Este análisis comienza en la Segunda República española, cuando los intentos por cambiar España de quienes por entonces gobernaban chocaron con la realidad de un país, que como el autor refiere “tiene cuatro conflictos básicos (y no solventados): el debate entre monarquismo y republicanismo”, o más bien “el conflicto entre republicanismo y las preferencias políticas no republicanas”; “el debate entre clericalismo y anticlericalismo”; “el dilema centralismo-regionalismo”; y “el existente entre las clases propietarias y el proletariado”. Aunque detalla que este último será distinto según sea el proletariado industrial o del campesinado, donde la reforma agraria y el reparto de tierras era uno de los ejes de la disputa.
La Segunda República intentó reducir todos estos matices a “la tosca fórmula del todo o nada”, señala Javier Terrón, quien cita al profesor Francisco Murillo Ferrol para explicar el consensus republicano: “acuerdo existente sobre los términos del juego político mismo, que no impide la existencia de puntos de vista muy diversos sobre los problemas concretos; antes bien, que es precisamente lo que hace posible que estos puntos de vista puedan coexistir sin destruirse mutuamente”. Pero este intento, tiene su principal problema en las clases propietarias españolas que según Antonio Gramsci provocan una “crisis orgánica”. “Al llegar a un cierto punto de su vida histórica, los grupos sociales se separan de los partidos tradicionales; es decir, los partidos tradicionales, en su determinada forma organizativa, con los hombres determinados que los constituyen, los representan y los dirigen, dejan de ser reconocidos como expresión propia por su clase o fracción de clase. Cuando se producen estas crisis la situación inmediata se hace delicada y peligrosa, porque queda abierta a soluciones a la fuerza, a la actividad de potencias oscuras, representada por hombres providenciales y carismáticos”. ¿Se estaría refiriendo a Franco?
Ante la poca cohesión existente en España en 1936, el autor afirma que la única solución de una sociedad divida en dos, fue la guerra. Aunque no estuvieran ni seguros a qué clase pertenecían, los españoles fueron a las armas. Para Javier Terrón se podían dividir en “clase en sí y clase para sí, esto es el grado de conciencia de clase que los miembros de un grupo que comparten una misma posición económica, poseen”. “El bloque dominante estaría compuesto por los terratenientes del centro y sur del país, la alta burguesía catalana y castellana, la masa campesina católica de algunas provincias del Norte (sobretodo Navarra), así como la vieja clase media –la burocrática y la residual feudal- de la mayoría de las grandes ciudades”, refiere el autor citando a Salvador Gines, quien continúa: “Del otro lado, el bloque dominado lo constituirían los trabajadores industriales, sobre todo de Madrid y Barcelona, los campesinos sin tierra del centro y sur de España, así como una sección minoritaria pero importante de la clase media tradicional, la intelligentzia, la pequeña-burguesía catalana y la gran mayoría del País Vasco”.
El nuevo gobierno tras la Guerra Civil, tuvo su columna vertebral en el ejército y la Iglesia “como principal suministro ideológico”, así como los falangistas, los tradicionalistas y monárquicos. Tantas ideologías unidas bajo Franco tuvieron una lucha interna constante por hacer prevalecer sus ideas al resto durante la dictadura. No obstante, en un primer momento se centraron en “crear una ideología alternativa a la derrotada”, señala Manuel Ramírez Jiménez, “era alternativa no sólo al socialismo y al comunismo, sino también al radicalismo liberal de algunos de los grupos republicanos burgueses”. La ideología pequeño-burguesa termina imponiéndose porque está a medio camino entre la burguesía y el proletariado, como el nuevo Estado; rechaza a las grandes fortunas, cree en las condiciones igualitarias de competencia, en el esfuerzo y la capacidad personal, y en un “Estado neutro por encima de las clases, capaz de cubrir las necesidades de todos los individuos y de funcionar como árbitro de los posibles conflictos particulares”, agrega Ramírez Jiménez.
Sin embargo, el naciente Estado más que adoptar una ideología concreta, se convierte en un Estado de excepción o Estado autónomo, como el autor de este libro explica “opera por encima incluso de los intereses de sus fuerzas de apoyo, las cuales han renunciado a los mismo en beneficio de los mediatos, amenazados real o imaginariamente por el poder de la clase obrera. El Estado rompe su aparente neutralidad, renuncia a su papel de árbitro para descender en defensa abierta de los intereses burgueses objetivos: el mantenimiento del modo de producción capitalista. El franquismo surge como instrumento eficaz del bloque agrario tradicional o de su expresión política, el Frente Nacional, para liquidar la lucha de clases”. Las reglas democráticas por tanto no tienen sentido en este tipo de Estado que precisa intervenir en todo, así una de las primeras acciones del régimen será la privatización de la prensa, siguiendo el ejemplo de la Italia fascista.
CONTINUARÁ...NOTA: Esta reseña sobre el libro La prensa en España durante el régimen de Franco: un intento de análisis político de Javier Terrón Montero, es parte de una actividad extracurricular para la asignatura Historia del Periodismo Español. Espero que como a mí, los ayude a entender parte de ese período gris de la historia de este país. Pueden comprar el libro en la librería del Centro de Investigaciones Sociológicas.