La poesía de José Luis García Herrera: Los símbolos que nos sobreviven

Publicado el 08 febrero 2016 por Delecturaobligada @DelecturaOblig
Por: Manuel García

Fuente: Ahoragranada.com

Hay en la poesía de José Luis García Herrera una pulsión hacia el hermetismo que no puedo contemplar como un exceso, sino como una forma expresiva que el autor domina con ejemplaridad pues nace de una indómita necesidad de la búsqueda y de la asimilación de lecturas motivadoras.

  Su poemario El lento abandono de la luz en la sombra, publicado por la Editorial Denes, es la constatación de una lucha personal contra el sinsentido que la propia realidad ejerce desde su mismidad, desde su fuerza genesiaca, y que aboca al creador al conceptismo, pues siente que la responsabilidad de ser él mismo frente al mundo de afuera solamente es legítima desde la fuerza sonora del lenguaje y desde la versatilidad que símbolos y alegorías disponen a lo largo de los versos en una trama de significados compleja y llena de sutilidades referentes a los agrestes relieves en los que objetos y geografía nos circundan: ”Duele la ausencia del sol y la edad de la niebla./ Un hombre regresa con hambre de batalla, con la lluvia/ pegada a los surcos de la espalda, con la memoria rota/ como un poema de hielo doblado en un bolsillo” (pág. 35).   Su barroquismo incurre en hábiles metáforas que no afectan al equilibrio del verso, sino que restallan como esa manera significativa de darse a conocer para el mundo, atribulado por las preguntas existenciales que adquieren transcendencia en una poesía concebida como ceremonia que pone en contacto el mundo de los ausentes con la falsa verdad en la que dormitan los vivos: “Escribir es una necesidad y un privilegio/ que celebro cada día./ Amo el sosiego y el recogimiento; y persigo/ la voluntad terrestre de los ángeles, la amistad/ de quienes llegan con manos abiertas/ a ofrecerme la senda serena de sus pasos”. (pág. 43). Por esta razón última, García Herrera no se acomoda a un modismo o tendencia en particular; encuentra en la hipérbole y en la sinestesia el ritual que conjura al mundo y a sus complejidades, sin negar la belleza de los espacios, la belleza maldita y depredadora de los espacios.   Así sucede también en su obra Los caballos de la mar no tienen alas, editada por Devenir, en el que su particular simbología construye un imaginario autónomo y cerrado, hábil para expresar la negación de la soledad absoluta cuando, desprotegidos y lejos de los nuestros, sentimos la precipitación de la muerte, su reiterada evocación allí donde nos encontramos: “He nacido, sí,pero no es suficiente,/ nunca será excusa/ para esperar la luz que despliega el alba o una grieta/ por donde el vinagre arroje la soledad del cáliz.” (pág. 14).   Su poesía es una poesía que coloca al hombre frente a la devastación de la contingencia, frente a los cambios sustanciales que en la naturaleza se producen y él reacciona en algunos momentos de forma airada, buscando la respuesta racional ante unos comportamientos del propio universo que no podemos controlar ni comprender, como se puede leer en este poemario de Devenir: “Desconozco cómo fueron tejidas mis horas./ También ignoro para qué fueron tejidas./ Sin embargo, aprendí a nutrirme de barro/ y a fraguarme en la oscuridad de lobo y de ceniza/ que siempre nos desvela”. (pág.16). Otras veces sólo la introspección y la serenidad logran que la poesía redima la lucha personal del hombre, su enfrentamiento constante y agotador: ”Quizá regrese a rozar el frío de la piedra, regrese/ para confirmarle a la luz que no estoy solo”.(pág.23).   Pero el creador asume que la poesía es inútil para descifrar el mundo, pero son esa narratividad de los acontecimientos biográficos, característica de su discurso poético, y el comportamiento imprevisible de los símbolos los que obligan al autor a subsistir en el lenguaje, así que en cada uno de estos poemarios la soledad, la sonora soledad de su lenguaje, lo deslumbran y también al lector con esos símbolos donde los referentes se multiplican y se disgregan.   En esa constatación de la devastación, de la inmensidad, el tono machadiano parece una huida hacia adelante, una expiación personal de que ante la fulminante muerte, ante la decadencia de la erosión del tiempo solamente queda una nostalgia contenida, una indeleble escritura que permanece en la lucha. No importa el momento,ni la edad, la poesía de García Herrera es estar solo ante la exploración inasumible de los espacios.