Fiel al género, el largometraje privilegia la condición imperfecta del comisario responsable de la investigación, y de sus fuentes -casi colaboradores- fuera de la fuerza: un periodista y el vidente del título. El reconocimiento de los defectos y pesares de los tres personajes invalida la exigencia de héroes sin sombras y descarta las teorías (y ficciones) que explican “el mal” a partir de un solo tipo de conducta criminológica.
El interés central de estos relatos radica en la lucha interna que el (o los) protagonista(s) emprenden mientras enfrentan el desafío externo que les impone el destino: en este caso resolver una serie de asesinatos que parece esconder un caso de extrema corrupción policial.
Gustavo Garzón, Vando Villamil y Juan Minujín encarnan con garra las tres versiones de este heroismo a escala humana. El primero es el Vasco Bilbao, atormentado por un pasado doloroso y atascado en un presente sujeto al corporativismo policial. El segundo le da vida a Riveros (así, a secas), cronista poco escrupuloso al servicio de la prensa amarilla. El tercero interpreta al ciego Mauro Bramuglia, o una suerte de reedición del mito de Casandra (pocos creen en la capacidad profética que él padece con resignación).
Rodolfo Ranni y Fabio Aste aportan lo suyo a una historia eminentemente masculina, más allá del sexo de las víctimas y de los personajes -más o menos determinantes- a cargo de las muy convincentes Valentina Bassi y Mimí Ardú. Dicho sea de paso, algunos espectadores despotricarán contra la previsibilidad del rol asignado al actor veterano.
En cambio, los amantes del policial negro validarán ésta y otras decisiones narrativas afines al género. Algunos podrán criticar un desenlace que, de vertiginoso, resulta artificiosamente apresurado. Pero en líneas generales La plegaria del vidente deja bien parada a la dupla Balmaceda-Calzada.