La fotografía corresponde a Keith Rupert Murdoch, el gran magnate de la prensa mundial, propietario de cabeceras tan importantes como The Sun y The Times o los conglomerados de cadenas vía satélite,Fox y Sky, la corporación de medios de comunicación más grande e influyente del mundo. Es también el hombre a cuyas órdenes inmediatas trabaja José María Aznar, ex presidente del Gobierno de España.
Si no todo el problema, una gran parte de él es la prensa.Que hay algo que cambiar en el sistema económico financiero es evidente. Pero será completamente imposible hacerlo, si la prensa sigue prestando plena cobertura a los culpables de la crisis.El mundo lo hemos organizado de tal forma que toda la fuerza promotora reside en las corrientes de opinión. Quien es dueño de esta opinión es dueño del mundo.Y otra evidencia es que la prensa está profundamente corrompida. Y se medirá “y usted ¿por qué se detiene a mitad del camino?, la prensa no es que esté corrompida, es la promotora de la corrupción porque ella misma forma parte fundamental de la estructura que sostiene al sistema capitalista”.Vivimos, se dice, malos tiempos para la lírica y yo doy un paso más, para la lírica siempre serán muy malos tiempos porque lo bueno, el bien, es demasiado escaso por naturaleza.El capital, el gran culpable de todo, antes incluso de que así lo denunciara Marx, lo estudia todo cuidadosamente porque la elaboración de proyectos es una de sus tareas fundamentales.Pero el problema no reside en que una parte fundamental de la ecuación cumpla con todas sus obligaciones, entre ellas, si no la principal, la de intentar siempre engañarnos.El problema reside en esa indestructible credibilidad que nos aflige a todos los que vivimos en este puñetero mundo.Desde la infancia, se nos ha imbuido el hábito de creer, es por eso que las iglesias luchan tan duramente por dominar esa etapa de nuestras vidas, ya que lo que aprendamos entonces será un lastre imposible de desterrar de nuestras crédulas mentes.Asistimos a la escuela, creyendo ciegamente que aquel maestro venerable, que nos lo enseña casi todo desde las primera letras, nos está contando, diciendo, enseñando la verdad, cuando lo que hace, el pobre hombre, es lastrarnos para siempre con una interminable serie de mentiras, que a él también le han inoculado en vena previamente.Y, así, se establecen, para siempre, los cimientos para construir sobre ellos el edificio indestructible de la gran mentira: todo lo que se nos dice habitualmente, desde todos ámbitos, es una definitiva falsedad, el mundo no es, no puede ser tal como nos lo enseñan, porque entonces no merecería la pena vivir y todos nos deberíamos entregar a un gran suicidio colectivo.Y el gran impostor, siguiendo el hilo del razonamiento, es lo que hemos dado en denominar genéricamente la prensa, los jodidos medios de comunicación, ésos que conforman cotidianamente, pero para siempre, la opinión pública, ésos que, ahora, en su inmensa mayoría nos dicen que la culpa de la debacle económica que nos aflige la tiene Zapatero, cuando ellos saben mejor que nadie que este pobre hombre no tiene la culpa de nada porque sólo es un mero títere, una marioneta que sólo hace lo que quieren los que manejan los hilos detrás de la carcasa del escenario.Y ustedes me dirán “y, ante este penosísimo y duro panorama que se contempla desde el puente de Miller, ¿qué es lo que podemos hacer?Y ésta sí que es, de verdad, la gran pregunta.Y la respuesta yo no la sé. Si la supiera no estaría ahora, aquí, escribiendo estas negras letras en la pantalla de mi ordenador sino en el vértice de la pirámide porque el que sepa la respuesta tiene también la llave del mundo.¿O no? Porque el autor, o los autores, de este desastre universal que es la vida tal como nos la han organizado los que pueden hacerlo, sí que saben por qué todo es así y yo no creo que este inmenso infierno en el que han transformado nuestra vida, la vida de la inmensa mayoría de los ciudadanos de a pie, sea la única alternativa existente. Otra vida mejor tiene que ser posible y este sentimiento esperanzado, esta premonición sea tal vez la culpable de que todos tengamos ante el futuro lo que el genial Sartre denominó “la sucia esperanza”-