Dejando a un lado a Lucía Etxeberria y sus intenciones, se ha generado un debate de lo más interesante. ¿Es ético descargar una novela gratis? ¿El mercado editorial acabará como el de la música? Lo que está claro, desde mi punto de vista, es que estamos ante el fin de una era: el lector digital ha venido para quedarse y las editoriales tendrán que ponerse las pilas si no quieren perder el tren.
Por mi parte, en líneas generales apoyo a la autora: cuando adquirimos un producto, lo justo es pagarlo para que las personas que han participado en su elaboración puedan cobrar por su trabajo, ¿o acaso estaríais dispuestos a tener un empleo por el que no os pagaran? La idea de que las creaciones literarias (y el arte en general) deben ser gratis no es del todo cierta: en la actualidad podemos visitar monumentos y exposiciones de forma gratuita o con un coste muy bajo, pero en su día esos artistas cobraron por su labor. La escena del escritor bohemio que pasa penurias para escribir no es la realidad, porque en la vida todos necesitamos comer y pagar facturas.
Sin embargo, hay gente que opina que los que de verdad llevan la literatura en las venas tendrían que hacerlo sin esperar nada a cambio. Y digo yo, ¿acaso no es compatible ser un novelista con talento con ganar el dinero -la parte que le corresponda después de los trámites de la editorial- que la gente ha depositado por su obra? Sinceramente, creo que quienes piensan así están en una situación económica privilegiada o son escritores aficionados un poquito frustrados que atacan por envidia, porque en el mundo, en España, las circunstancias actuales dejan mucho que desear y resulta irónico que se critique a una autora por reclamar lo que es suyo.
De todos modos, también le doy un punto a Juan Gómez Jurado: creo que no todas las personas que descargaron el libro lo habrían comprado, entre otras cosas porque al tenerlo tan al alcance lo habrán meditado menos y es posible que en muchos casos termine olvidado en el lector. Ahora bien, discrepo en que a partir de descargarlo gratis se pueda conseguir aumentar las ventas. Habrá una, dos, tres personas que piensen así, pero seamos francos: ¿por qué pagar cuando ya has terminado el libro y puedes invertir ese dinero en otro? Me da que la mayoría se inclinaría más por esta opción.
Y aquí es cuando las editoriales deberían reaccionar (algunas ya lo están haciendo) y bajar el precio de los e-books. No puede ser que un documento electrónico solo cueste cuatro euros menos que la edición convencional; hay que arriesgarse y, en lugar de buscar la gran cantidad de dinero por ejemplar vendido, centrarse en conseguir el mayor número de libros vendidos y con ello obtener buenos beneficios. No pido imposibles: en Amazon ha habido superventas de libros electrónicos que costaban un euro.
Valoro mucho el trabajo de las editoriales y quiero tener fe en ellas, en sus profesionales. A raíz de este tema no han faltado los comentarios que apuestan por la autoedición, pero lo que mucha gente no sabe es que el manuscrito de un escritor pasa por numerosas fases (o debería pasarlas) antes de llegar al público, lo que leemos no es trabajo de una sola persona y seguro que más de una vez ese detalle que nos gustó tanto fue una sugerencia del editor. Lo malo es que las tareas del editor, el agente, el corrector y los lectores profesionales se olvidan con frecuencia, así que os recomiendo este artículo de la editora Elsa Aguiar para que entendáis mejor a qué me refiero.
No negaré que este asunto me ha hecho pensar porque, aunque sea en un grado muy menor, se asemeja bastante a lo que he vivido yo desde que decidí cobrar por las reseñas que me solicitan. Mucha gente lo ha entendido; no obstante, algunos piensan que no siento amor por la literatura y lo único que pretendo es forrarme (creedme, el tiempo que le dedico al blog no se compensa ni de lejos con la publicidad y los cuatro encargos contados que me han hecho) y hasta confunden mi determinación con prepotencia. No, no lo es. Mis textos no son ni mejores ni peores que los de otros blogueros, pero son los míos y tengo el derecho de decidir a qué libros dedico mi tiempo libre (porque yo no vivo de esto). Lo que vaya más allá, es trabajo.
En definitiva, no apoyo el todo gratis y me parecería justo que este tema se regulara de alguna forma, aunque insisto en que las editoriales deberían poner un poco de su parte. Ah, y antes de que me lo digáis: compro la música que escucho. No el CD, pero por fortuna hay páginas legales en las que se pueden bajar canciones por un coste muy asequible y razonable. Todos tenemos que poner de nuestra parte si queremos que el negocio editorial no sufra una profunda crisis, y precisamente porque comprendemos lo que es ir justo de dinero, con más razón debemos respetar el trabajo de los demás.
Ahora os cedo el turno a vosotros. ¡Debatamos!