Título: La plaza del Diamante (La plaça del Diamant)Autora: Mercè RodoredaEditorial: Edhasa (junio 2009)Año de publicación: 1962 Páginas: 256
Precio: 8,95 euros
Tenía muchas ganas de conocer a esta autora, incluida por lo visto en los planes de estudio de los colegios catalanes y de la que había visto muy buenas reseñas en algunos blogs. Es lo que tiene escribir en una de las lenguas cooficiales de España, que al resto del país llega con cuentagotas, y eso si llega. Yo no conocía todavía a Rodoreda, y aunque nuestro primer encuentro ha sido un poco agridulce, no va a ser el último, ya que quiero conocer más y más de su prosa. La plaza del Diamante está protagonizado por Natalia, una chica de Barcelona que un día, durante un baile conoce en esa plaza del barrio de Gracia a Quimet, un chico por el que deja a su novio y con el que acabará casándose. Quimet es malhumorado y manipulador, somete a Natalia e incluso destruye su identidad cambiándole el nombre por el de Colometa (palomita en catalán). Su aparentemente vida apacible llegará a su fin primero con la llegada de la República y las revueltas en las calles, y posteriormente con la Guerra Civil. Quimet tendrá que ir a luchar al frente de Aragón como muchos de sus amigos, la guerra cambiará el destino de todos estos personajes, algunos volverán de la guerra muy cambiados y otros ni siquiera podrán regresar. Mientras, las mujeres esperan a sus maridos en casa, cargadas de hijos y sin nada que comer, como es el caso de Natalia, quien llegará incluso a plantearse matar a sus propios hijos y suicidarse antes que seguir sin poder darles nada que llevarse a la boca y ver cómo van muriendo poco a poco.
La plaza del Diamante es un desgarrador recorrido por los años más crueles y sangrientos de nuestra historia, desde la euforia inicial con la llegada de la República, pasando por la muerte, el hambre y el odio generado por la guerra y la posguerra. La autora ha plasmado con gran realismo la vida de una mujer anónima, Natalia, que vive esos años como puede, intentando salir adelante y sacar adelante a sus hijos. Ella es una mujer sumisa, especialmente con Quimet, quien no la trata precisamente bien, sin embargo, las circunstancias harán que aflore una mujer con un alto grado de resistencia y de lucha. Lo de agridulce ha venido porque aunque la historia es realmente buena y en términos generales he disfrutado de la lectura, le he encontrado varias pegas. Por un lado, la autora se mete en la piel de su protagonista, Natalia, y nos habla en primera persona como si se tratara de un largo monólogo. Al ser así, en muchos momentos Natalia divaga o explica muy pormenorizadamente algunas cosas o se repite. Aunque el recurso está magníficamente llevado, porque Rodoreda realmente nos hace oír la voz de esta chica, me ha cansado bastante, ya que en muchas ocasiones, el parloteo incesante de Natalia me ha resultado agotador. Por otro lado, la protagonista me ha puesto bastante nerviosa con su sumisión, no solo ante Quimet, un maltratador de mucho cuidado, sino también por su resignación ante una vida que no le hace feliz. Entiendo que es fruto de su época, pero aun así estos personajes femeninos no me acaban de gustar, y eso que al final de la novela he conseguido tenerle un poquito más de simpatía. La narración, aunque salpicada con algunos elementos simbólicos, es plenamente costumbrista, y como digo, esa pormenorización en las descripciones puede resultar algo cansina, además de que el desarrollo de la historia es algo lento, la idea es la de mostrar una vida normal y anodina en unas circunstancias extraordinarias, por lo que se suceden muchos acontecimientos triviales de forma muy pausada.
Pero lo que realmente me ha fascinado ha sido la propia historia de Mercè Rodoreda, digna de ser llevada al cine o a una novela. Nacida en Barcelona en 1908 y fallecida en 1983 en Gerona, sus padres eran grandes amantes de la literatura y el teatro. Rodoreda sólo cursó la educación primaria durante dos años y se casó con su tío Juan, catorce años mayor que ella, con quien tuvo a su único hijo, Jordi Gurguí y Rodoreda. Empezó entonces a recibir clases en el Liceo Dalmau, y a publicar sus primeras novelas, además de colaborar con diversos periódicos y entrar a formar parte de la Asociación de la Prensa de Barcelona. Al comenzar la Guerra Civil se separó de su marido, mientras que su supuesto amante, Andrés Nin fue detenido, torturado y asesinado por agentes de la policía soviética. En 1939 Rodoreda se exilió a Francia, y pensando que sería por poco tiempo, dejó a su hijo a cargo de su madre. Aunque ella no había participado nunca en política sí que había colaborado en publicaciones en catalán y en algunas publicaciones de izquierda. Se instaló primero en los arrabales de París y después en el castillo de Roissy-en-Brie que ofrecía refugio a escritores, allí inició una relación con Armand Obiols, casado y con un hijo. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, este grupo de escritores exiliados en Francia tuvieron que huir de París ante al avance de los soldados alemanes, tras varios fracasos tuvieron que huir a pie hacia el sur, con la idea de atravesar el río Loira para poder entrar en la zona no ocupada, pero antes de llegar a Orleans vieron la ciudad en llamas, y que no quedaba ningún puente para poder atravesar el río. Durante algo más de una semana se refugiaron en una granja, después de la firma del armisticio de 1940 se trasladaron e instalaron en Limoges. Obiols fue entonces detenido y tuvo que hacer trabajos forzados y Rodoreda tuvo que hacer frente en soledad a esos difíciles momentos, consiguió que trasladaran a Obiols a Burdeos y que mejorasen sus condiciones de vida, y ella misma se trasladó a esta ciudad francesa donde tuvo que dedicarse a la costura en un almacén durante muchas horas al día, por lo que no tenía ya tiempo para escribir. Finalmente la pareja pudo regresar en 1946 a París, donde al cabo del tiempo ella pudo dejar el trabajo de costurera y dedicarse de nuevo a colaborar con la prensa y a escribir. En 1953 se trasladaron a Ginebra, y al cabo de los años, en 1971, murió Obiols, fue en ese momento cuando Mercè descubrió que este, sin romper con ella, había mantenido una relación sentimental con un mujer durante muchos años. En 1972 volvió a Cataluña, muriendo en 1983 en Gerona de un cáncer.