Canta como los ángeles con la mirada siempre algo perdida. Con su pulcra coleta, su chándal del rastro, su silla de playa, el otro día tenía público. Agarradas una madre y su hija le hacían los coros con una sonrisa. Se notaba que la canción era una especie de recuerdo en común. Ella, emocionada, cantaba para ellas. Solo para ellas. Parecía que no le hacía falta nada más en ese momento.
La observé desde el fondo del vagón. Menuda, se movía rápido con su mochila oscilando de un lado a otro tratando de evitar los vaivenes del tren. Dejaba un paquete de klinex, una notita. Un paquete de klinex, una notita. “Necesito ayuda para dar de comer a mi niño”. Una señora lo leía a distancia, como si creyese que el simple contacto con el paquete de pañuelos podía comprometerla a algo. Y vuelta de nuevo. Esta vez para recoger un paquete de klinex, una notita. Un paquete de klinex, una notita. Alguien le dejó un euro. Con un rápido gracias, casi avergonzado se perdió al fondo del vagón oscilando de un lado a otro tratando de evitar los vaivenes del tren.