Revista Cultura y Ocio

La poesía de Manuel Lozano, entre la mística y la perplejidad

Por Verdi0381

La poesía de Manuel Lozano, entre la mística y la perplejidad                        Manuel Lozano y Jorge Luís Borges, reflejos especulares de la literatura argentina
                 
Borges hacia 1985, era un viejo animal literario poco dado al asombro hacía autores vivos y más jóvenes que él. Cuando alguien le leyó en voz alta uno de los versos de Manuel Lozano, el viejo bardo ciego de seguro asentiría con su aureolada cabeza repleta de versos y pasajes literarios, sonriendo en señal de aprobación ante la construcción poética de un muchacho de apenas quince años. Tras la lectura de Lozano, Borges, el crepuscular cíclope ciego de la literatura castellana, escribiría:

«…sus páginas postulan una geometría minuciosa donde el mundo visible es la clave de un enigma que converge y diverge hasta la exultación de la palabra. Se diría que siento físicamente la poesía de Manuel Lozano como un vasto calidoscopio, un vasto calidoscopio hecho de relámpagos aterradores pero también de delicados amaneceres. El pensamiento es, en él, un cotidiano alimento de revelaciones. La poesía, una suerte de hipóstasis fulgurante de una divinidad que no cesará de soñarnos. La literatura lo acecha y lo embebe como pocas veces he visto en mi ya larga existencia». Para el lector común, que algunas veces peca de ingenuidad al dejarse persuadir por la rima fácil y la imagen gratuita, reprochada por el propio Borges durante una de sus Harvard Lectures en 1968, cuando afirmó que las metáforas entre flores y mujeres o muerte y sueño, eran ya bastante manidas para seguirlas usando en poesía, el arte de Manuel Lozano carecerá del rigor del soneto o del brillo de la égloga del Siglo de Oro. Huelga decir que la poesía contemporánea ya ha desusado de la rima y en detrimento de muchos autores, ha optado por ser meramente aforística o críptica, aunque muchas veces también sin un sentido claro de sí misma. Manuel Lozano es un poeta argentino nacido en Córdoba. Los datos biográficos de un autor pueden servir para nutrir hagiografías y martirologios literarios pero jamás nos podrá dar la dimensión de vivir la experiencia de leerlo. Una dilatada vida y milagros no son garantía de calidad artística. Fuera de lo impresionante del hecho que su poesía hubiera deslumbrado a un lector de las cualidades de Borges –de lejos el lector más voraz, disímil, anacrónico e inquisitivo del siglo XX−, lo verdaderamente abrumador es el estremecimiento místico, cuasi religioso, que produce la lectura de su poesía. Si la poesía es acto estético por naturaleza, ejercicio de ideas y de estilo, entendido como asimilación y apropiación de músicas y ritmos de diversos pensamientos, entonces su corazón, la savia nutricia del resplandor de un verso acabado como una amatista, podemos hallarlo en la poesía de Manuel Lozano. La reseña de un Borges vasto y amplificado por la sombra de su propia leyenda, sobre el adolescente poeta Manuel Lozano, termina así:

«Nos deslumbra con páginas memorables. Descubro que tiene el hábito frecuentar el universo, de traducirlo en misteriosas y afortunadas invenciones. En ellas conviven, para nuestro perdurable asombro, Samuel Butler y Gustav Meyrink, los infiernos concéntricos de Akutagawa con las párabolas de Jesús de Nazaret, Hawthorne y los escritos mágicos de Alexandra David-Neel (...)La obra de Manuel Lozano, que hoy me ocupa y juzgo extraordinaria, hubiera merecido la aprobación y los más altos elogios de Dante Gabriel Rossetti y de Oscar Wilde. Así se comprende que Manuel Lozano descubra en Manuel Lozano el inconcebible universo».

                                                      Selección de poemas de Manuel Lozano

CREDOCreo en el universoY en los universos que el universo contiene.Creo en las genealogias de la lluvia que traen la sangre de mis padresDesde el fin y hasta el origen del tiempo.Creo en la perfeccion de la rosa innúmera, que aun marchita, Ensalza la piedad y el exceso.Creo en la burla, repeticion de la ignominia, estrujada carcel.Creo en la injuria, que puede mudarse en certidumbre y triunfo. Creo en el desierto, donde el ánima, alejandose, pregunta por el fuego inteligible.Creo en un testigo.Creo en el fuego lustral delatando toda noche de este mundo.Creo en el grito, ese silencio expectante en el alba de los lobos.Creo en los simulacros y en las verdades candentes del simulacro.Creo en el insomnio, sacratísima forma de las pesadillas. Creo en la capa que Elías arrojó a Eliseo en señal de llamamiento.Creo en la invocación de la esperanza, su despertar.Creo en un colibrí.Creo en un álamo plateado, descorazonada verticalidad del aire.Creo en la duda y lo sublime.Aun creo, en el hombre.


