La piel que habito es la película número dieciocho en la carrera de un director tan reputado y que ha logrado tantos premios y reconocimientos, tanto a nivel nacional como internacional, como Pedro Almodóvar. Y a pesar de eso, y después de más de treinta años de carrera, tenemos la gran suerte de comprobar, y poder afirmar de nuevo, que al director manchego se le sigue yendo la olla una barbaridad. Porque es justamente ahora, cuando muchos directores en sus mismas circunstancias se empiezan a amodorrar en su trabajo, que Almodóvar saca toda su artillería para realizar, probablemente, una de sus películas más extremas, salvajes y sorprendentes de toda su carrera. Y es que lo bueno que tiene Pedro Almodóvar es que en lugar de acomodarse en su privilegiada posición dentro de la industria, se dedica a jugarse el todo por el todo en cada nuevo proyecto. Cierto es que no siempre le han salido bien las cosas, como cierto es también que su última etapa como director ha resultado ser algo irregular (repartida entre obras brillantes y otras más mediocres), pero Almodóvar logra no dejar nunca a nadie indiferente con cada nuevo trabajo y esa termina resultando ser, al fin y al cabo, una de sus mayores virtudes. La piel que habito no será, sin duda, ninguna excepción. Pueden apostar por ello.
El protagonista de la cinta es un prestigioso cirujano plástico que vive en una apartada finca, en Toledo, en la cual también tiene instalada una consulta privada. Desde que su mujer falleció, después de un grave accidente de coche en el que se quemó la mayor parte de su cuerpo, el doctor vive prácticamente aislado en su finca trabajando en la creación de una piel artificial extremadamente resistente. Tal llega a ser su obsesión por concluir su obra que antepone su trabajo a la ética profesional, llevándolo incluso a experimentar con humanos, a la vez que deberá ocultarse del resto de sus colegas de profesión. Y ya si eso me van a permitir que me quede aquí en lo que a la sinopsis se refiere (prácticamente el el minuto uno de película) debido a que sería ésta una de esas películas que cuanto menos se sepa antes de entrar en la sala de cine bastante mejor para todos.
La película está protagonizada por dos pesos pesados del cine español: Antonio Banderas y Elena Anaya. El primero no se ponía a las ordenes de Almodóvar desde ¡Átame! (1990) debido, en parte, a su salto a Holywood donde ha mantenido una fructífera y extensa carrera como actor que lo ha llevado a trabajar con directores tan populares como Jonathan Demme, Neil Jordan, Richard Donner, Robert Rodríguez, Alan Parker, Martin Campbell, John McTiernan, Brian de Palma o Woody Allen. Lo cierto es que vistos así, todos juntos, asustan un poco, pero asusta bastante más el hecho de haber tenido que besar a Meg Ryan en pantalla. En la película interpreta a un mad doctor completamente controlado y calmado dentro de su propia locura interior que apenas saca a la luz en contadas ocasiones. Para algunos espectadores el suyo es un gran trabajo de contención, para otros simplemente que sosea por doquier. Juzguen ustedes mismos. La segunda es una de las actrices más espectaculares de nuestra filmografía. Y además es buena actriz. Ya había trabajado a las ordenes de Almodóvar en Hable con ella (2002) pero en un papel secundario. En la peli pone toda la carne en el asador para interpretar a Vera, la cautiva permanentemente observada, víctima de la locura del personaje interpretado por Banderas. Probablemente este sea el mejor trabajo de una actriz con menos papeles protagonistas de lo que sería de justicia. En los roles secundarios encontramos a Marisa Paredes (La flor de mi secreto, Todo sobre mi madre), Jan Cornet (No me pidas que te bese, porque te besaré), Blanca Suárez (de las series El internado y El barco), Bárbara Lennie (Todas las canciones hablan de mi) y Eduard Fernández (La mosquitera, Ficció).