Cuando Miguel era pequeño era genial, porque él gozaba con la arena, le encantaba cambiarla de sitio, así que llenaba un cubo aquí y lo vacíaba allá, una y otra vez, y así disfrutaba, se remojaba en la orilla y volvía a llenar el cubo para vaciarlo unos metros más allá. Ir a la playa era bastante relajado, tanto como lo que permitía ir con tres niños pequeños, ya os imagináis ni sentarte, con mil ojos en los tres, haciendo castillos, montañas, agujeros y todo lo imaginable con la arena, pero quiero destacar que el autismo de Miguel no lo hacía más complicado.
Cuando creció un poco y mejoró en natación, ya no le gustaba hacer pie, así que solo buscaba lo hondo. En las piscinas genial pero en el mar era un peligro. Tuve que dejar de ir sola a la playa con los niños, porque no tenía manos para Miguel y para la pequeña, él era una sardinilla que se revolvía y se escapaba. Tenía fijación con que le cubriese el agua y no atendía a órdenes de ningún tipo.
Íbamos de vez en cuando la familia entera, y mi marido se ponía en plan portero de futbol donde a Miguel le cubría por el pecho y no le dejaba ir más hondo, PROHIBIDO
! A veces nos turnábamos pero casi siempre se ponía él porque tenía más fuerza para sujetarlo, con 8 o 9 años ya era un chico grande y como tenía tan claro lo que quería, solo pretendía conseguirlo y derribaba casi cualquier frontera. Costó años conseguirlo pero lo aprendió :-)Por otra parte sus juegos con la arena cambiaron un poco,
Miguel adoraba los cubos y las palas, pero quería los de los demás, yo llevaba de todos los tamaños y colores, nuevos, viejos..., pero él quería otros, los que estaban alrededor nuestro, así que se dedicaba a robar cubos y palas, y yo por detrás negociando con los niños, "¿se lo cambias un rato por este? Es que el tuyo le encanta" Todo esto por supuesto pisando todas las toallas posibles, con las protestas lógicas de sus dueños. Así que nos pasábamos el rato disculpándonos o peleando en el agua.Recuerdo aquellos momentos como duros, ir a la playa es un estrés, nunca sabías qué podía pasar, Miguel acaparaba mucha atención y para sus hermanos seguro que también era complicado. Por otra parte siempre he sido muy independiente y como mi marido trabajaba muchas horas, yo sola iba a un sitio y a otro y el limitarme así y dejar sin playa a sus hermanos me hacía sentir impotente.
Fue pasando el tiempo y encontró la afición de la tabla, le encanta coger las olas y dejarse arrastrar hasta la orilla, esto facilitó mucho que no se fuera a lo hondo, porque el rompeolas está más en la orilla. Poco a poco y sin darnos cuenta el portero que os comentaba dejó de ser necesario. Miguel empezó a disfrutar la playa de otra manera.
También no se ni cuando ni porqué decidió que sus cubos eran los mejores y dejó de robarlos, esto fue otra gran ventaja. A veces las cosas suceden así, los chicos maduran y cambian algunas conductas sin apenas darte cuenta, por eso es tan importante siempre echar la vista atrás y ver todo lo vivido y avanzado.Ahora para ir a la playa él necesita sus cubos y su tabla. Sigue siendo sardinilla pero no se mete más allá de la cintura, se pasa el rato cogiendo las olas y disfrutando del mar. También le encanta hacer agujeros muy muy hondos, y pasa ratos y ratos cavando, mientras yo converso con mi marido, con mis amigas, leo con toda tranquilidad.... lo que si necesita son horas, no le gusta ir a la playa un ratito, así que cuando voy me lo tomo con mucha calma y es mi relax favorito.
Este año ha encontrado una afición nueva, y es que con tanta tormenta la orilla está llena de cantos rodados, Miguel se pasa los días sacándolas y haciendo montañas de piedras, montañas gigantes de piedras enormes.
Asi que lo que antes era una actividad estresante para la familia, hace unos años que ya pasó a ser una de las actividades favoritas de Miguel y de sus padres. Tenemos la suerte de vivir en una ciudad al lado del mar, lo que nos permite ir muy a menudo durante el verano, incluso buscar playas poco concurridas, donde sea fácil verlo y darle toda la libertad para disfrutar del mar a sus anchas.