Empezamos por una senda preciosa y agradable junto al río; pronto la pendiente se hace considerable hasta llegar a una cabaña donde la sombra aplaca el intenso calor.
El fondo del valle ya queda muy atrás y nuestras miradas ojean el horizonte y no dejan de buscar los hitos y marcas que nos lleven por el camino correcto. Arriba, junto al primer lago, están los montañeros de verdad, extasiados por la belleza del paisaje. Una manada de caballos aún contribuye a ensalzar el lugar. Enfrente un refugio, pequeño, a modo de contenedor al que no le faltaba nada de lo indispensable ante unas condiciones climáticas extremas.
El paisaje se vuelve casi lunar, sin vegetación, sólo piedras, grandísmos desniveles y mucho calor. El agua escasea y llegamos a un collado donde nos reagrupamos con nuestros colegas andarines donde hicimos la última gran cumbre de La Porta del Cel.
Llegamos a la cabaña de Boldís donde estaba el último punto para clicar nuestro pasaporte y que certifica el cumplimiento de la totalidad del trazado.
El sendero se vuelve zigzagueante, pesado y con el final de la ruta a nuestros pies. Parece que por mucho que andemos no avanzamos. Tavascán está ahí bajo, muchas ganas de llegar y descansar después de esta larguísima estapa. Los pies están ardiendo.