Que el protagonista sea un humorista de éxito, ya retirado, que no cree demasiado en el humor porque no cree en la humanidad es todo un acierto. Daniel, como cualquier ser humano, anhela sacarle jugo de la vida, experimentar el amor, la amistad, los hijos... Pero sufre plenamente el mal de los cínicos, de los que no pueden tomarse nada en serio. En eso ha basado su carrera profesional, que le ha reportado grandes dividendos, pero ¿sirve para la vida real? Al menos afrontarla con dinero es una ventaja. Daniel lo intenta, pero su deseo de sexo fácil, de placeres inmediatos, le puede. Además, no puede soportar el hecho biológico de envejecer poco a poco. Su lema vital podría ser éste:
"(...) si agredes al mundo con suficiente violencia, él te acabará escupiendo su cochina pasta; pero nunca, nunca te devuelve la alegría."
Como novela que puede inscribirse en la ciencia ficción, La posibilidad de una isla, funciona a dos niveles. Por un lado conocemos las circunstancias vitales más íntimas de Daniel y por otro se insertan relatos de sus sucesores a modo de clones, mediante los cuales podemos conocer el mundo que han heredado y sus extrañas costumbres. Porque la esencia de la narración es la ascensión de una secta, a cuyos eventos Daniel comienza a asistir, inspirada en las doctrinas de los raelianos y la cienciología. En esencia, su mensaje contiene una extraña mezcla de ciencia, religión y parapsicología. Se pretende llegar a la inmortalidad mediante la clonación humana, por lo que sus miembros han de dejar muestras de su ADN a sus científicos. Un engaño bien orquestado, como suele ser frecuente en las religiones, populariza esta fe y hace que acabe triunfando sobre las creencias tradicionales. Aunar ciencia y fe quizá sea la fórmula del futuro en el mercado de las religiones.
Sea como fuere, al final la secta logra cumplir sus promesas y dejar descendencia clónica sobre el mundo. Muchos siglos después de la existencia del primer Daniel, estos nuevos hombres son una versión mejorada de los anteriores. Viven solos (una especie de catástrofe nuclear o ecológica que ha asolado el mundo tiene mucho que ver) en cumplimiento de las enseñanzas de una líder a quien denominan Hermana Suprema:
"La inteligencia permite el dominio del mundo; solo podía aparecer en una especie social y por mediación del lenguaje. Esa misma sociabilidad que había permitido la aparición de inteligencia iba más tarde a estorbar su desarrollo, una vez que se perfeccionaron las tecnologías de transmisión artificial. La desaparición de la vida social era el camino, enseña la Hermana Suprema."
Es curioso que estos nuevos hombres, aislados y autosufientes, acaben cayendo en los vicios de sus antepasados: la necesidad de afecto, la curiosidad por saber que hay más allá del propio horizonte... Al final resulta que la esencia de la humanidad, por mucho que nos modifiquen los genes, acaba surgiendo.
A todo esto, la lectura de La posibilidad de una isla posee un particular interés para nosotros los españoles. La mayor parte de su acción transcurre en nuestro país y Houellebecq no ahorra estocadas a nuestras costumbres y forma de ser. España aparece como un país que avanza rápidamente hacia la modernidad, pero que no es capaz de abandonar en el camino ciertos usos ancestrales (machismo, incultura, brutalidad) que nos han acompañado en nuestra historia. El urbanismo salvaje, las infraestructuras desmesuradas, los gustos musicales infames y nuestra vida noctámbula aparecen sin ningún rubor. Pero el mayor puyazo aparece en esta frase, que dejo aquí como materia de reflexión:
"(...) a los españoles no les gustan nada los programas culturales ni la cultura en general, es terreno que les parece profundamente hostil, a veces tienes la impresión, cuando hablas de cultura, de que se lo toman como una especie de ofensa personal."