suyo, aunque también envidia de otros) tiene un final muy diferente; el talento desperdiciado.
Lorenzo no entiende cómo las otras personas no se admiran como él con lo que hay más allá del cielo, como se admiraron sus antepasados aztecas y mayas, y de a pocos va formando una coraza, sumergiéndose en sus investigaciones y tornándose hosco y huraño. No entiende el conformismo de sus compatriotas, que con pocos recursos y mucho ingenio asombraron al mundo científico en un primer momento, pero que luego por la falta de apoyo por parte de la gente que tiene el poder, que no le da la importancia debida a la ciencia todo queda estancado, sin progreso. Sus mejores profesionales parten al extranjero, sin querer volver, o lo que es peor, los que se quedan dedican su vida a otras áreas más lucrativas.
Así como en Harvard, Lorenzo se entusiasmó con Lisa, con quien se lleva un duro golpe al descubrir que ella no reacciona como él esperaba; no lo sigue, no llega a entender que ella también tiene sus propios planes y no puede dejarlo todo para irse con él, a su regreso a Tonantzintla será Fausta quien entrará a su vida sin que él se lo proponga, dependiendo cada vez más de aquella intrigante mujer que con su lenguaje informal y sus particulares conceptos de la vida, hará ver al científico que nunca se deja de aprender, aunque crea que sea tarde para eso.
La misma característica encontrada en “Lilus Kikus” se encuentra aquí, la facilidad con que se lee. Cuando te detienes por algún motivo te percatas que estás en la página ciento y poco…; sus 473 páginas no pesan, no desanima en ningún momento. También está cargada de un fino humor por trechos. No sólo ríes, a veces encuentras las mismas figuras y problemas que hay en otro país, en este caso el mío aunque podría ser otro también; por momentos pareciera que la trama es en algún lugar del Perú y no en México.
“Harlow Shapley lo mandó llamar a su oficina:
- Luis Enrique Erro me pregunta ansiosamente cuándo va a usted a regresar. Han pasado casi dos años…
- De eso querría yo hablarle. Me gustaría hacer mucho el doctorado, si usted me lo permite…
- Mire, Tena, su tenacidad me devuelve la juventud, nada me gustaría más, pero por desgracia tengo que ser el abogado del diablo. Mi amigo Erro consideraría una puñalada en la espalda si usted se queda, por que hacer el doctorado le tomaría por lo menos dos o tres años más. Es su decisión. Si se queda contará con todo mi apoyo, pero mi obligación moral es decirle que Erro no está dispuesto a perder a su mejor elemento. Usted tiene una intuición notable y es un espléndido observador práctico.
- ¿Y si no me recibo?
- La academia no lo es todo, amigo. Astrónomos que tienen doctorado no han logrado ni la cuarta parte de lo que usted ha hecho. Debe seguir con sus galaxias azules, sus objetos estelares azules y las nebulosas planetarias. Su investigación lo llevará a otras estrellas, otros hallazgos. Estamos orgullosos de usted. Ninguno antes había observado las horas que ha acumulado en estos veintisiete meses. Puede usted aprender teoría sobre la práctica. Galileo no nació astrónomo.
Lorenzo pasó la noche sin dormir porque sabía que regresaría a México.
Cuando decidió que había llegado el momento de partir, un pensamiento lo inquietó. Al llevarse a Lisa a México (así como paquete) tendría que ocuparse de ella. Su amante confrontaría problemas de idioma, de adaptación, pero independiente como era, salvaría los obstáculos. Sin embargo, al tener que regresar más temprano a casa, Lorenzo estudiaría menos. ¡Qué lata! ¡Pinches viejas!, pensó. Más por su sentido del honor que por convencimiento, mientras escuchaban una fuga de Bach, le propuso matrimonio a Lisa:
- No- respondió ella, lacónica.
- ¿No?- respondió Lorenzo estupefacto por el rechazo.
- No.
- Pero, ¿por qué no? ¿Qué será de ti? ¿Qué vas a hacer sin mí?
- Lo mismo que tú sin mí. Voy a sobrevivir, no te preocupes. Me acostumbré a tu presencia, y lo haré con tu ausencia.
Lorenzo entonces se derrumbó. Nunca imaginó semejante respuesta. Éste era un fenómeno extragaláctico aún sin explicar, si él había sido capaz de descubrir las líneas de emisión de objetos estelares, cómo podían habérsele escapado los de esta criatura que era parte de su vida cotidiana. La mujer debía estar loca, pobrecita, era una inconsciente. ¿Qué sería de ella? Sin embargo, de lo más hondo de su ser salió un lamento que tampoco había previsto.
- Lisa, yo no te quiero dejar.
