Imagen: rafaelcondill.blogspot.com
Cuenta la historia que en el siglo III a.C. los alquimistas de la dinastía china recibieron el encargo más importante de sus vidas: Buscar el elixir de la eterna juventud así como la fórmula de la inmortalidad. Y si no nos han mentido, parece que nunca consiguieron alcanzar tal meta, pero en su camino dieron con otro descubrimiento completamente opuesto al deseado obteniendo de el, la pólvora.
La intención de aquellos que pensaban que alcanzarían edades eternas y sin arruga alguna se recogió en el libro llamado “para prevenir mezclas” donde se plasmó que mezclando azufre con nitrato de potasio se producía una explosión fortuita. Aquel descubrimiento se convirtió en uno de los más importantes de nuestra historia, aunque sobre todo, por el poder destructivo al que fue destinado.
La pólvora, que comenzó a utilizarse como base de los explosivos en el siglo VIII por la dinastía Tang y que posteriormente, se convirtió hacia el siglo XIII como único explosivo conocido ha dejado a su paso desde esa fecha hasta hoy millones de muertes, cuando la intención inicial fue que se utilizará para perpetuar la vida y no para arrebatarla.
Y aunque el descubrimiento del llamado “polvo negro” también ha servido para que disfrutemos de los fuegos artificiales o para poder demoler edificios, o en la minería se use, de forma controlada; el carácter autodestructivo del ser humano se antepone a cualquier otro elemento como vemos, desde tiempos remotos.
¿Con esto qué quiero decir? Se preguntarán ustedes después del breve relato histórico. Pues quiero demostrar que a veces se intenta buscar una fórmula inexistente y cuya probabilidad de éxito solo va a residir en las consecuencias opuestas aportadas con el experimento. En la dinastía china intentaron ser jóvenes eternamente e inmortales; y lo que consiguieron fue crear una de las armas más mortíferas del mundo. Así que, cuidado con aquellos que experimentan buscando lo mejor para los suyos, no vaya a ser que al final el efecto sea totalmente contrario al deseado.
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…
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