LA ‘PREOCUPANTE’ CUESTIÓN DEL PIROPO Sorprende que con los fregados en que está metido el poder judicial, algunos de sus integrantes pierdan tiempo y energías en banalidades como el piropo. Lo siguiente será sacar a colación si son galgos o son podencos

Publicado el 21 enero 2015 por Carlosdelriego


Piropos callejeros de este jaez están más en desuso que
 los curas de esta imagen de Catalá-Roca

Hace unos días salió en todos los periódicos: el Consejo General del Poder Judicial, por medio de la presidente del Observatorio de Violencia de Género, Ángeles Carmona’, se lanzó a todas las portadas al declarar que “el piropo es una invasión a la intimidad de la mujer (…), y nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de la mujer”. Y para demostrar la importancia del problema desveló que en El Cairo las mujeres van con auriculares para no escuchar lo que continuamente les dicen los hombres; en principio no parece que el ejemplo de la capital de Egipto sirva para España, pues nada tiene que ver lo que pasa allí con lo que hay en las calles españolas; además, tampoco puede decirse que el principal problema de las mujeres en los países musulmanes sean los piropos…, en fin que, puestos a elevar la voz por el género femenino en estos lugares, es fácil encontrar otros motivos muchísimo más graves…
Sea como sea, el asunto demuestra un par de cosas. Primero que en ese consejo general no deben tener mucho que hacer, pues es fácil encontrar numerosas causas de mayor interés y provecho para la población por las que elevar la voz. Segundo, que quienes integran esta cuadrilla están lejos de la calle, ya que la cosa no puede estar más en desuso; la imagen de viandantes y obreros diciendo vulgaridades y ordinarieces a ‘Mari’ se ve menos que el Nodo. Así, lo que muestra el vídeo de la mujer que, paseando por Nueva York, es piropeada, mirada de soslayo y aludida toscamente (si es que no está manipulado), es prácticamente imposible que suceda aquí (seguro que este vídeo ha influido en la ocurrencia de la señora del observatorio); y además, hay otro vídeo similar en el que el protagonista es un hombre. Asimismo es fácil observar que las féminas han adoptado en las últimas décadas actitudes y comportamientos hasta hace poco exclusivos de los hombres, como la costumbre de soltar tacos continuamente y proferir amenazas e insultos groseros, o como el auge de las fiestas con ‘stripers’ masculinos exclusivas para mujeres; en ese sentido, también se han soltado la melena a la hora de tirar flores y lisonjas a los chicos (a veces con varonil zafiedad), aunque sólo en ambientes de confianza y familiaridad.
Hay que entender que se refiere la consejera Carmona a quien se dirige a una desconocida por la calle; es decir, no tendrán igual consideración las zalamerías y cucamonas a una desconocida en la acera que los cumplidos, más o menos vastos, a la compañera de trabajo que devuelve una sonrisa. ¿Y decir a una mujer cosas como ‘¡qué ingeniosa eres!’ no es, en realidad, una alusión evidente a su intimidad? Si se reflexiona detenidamente sobre el asunto, se puede concluir que hay más atentado a lo estrictamente íntimo cuando un desconocido se te acerca y te pregunta por qué partido votarás o cuál es la radio que más te gusta; estos abordajes callejeros sí que son, sin duda, mucho más atentatorios a la intimidad que el piropo (no confundir con la grosería, que es más insulto que otra cosa), puesto que, en puridad, las palabras zafias y rastreras se refieren no a la intimidad, sino exclusivamente a la superficialidad, a lo que se ve por fuera. En todo caso, el ya muy inhabitual (y más bien palurdo) ‘¡tía buena!’ a una desconocida sentará mal a unas y no tan mal a otras, pero parece exagerado darle importancia judicial, salvo que la cosa no se quede ahí y se convierta en verdadero acoso, que ya es otro cantar.
Otro aspecto desde el que analizar el tema es el de la comparación con otras controversias más o menos relacionadas. Por ejemplo: si la libertad de expresión incluye infamar, denigrar, menospreciar, insultar a otras personas, instituciones o religiones, ¿el piropo debería tener idéntica consideración y ser valorado como libertad de expresión?; o lo que es lo mismo, largar una grosería a la viandante solitaria ¿es cosa peor que vocear, editar, publicar que la única iglesia que ilumina es la que arde o que los banqueros son todos ladrones? ¿No invade más el derecho personal el insulto? ¿Y la invasión telefónica, casera o callejera sobre gustos y preferencias, o propagandística, a que se somete al ciudadano? Asimismo, si el piropo es considerado evidencia punible de machismo ¿no deberían verse con idénticos ojos las groseras y explícitas imágenes que la publicidad vierte continuamente en televisión?
En fin, que levantar tanta polvareda por cuestión tan escasa supone una desproporción casi hilarante. Sobre todo teniendo en cuenta la levedad con que el poder judicial mira otros actos más gruesos, incluso delitos graves.

CARLOS DEL RIEGO