- Pero te vas, y yo no podría vivir en otro país que no es el mío.
- Imposible quedarme, imposible traicionar a mi país, no podría verme la cara en el espejo. Te llevo conmigo –se violentó Lorenzo.
- No quiero ir.
- No entiendo Lisa. Jamás imaginé que me harías esto.
- Ni yo que fueras tan ingenuo.
- Tu tono me resulta muy hiriente, Lisa.
- El que se va eres tú y resulta que la que hiere soy yo.
- Te he ofrecido matrimonio, te propuse irnos juntos.
- Tú eres un macho mexicano, Lorenzo, y yo una anglosajona, me costaría demasiado adaptarme…
- ¿Yo macho?- la interrumpió indignado.
- Lo eres hasta en tu forma de coger. Gracias a mí te has compuesto un poco, pero a lo largo de cien mil meses-luz, sigues corriendo al baño a lavarte concienzudamente después del amor. La que me podría embarazar soy yo, carajo, no tú. ¿De dónde tanto asco?
- ¿Qué? ¿Por qué no me lo dijiste?
- No soy prostituta, no tengo infección alguna y en vez de abrazarme corres a desinfectarte.
- Me lo hubieras dicho.
- Te lo dije, pero es una relación de Pavlov, lo haces automáticamente. Somos distintos tú y yo, a mí me gusta andar desnuda por toda la casa, me atrapa la libertad, a ti te atrapan las obligaciones. Siempre te debes a algo, yo no me debo a nada.
Conmocionado, Lorenzo escondió su rostro.
- No entiendo, no entiendo nada.
- Claro, porque lo único que entiendes es salir derrapando todas las noches a tu telescopio. No hay más. Ése es tu verdadero falo, el que sabes manejar por que el que traes colgando no sirve. No te voy a extrañar. De todos modos nuestra vida sexual no es lo que debería ser.
¡Cuánta brutalidad y cuánta indecencia! ¿A poco ésta también era una Leticia? Lorenzo se tambaleó.
- Hablas con mucha crudeza para una mujer.
- No me salgas con eso, Lorenzo, vivimos en mi país, no en el tuyo donde las mujeres son esclavas. Aquí los dos sexos somos iguales. Los espermatozoides y los óvulos son el resultado de una evolución primitivamente idéntica, recuérdalo.
Lorenzo sintió que la odiaba. Lo que él buscaba en una mujer era que no creara problemas, por eso la había odiado cada vez que lo contradecía. “No seas conflictiva, déjame trabajar.” Odiaba su feminismo. Odiaba su crítica. Mientras era su cómplice la aceptaba, pero en el momento en que le hacía frente, la vivía como una amenaza.
Por otra parte, era imposible vivir en Harvard sin Lisa.

(Fragmento del cap. 17)

Al digitar Tonantzintla, Puebla, en el Google, para ver cómo es esa ciudad y conocer la Iglesia de Santa María, fue grande la sorpresa al descubrir que Luis Enrique Erro (Soler) es un personaje real, fundador del Observatorio Astronómico Nacional, y además, descubro también que fue maestro y colega del astrofísico Guillermo Haro, esposo de Doña Elena, quien por lo que leo tenía las mismas preocupaciones que el personaje principal de esta novela. En una declaración sobre su esposo Doña Elena declara:
“Lo enfermaba y desesperaba el retraso económico y la pobreza social, la injusticia, la burocracia, la negligencia, la ignorancia de los empresarios con respecto a la ciencia, y la corrupción política de México y de otros países de Latinoamérica”.
Esta novela se alzó con el Premio Alfaguara 2001, y, en una entrevista sobre su producción literaria, Doña Elena declara sobre esta novela:
“Mi novela fue una de las últimas en ser entregada. Participé en él porque hace como dos años me envió “un recortito” mi nuera desde Barcelona, lo pegué con una tachuela al lado de mi máquina de escribir. Yo estaba todo este tiempo recibiendo este mensaje del concurso de novela Alfaguara. Entregué unos manuscritos todos horribles, en unas bolsas del “súper”, de plástico, todo desencuadernados, desvencijados, y me dije, pues no, yo no tengo la menor oportunidad de ganar con esta porquería que estoy entregando. Me asombró mucho de que el ocho de marzo me llamó Antonio Muñoz Molina, que era el Presidente del Jurado, desde Madrid, diciéndome: “¡enhorabuena!”, porque así es como felicitan los españoles, y me dijo que había ganado el Premio de ese año.”
Fuente:
- Declaración de Doña Elena sobre Guillermo Haro tomada de “La Jornada”,
http://www.jornada.unam.mx/2008/09/20/index.php?section=cultura&article;=a06n1cul