La recién llegada era una chica joven de piel clara, posiblemente fuera autóctona de aquellos países del norte en los que el sol llegaba prácticamente a cuentagotas. Tenía un aparente porte de altanería, pero bajo esa mera apariencia latía el corazón alocado de una chiquilla, como el aleteo veloz de un pajarillo fuera de contexto. Sus ojos azul grisáceo resaltados con singulares sombras, transmitían serenidad, el espectador era trasladado con tan sólo verla apenas unos instantes a la orilla del mar. ― Hola me han dicho que tenía que venir a esta hora. ― Aclaró la joven revelando una tenue dulzura en su voz.― Correcto. ― Aseveró la anfitriona. Era esta una mujer de rasgos leves, alta mayestática, sin embargo el corte de su cara redondeada hacía recordar al de un chiquillo juguetón bromista, quizás años atrás se hubiera portado como tal. Con un ademán elegante le pasó uno de los candelabros de varios brazos.― Toma enciéndelo. ― Le ordenó a la visitante añadiendo unos cuantas cerillas como insospechado regalo.
La recién llegada algo contrariada por la falta de cordialidad y por el atuendo que portaba hizo un mohín de disgusto que nadie percibió. Se mordió sus generosos labios coloreados para la ocasión de color rojizo. Su cabello color castaño poseedor de unos bellos reflejos cobrizos se mecía bajo una lejana brisa procedente de una ventana cercana. Fue encendiendo de forma cadenciosa cada una de las velas blancas. La vaga oscuridad que los rodeaba fue suavemente sesgada por su luz. Instante en el que la oficiante se percató de que no sólo estaban ellas. Varios hombres y mujeres vestían túnicas negras al fondo de la sala, formando un improvisado círculo. Coincidía en la oscuridad de la vestimenta y en los detalles florales con las paredes que la acogían , pero la suntuosidad de su tela, así como el corte, sobrepasaba la minimalista elegancia del resto de brujos allí congregados.