El fútbol; ese maravilloso deporte que gusta tanto verlo como practicarlo. Que une a ricos y pobres, a los de un lado político y a los de otro, a los canijos y a los "gorditos", a los solteros y a los casados...
Y es que, cuando nos adentramos en las profundidades del fútbol amateur y más aún en el de las pachangas; el fútbol se convierte en una vía de escape, nuestro refugio, el paracetamol recetado por el médico de cabecera que hay que tomar al menos, una vez a la semana.
Pero a nosotros nos da igual, vamos con la ilusión de un chiquillo al campo de fútbol con ganas de demostrar que al menos, aún somos capaces de dar dos carreras y dar pases con el interior al compañero de al lado, que aunque parezca fácil, no lo es.
Una hora de puro espectáculo para el que lo vive desde dentro, pero una hora de vergüenza ajena para el que lo ve desde fuera, que por lo general, no suele ser nadie... menos mal.
Y esto, y me remito a mi primera frase, es maravilloso; una amalgama de tíos bien entrados en la treintena que durante ese ratito se sienten como cuando tenían once años pero con el físico de señores de sesenta y tantos.
Porque esa es otra. El físico. Que da para lo que da, ni más
ni menos. Como no haya cambios, llegando al minuto 50, se empiezan a ver esas miradas de soslayo al que te pasa como un avión y ni se intenta alcanzarlo, o los brazos tirando de la camiseta en un escorzo por intentar apoyarte en alguna parte. Pero lo que más se suele escuchar esos días en los que en el personal está más frito que de costumbre es "¿pero este hombre cuándo va a pitar hoy?" de alguno que está a un sprint de ser ingresado en García Morato.
Y si ya de por sí el físico es cortito, en un año de pandemia en el que podemos dar gracias de "echar nuestros ratitos", es el de Van de Vart cuando llegó al Betis. Porque te abren limitaciones, juegas dos o tres semanas seguidas, vas cogiendo el "tonito" y de repente ¡PAM! Cerrojazo de nuevo durante un mes y a empezar de nuevo.
Y en esas estamos, intentando coger un tono físico que nunca llega y demostrando que a estas edades aún se puede dar espectáculo. Ya cada cuál que decida si es del bueno o del malo.
Pero como decía al principio, esto no es más que la excusa tonta para desconectar un rato, entre colegas, haciendo lo que más nos gusta y terminando como no podía ser de otra manera, en el bar. Porque al final, el resultado es lo de menos.
A ver si puede ser que unos meses la cosa ya está bien del todo y podamos vernos sin mascarillas, seguir pensando que lo podemos hacerlo en el campo mejor de lo que lo hacemos ya y cerrando bares tras el partido un lunes o un martes como si no hubiera mañana; que de eso se trata. De echar un ratito y desconectar.