La piel de un recién nacido es de color rojizo o púrpura y los pies de color azulado. Antes de que el bebé comience a respirar la piel se oscurece.
Cubriendo la piel del recién nacido, hay una sustancia de aspecto ceroso y espeso que recibe el nombre de vérnix caseoso. La función del vérnix caseoso es la de proteger al bebé del líquido amniótico cuando aún está en el útero. Aunque hay expertos que recomiendan que no sea retirado inmediatamente, pues realiza una función de protección del recién nacido, la norma es que así sea en el primer baño que recibe el recién nacido en el hospital.
Además en muchos casos, los bebés nacen con una capa de vello muy finito y suave que recubre parte de su cuerpo (cabeza, frente, mejilla, hombros y espalda). Es más común cuando el bebé nace antes de la fecha esperada y no tarda en desaparecer más de un par de semanas.
Durante los siguientes días del nacimiento, la piel del bebé suele aclararse y tener una tendencia seca. Además los cambios de color son más extremos (más roja al llorar por ejemplo o más azul si el bebé tiene frío) pero no hay que preocuparse, es una situación normal.
Tras 9 meses de gestación, el bebé ya está listo para la vida extrauterina, pero esto no significa que el desarrollo de sus órganos haya terminado y, por tanto, tampoco el de su piel. La piel no alcanza su madurez hasta transcurridos 2 o 3 años. Aunque a menudo se relaciona la piel del bebé como la piel idónea, en realidad presenta numerosas particularidades que la hacen especialmente sensible y susceptible de presentar diversos problemas.
Algunas curiosidades de la piel del recién nacido son que representa el 13% del total del peso de su cuerpo mientras que en un adulto es apenas el 3% y es un 40 a 60% más delgada. Por ello, un recién nacido es más susceptible a infecciones, irritaciones de la piel y pérdida de agua.