PLEGARIACrucificado en el árbol de la ciencia del bien y del mal,adormezco el llanto con rumoresque obstinan mi oficio de profanador.Quítame el reflejo de este aparecido.Herrumbrosa azucena, no dejes caerla lúcida sangre del crimen.En tu cueva de ahogados, él se viste de luto. ¿Cuándo bajaremos?En el declive encuentras el trébol venenoso,los postigos raídos de esa puertaque ya nadie abrirá bajo guirnaldas.Linajes de fragmentos quemadoscolocarían sobre el pedestal de la separación.El labrador invoca la sombra derritiéndoseen las patas del lobo.Nunca lo pliegues contra tu áspera carne de Adán.Fueron largos años de exilio y migraciones.¿Quién canta entonces prosternado en el jardín?¿Y quién se trepa a su lápida futuracon el viento feroz entre los médanos?Déjame la intemperie, la incerteza lujosadel vuelo de la herida.Arrópame en ese traje de lastimaduras.¡Que no vean los gusanos a trasluz del rocío!Hijo del desierto me llamaban.Desfigúrame con alacranes de seda.DUDANTE O EL JARDÍN AMURALLADOOmnis qui se dubitatem intelligit, verum intelligit, et de hac re quam intelligit certus est.*Agustín, De vera religione, 39,73Ensañada entre las cuerdas del abismo,su boca absorbe lo que dejas.Dice que han de incendiarse estos trigalescomo antiguamente la más turbia arena del fin.¿Por qué la cara y el robode esa memoria entre los tréboles?La verdad, lujuriosa madrastra, inventaun desierto oscilante para escalarla indecible vejez de la criatura.Padre, lámeme las heridas.Perro, lámeme las heridas.Madre, lámeme las heridas.Ya las manos son agua de sangrede la noche de quien golpea harapos.¿Y los ríos donde perderel amarre de tus cercos de sombrahacia el festejo de las pesadillas?Dijiste que despertar era increíble,entre jirones y metamorfosis.Así extraviaste las piedras, los ríos de mármolcomo cruces en el cuerpo de tus muertos.Hubieras reclinado tu abandonoa los dientes del pájaro.Era fácil caer, aun sin pronunciar tragedia.Pálido doblez de un saltoque se anuncia en la nochey sale por la alcantarilla.Reparte sus juguetes en el funeralde los amordazados al latido.Invoca temblor y abre el muelledel filoso en la ausencia.Aplaudirían los siervosla voz de aquel desconocido que se borra.¿A lo lejos los desesperados,los que sobrevienen en ataúdes concéntricos?Son incompletos los trozos,las bocas, el plañido, tus trofeos.¡Qué testigos espían desde puertas lejanas,esos astrólogos de ojos vaciados,esparcidos entre el futuro de mis crías!Me leían en el rayo.Ellos bailaban.¡Cuánto fin y comienzodel hambre hasta la saciedad del baldío!Risas como el suicidio de una marioneta.Padre, perro, madre,escalofrío de tu especie, sólo adentro,¿por qué subes a la caliente mansióncon la leche perdida de una loba?Apenas ardió leíste en su rostro:“Crucificado en la palabra.”LA RUECA DORADA    El poema va tejiéndose con hilachas desatinadas de viejos tapices, para arrojarse  -de cuajo-  como arpón hacia el abismo que es la casa.   ¿No viste que volvería con el silbo de tu cielo, de tu infierno, es decir de las jaurías que te huelen en ángel y te despiertan basilisco? ¿Tu desvarío fue un milagro? ¡Esta es tu casa, el ojo de la aguja! Tu desvarío será tu milagro.   Entonces se incrusta en mí como forma de respiración: arquitectura en la representación del Teatro Móvil de los Enigmas en que nos sumergimos. ¡Sombras de la vigilia, alimento lustral esta escritura que revela y devora!   Beatitud de carnaval, inclíname los vientos. Confúndelos para que arda hasta el silencio de todo, irremediablemente.
Web del poeta argentino Manuel Lozano



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