Si únicamente hubieran existido los viejos medios, los periódicos y las cadenas de radio y televisión, ni Zapatero habría tenido que escapar del primer plano político con el rabo entre las piernas, ni el rey habría tenido que comparecer, compungido y fingiendo arrepentimiento con profesionalidad, ante las cámaras de televisión por su error y falta de sensibilidad al dedicarse a cazar elefantes mientras la sociedad española se arrastra, humillada y asustada, por la pobreza y el estiercol creado por los políticos. Sin una prensa ciudadana libre y pujante en Internet, habrían bastado, como en el pasado, unas llamadas telefónicas a directores de medios desde la Zarzuela y la Moncloa para tapar los dramas que afectaban a Zapatero y al monarca.
Por fortuna, la prensa sometida, tras haberse vendido, alineado con alguno de los grandes partidos y renunciado a la verdad, se hunde. El deterioro debe ser fatal cuando Juan Luis Cebrian, uno de los fundadores de "El País", reconoce que ya no cree en la prensa: "Los diarios de papel ya no vertebran la opinión pública", ha dicho.
La importancia y la influencia de los viejos medios de comunicación desciende cada día más, por fortuna para la democracia y para la decencia. El pueblo se siente traicionado por unos medios que se han vendido a la publicidad y al poder, traicionando su deber democrático de aportar verdad y fiscalizar a los grandes poderes con información libre, crítica e independiente. Los ciudadanos más conscientes, ante la sucia traición mediática, acuden a Internet, donde encuentran información valiente, libre y no sometida al poder y al dinero. Y ese abandono creciente de los grandes medios por parte de los ciudadanos está transformando no sólo el panorama informativo mundial, sino también las costumbres y comportamientos de las clases dirigentes, acostumbradas a ser impunes y a cometer todo tipo de fechorías sin tener que pagar por ello.
Los políticos de todo el mundo sienten cada día más miedo ante la prensa cívica y libre que copa Internet, ante la irrupción fascinante y positiva de millones de ciudadanos que, armados con teléfonos móviles y ordenadores, informan con libertad y frescura, poniendo en evidencia el cobarde y sucio sometimiento de muchos periodistas y medios a los partidos políticos y al poder gobernante. Ese periodismo tradicional, cada día más del pasado, ha cerrado los ojos ante fenómenos y dramas que deberían haber denunciado, sobre todo tres: la corrupción galopante que inunda las estancias del Estado; el asesinato de la democracia y su traicionera sustituición por una oligocracia distatorial de partidos políticos; y el abuso, la ineptitud, la inmoralidad y la impunidad con que se ejerce muchas veces el poder político.
Pero ese miedo de los poderosos a Internet y a la libertad de prensa no está generando un cambio positivo en las corruptas e inmorales clases dirigentes que les incline hacia la decencia, sino todo lo contrario. La tendencia a la libertad y a la fiscalización del poder a través de la información está siendo neutralizada con sucios movimientos del poder hacia el control de los medios libres y maniobras orientadas a comprar, marginar, acosar y hasta asesinar a los informadores libres, con tal de silenciar la verdad. La prueba es que cada año son eliminados más periodistas libres y críticos en el mundo, sin que la sociedad llegue a saber quien los ha mandado matar, pero siendo consciente de que en su mayoría fueron víctimas del narcotráfico y de distintas mafias vinculadas al poder.
La degradación de la información ha sido paralela al deterioro y asesinato de la democracia. Los periodistas libres fueron derrotados en las redacciones y sometidos al poder de los editores, flanqueados por los poderosos marketinianos y los publicistas, que se dedicaron a vender impunidad a los clientes a cambio de anuncios bien pagados, aunque para ello tuvieran que acabar con la libertad de información y de prensa. Después de aquella derrota inicial de la libertad, el desastre sobrevino con gran rapidez: los ciudadanos perdieron su derecho fundamental a ser informados verazmente y los poderosos, aliados con editores y dominando medios, se hicieron cada día más impunes, arrogantes y mafiosos. El resultado: la muerte de la democracia, el imperio de la corrupción y el reino de la indecencia, cumpliendose la advertencia de los pensadores clásicos de que "sin una prensa libre, la democracia es imposible" y también aquella otra que establece que el dominio y de los medios de comunicación por parte del poder "es la columna básica de la tiranía".
La democracia y la justicia, arrasadas y prostituidas por los partidos políticos y sus poderosos aliados, están resucitando poco a poco, gracias a la reacción rebelde y decente de millones de ciudadanos que, cansados de ser manipulados, engañados, maltratados y saqueados por los políticos, buscan verdad y libertad en espacios nuevos. Es una guerra en toda regla entre la sociedad y los tiranos, entre los que luchan por un mundo mejor y los que se empeñan en llenarlo de excrementos. La batalla informativa es uno de los escenarios cruciales de esa auténtica guerra mundial en curso.