Aquellas hierbas eran extrañas: al entrar la primavera... ¡se habían marchitado! Las identifiqué como la gramínea Poa bulbosa, una de las apenas cien especies conocidas de plantas vivíparas. Pero, ¿cómo puede una hierba ser vivípara? Sencillamente dejando que sus semillas germinen cuando aún están sujetas a la planta madre, o bien, como hace Poa, produciendo en las yemas pequeñas plantas (pseudoviviparismo). Esas plántulas recién nacidas caerán al suelo y, si todo les va bien, se pondrán a crecer allí mismo, junto a su madre.
¿Y qué motivos hay para que una hierba se vuelva vivípara? ¿Acaso el viviparismo le aportará alguna ventaja evolutiva? A primera vista es difícil de creer, ya que ser vivípara podría traerle problemas. Es fácil darse cuenta del motivo: las nuevas plantas no podrán alejarse mucho de la planta madre, y para la mayoría de las plantas lo importante es justo lo contrario, alejar sus semillas lo más posible, mediante vilanos u otras estrategias. Al dispersar las semillas, hay más posibilidades de que éstas caigan en un buen lugar para crecer. Así que, ¿por qué las vivíparas han optado por no dispersarse, si la dispersión es tan ventajosa? La respuesta parece ser que la dispersión no es ventajosa para estas plantas. Porque las vivíparas suelen vivir en hábitats muy restringidos, ya sea muy secos, o muy fríos (montañas, polos), o en costas. Alejarse de esos lugares adecuados supondría para ellas no poder desarrollarse bien, así que, ¿de qué les iba a servir la dispersión? Mejor será lo contrario, es decir, caer muy cerca de donde la planta madre ha crecido: seguro que ese terreno sí que es favorable.
Sin embargo, hay un peligro oculto para las plantas vivíparas. Si no se dispersan, entonces cuando desaparezcan de un lugar ya no podrán recolonizarlo, y tampoco pueden colonizar fácilmente nuevos territorios favorables. Así que, con el tiempo, será fácil que la especie acabe extinguiéndose. Parece una paradoja: la evolución fomenta una característica (viviparismo) que a la larga perjudica a la especie. A esto se le llama suicidio evolutivo. Si seguimos reduciendo la naturaleza a pequeñas zonas favorables para las especies, rodeadas de terreno desfavorable, el suicidio evolutivo podría convertirse en una amenaza seria para muchos organismos. De modo que no sólo hay que conservar especies y hábitats, sino también procesos evolutivos.