Además de oficiar el reencuentro con una actriz entrañable y el viaje en el tiempo a una Italia que muchos queremos por herencia, el largometraje de Paolo Virzì propone un canto a la vida y a la figura de la mamma. El personaje que compone Sandrelli encarna ambas cosas, fiel a la idiosincrasia tana, aunque no tanto en el habitual sentido grotesco sino en la tradición extrovertida, sentimental, colorida.
Micaela Ramazzotti, Valerio Mastandrea, Claudia Pandolfi y los chicos Aurora Frasca y Giacomo Bibbiani también se lucen en un film que atraviesa distintas épocas de una familia “disfuncional” según un juicio apresurado. Aunque sin recurrir a la moraleja explícita, el director y (co)guionista deja en claro su postura sobre el amor materno-filial y la maleabilidad de los lazos de sangre.
Al abordar temas delicados como la disputa por la tenencia de los hijos, el síndrome abandónico, el desarrollo de una enfermedad terminal, Virzi evita el golpe bajo y por lo tanto la lágrima fácil. Sin dudas, el elenco aporta lo suyo a la hora de conmover sin apelar a un histrionismo desmedido o estereotipado.
El título de la película retoma aquél de una canción que Anna Nigiotti canta con sus hijos cuando la vida se pone difícil. Algunos espectadores agradecemos la decisión de no traducirlo; de esta manera la distancia parece aún menor entre la Italia con la que a veces fantaseamos y sus descendientes más lejanos.