La Poliédrica Huella de Wagner

Publicado el 17 enero 2022 por Moebius

Mucho ha dado que hablar el músico alemán y no pocos han sido los encasillamientos al que ha sido sometido, muy en especial la unión de su nombre y su música con la infamia asesina hitleriana. Un importante obra trata de poner las cosas en su sitio en lo que hace a la figura del creador de célebres óperas y la sombra que ha dejado en su tiempos y en la posteridad, no solamente en el campo de la música sino en diferentes esferas del quehacer humano, "Wagnerismo. Arte y política a la sombra de la música" de Alex Ross. No pretende el libro salvar al músico, que salvado está, sino que su pretensión es detenerse en la influencia que sus obras han tenido en diferentes campos más allá de los musicales, como la novela, la poesía, pintura, danza, teatro, cine o arquitectura y, por supuesto, política, cuyos seguidores admiraban, y en cierta medida trataban de emular, el cúmulo de encendidos sentimientos que provocaban la audición y visión de sus espectáculos. No solo fue un destacado y prolífico compositor, sino dramaturgo capaz de expresar acciones sin cuento que convivían con afilados retratos psicológicos, escenógrafo sin par -téngase en cuenta que él era quien escribía todas sus óperas y dirigía de manera puntillosa su puesta en escena- y creador de algunas expresiones que han sido repetidas una y otra vez, invadiendo el campo de la estética, como obra de arte total (Gesamtkunswerk), Leimotiv (Motivo conductor) u obra de arte del futuro (Kuntswek der Zukunfy), por no alargar la lista; "el compositor pasó a representar el inconsciente cultural-político de la modernidad, una zona de guerra estética en la que el mundo occidental luchó con sus tremendas contradicciones, sus ansias de creación y destrucción, sus inclinaciones hacia la belleza y la violencia. Wagner fue posiblemente el espíritu que presidió el siglo burgués que alcanzó su máximo esplendor en torno a 1990 y que luego se abalanzaría hacia el desastre".

El autor no se anda con chiquitas y va visitando al tiempo que la figura del músico, sus relaciones y vicisitudes, los tiempos posteriores y la huella dejada, con lo que la obra supone un interés complementario que cruza al hombre Wagner, con los inicios del siglo veinte, y con los artistas, creadores y políticos que fueron influidos por él. Cualquiera que se acerque a la obra lo comprobará, del mismo modo que constatará la ágil prosa de Ross que convierte la lectura en tarea fácil y agradable...enseñar, deleitando. Habilidad que ya había demostrado, quien es crítico musical del New York Times durante los últimos veinticinco años, en sus anteriores obras traducidas por acá: El ruido eterno: Escuchar al siglo XX a través de su música, en la que mostraba los lazos entre los acontecimientos del siglo y los más destacados compositores que intentaron acercar la música al gran público, o Escucha esto, en la que ampliaba su mirada a los puentes entre vida y arte, la música y la historia, retratando a maestros de la música dicha clásica y también a diferentes figuras del pop.

Ahora, como digo, su mirada se centra en uno de los seres más polémicos e intempestivos que se puedan encontrar, y lo hace con tonos templados que tratan de poner las cosas en su sitio, desvelando las ideas recibidas sobre el músico, las utilizaciones que de su obra se han hecho, y deteniéndose con rigor y detalle en diferentes aspectos de su peso y presencia, no en el mundo de la música sino en muchas personas que nada tienen que ver con él. El seguimiento es de hondura y de anchura también, no dejando nada en las orillas de la travesía, en la que podemos conocer los mitos en que basaba sus óperas, en un intento por rehacer el mundo, dándole otras visiones más cercanas con un vida y un futuro armoniosos, lo que le convertía en un educador, se entregan también las ideas rectoras de su modo de componer. Y las relaciones e influencias ocupan las páginas con el Nietzsche que llegó a convivir con él y con Cosima en los tiempos de exaltada admiración y que posteriormente rompió con él de manera clamorosa, vemos también al exiliado Thomas Mann y sus inequívocos elogios hacia el músico que supuso un sonado escándalo, y, como no podía ser de otros modo, la bota de Hitler y su utilización (caso parecido con la utilización del Übermensch, superhombre, nietzscheano con la abismal diferencia de que al utro no era, para nada, antisemita) , utilización que también se produjo en puestas en escena en otras latitudes geográficas e ideológicas; grandes espectáculos han de ser acompañados con espectaculares y solemnes músicas. Coincidían Wagner y el führer en un antisemitismo cerril si bien el del primero nada tenía que ver con higinienismo, ni biologicismo alguno, a la vez que, señala Ross, la atracción de la música wagneriana de Hitler más tenía que ver con el campo de la estética que de la ética y/o la política. Si los nombrados son germanos, la visita de Ross se amplía a otros lares, y a otras luminarias del arte como Virginia Woolf, T.S.Eliott, James Joyce, Marcel Proust, Stephan Mallarmé, Henry James, Charles Baudelaire, Cézanne, Paul Valéry, William Butler Yeats, Claude Lévi_Strauss, y un largo etcétera de elogios y críticas. Describe igualmente el autor la ola expansiva de las notas del músico allende las fronteras alemanas, describiendo diferentes recepciones, poniendo especial énfasis en el caso de los USA...o algún pasaje de Lohengrin convertido en banda sonora de no pocas bodas.

Como no podía ser de otro modo de la mano de Ross acudimos a Beyruth, y allá en el teatro que se convirtió en lugar sagrado para cualquier wagneriano de pro, se nos entregan algunas características sobre los, en especial las, visitantes y se da a conocer una sorprendente información que liga a las mujeres y a los homosexuales con el compositor que siempre fue considerado un misógino debido a los papeles que asignaba a las féminas en sus obras (puede verse el sabroso capítulo 7: VENUSBERG: Wagner feminista y gay), del mismo modo que conocemos las veleidades satánicas y esotéricas del sujeto, su negritud ( y los elogios de algunos líderes de tal color, W. Du Bois) y su vena judaizante (llamativo resulta la admiración que el fundador del sionismo Theodor Herlz tenía hacia la música de Wagner, lo que le hacía dudar de la razón de su fe), oímos su música en diferentes bandas sonoras de sonados filmes, con alusiones a Apocalyse Now, o a alguna conocidas gracia de Woody Allen, o hasta en algunas escenas de dibujos animados...en las que la obra wagneriana queda asociada con ansias militaristas e imperialistas, posturas que, desde luego, nada tenían que ver con los posicionamientos del caballero...del que se resaltan su pacifismo, y las distintas etiquetas que se le han asignado: socialista feudal, anarquista, dadaísta, revolucionario conservador, etc., etc., etc.

Y lo que para Alex Ross fue, según confiesa, "la gran educación de mi vida", se convierte para los amantes de la música, no sólo, en un torrente de informaciones que son combinadas con singulares anécdotas circunstancias que amplían el abanico de interés con el centro de gravedad que lleva por nombre Wagner desplegado en su contradictoriedad camaleónica.