Nos dicen que la película es una adaptación de la novela Tarántula de Thierry Jonquet, lo que no es óbice, para hacer notar la escasa armazón de un guión que no es nada creíble, pues si el director manchego quiere jugar a ser adalid de la manipulación genética de las células y del avance en la bioética médica, nos podía haber prometido un documental sobre ese tema y así sabríamos de antemano a que nos íbamos a enfrentar a la hora de ver su película, porque hasta los giros más almodovarianos que se producen en el desarrollo de la acción de esta película, están carentes de veracidad y acierto, porque aunque él parece que no se ha dado cuenta, la sociedad actual ya acepta los cambios de sexo libremente elegidos, y no como el de la película que es impuesto. Y ese es otro de los debes de La piel que habito, porque en ocasiones, se comporta como un panfleto pasado de moda.
En cuanto al reparto de actores, Antonio Banderas estoy seguro que se arrepiente más que celebra el haber vuelto a trabajar bajo las órdenes de su director fetiche, pues su personaje, que según el mismo cuenta, está despojado de todos los elementos que su dilatada carrera como actor le hubiesen permitido enriquecerlo, y quizá por eso, se muestra frío, distante y nada creíble ante una de las mayores tragedias que le pueden ocurrir a un padre en la vida. Y hasta su venganza no es tal, porque el fin último de la misma, es apoderarse de ella de una forma apasionada. Lo mismo cabría decir de una Elena Anaya que a falta de grandes diálogos que ofrecernos, se mueve entre despistada y expectante en el mono color piel al que la han atado sin atreverse a salir de él, sino al final de la película, cuando todo está ya perdido.
Del mismo modo, podemos decir que lo letreros que nos recuerdan que asistimos a flashback más o menos forzados, o los fundidos en negro existentes, ambos recurso cinematográficos que aquí se comportan como un homenaje al cine de otro tiempo, no son sino un vano intento de disfrazar una película con los condimentos clásicos que por sí misma no tiene, y que lejos de hacerlos certeros, nos despistan aún más, cuando hasta los más genuinos giros almodovarianos nos resultan patéticos e inocentes. La piel que habito ya no es un producto que atraiga o distraiga, porque si queremos acercarnos al sufrimiento humano de verdad, tenemos otros directores que parecen saber de qué están hablando, lo que en el caso de la última película de Pedro Almodóvar nos da como resultado una comedia bufa.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.