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Es imperdonable dejar pasar este instante de absoluta atención, en el que el lector busca legitimar su decisión de haber tomado en sus manos este libro en particular. La primera frase debe cautivar al lector, atraparlo o al menos intrigarlo de alguna manera, para que le sea imposible dejar de leer.
Hay diversas maneras de encontrar esa “frase de apertura”, todas válidas, pero lo que no hay que hacer es subestimarla. Por sí sola puede establecer el tono de toda la novela. No hay manera de establecer una regla para obtener una buena frase inicial, ya que influyen demasiadas cosas en su concepción y en su valoración (muchas de ellas subjetivas), pero como leer ayuda a escribir mejor, quizás leyendo ejemplos de primeras frases logremos captar su esencia y generar nuestros propios comienzos con cierta calidad literaria.
Hay primeras frases memorables y muy conocidas, chispas de genialidad que, por más espontáneas y frescas que parezcan fueron concienzudamente pensadas, valoradas, corregidas, editadas y reescritas.
La primera frase de nuestra novela puede ser:
Un principio universal
Esta era la técnica básica de los clásicos europeos. Consiste en abrir la novela con una frase que sintetice un pensamiento que, en forma de sentencia lapidaria, se da a conocer como un dogma, algo más allá de toda duda. Evidentemente el resto de la novela debe confirmar dicha frase. En esta categoría están:
“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.” Orgullo y prejuicio, Jane Austen.
“Todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz es infeliz a su manera.” Anna Karenina, León Tolstoi.
“La vida cambia rápidamente. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida como la conoces termina.” El año del pensamiento mágico, Joan Didion.
“Con todo, creo, los recuerdos de la primera infancia consisten en una serie de impresiones visuales, muchas de ellas muy claras, pero carentes de cualquier sentido de la cronología.” La sirena, Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
“Detrás de cada hombre vivo hay treinta fantasmas, porque esa es la proporción en la que los muertos superan a los vivos.” 2001 – Una odisea espacial, Arthur C. Clarke.
“Todas las historias son historias de amor.” Eureka Street, Robert Wilson McLiam.
“Hay algo curioso sobre las madres y los padres. Incluso cuando su propia hija sea la pequeña ampolla más asquerosa que te puedas imaginar, todavía piensan que ella es maravillosa.” Matilda, Roald Dahl.
Una afirmación simple
A veces todo el peso de la apertura de la novela se pone en la enunciación de un hecho. La tendencia natural es el impacto, la búsqueda de una situación fuera de lo común. El hecho narrado debe ser suficientemente contundente o distintivo como para generar la buscada intriga en el lector:
“Todos los chicos crecen, excepto uno.” Peter Pan, JM Barrie.
“Tuve una granja en África.” Memorias de África, Isak Dinesen.
“Al día siguiente no murió nadie.” Las intermitencias de la muerte, José Saramago.
“Soy un hombre invisible”. El hombre invisible, Ralph Ellison.
“Al despertar Gregor Samsa una mañana, luego de un sueño intranquilo, se encontró en su cama transformado en un insecto gigante.” La Metamorfosis, Franz Kafka.
“Alguien me estaba mirando, una sensación inquietante si estás muerto.” Entre luz y tinieblas, Laura Whitcomb.
“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.” El extranjero, Albert Camus.
Una introducción
Como si estuviéramos en una reunión o ante un auditorio, algunas primeras frases son una introducción, una aclaración de que se va a contar una historia o de dónde ocurrían los hechos. Estas frases siguen la antigua línea de los cuentos orales, que comenzaban con: “Había una vez…” Hay algunas novelas que hasta empiezan advirtiendo al lector que no lea el libro, una inteligente apelación a la psicología inversa.
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra.
“Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero”. Si una noche de invierno un viajero, Ítalo Calvino.
“Sucedía en Megara, arrabal de Cartago, en los jardines de Amílcar.” Salambó, Gustave Flaubert.
“No espero ni pido que nadie crea el extravagante pero sencillo relato que me dispongo a escribir.” El gato negro, cuento de Edgar Allan Poe.
“Esta es la historia más triste que he oído.” El buen soldado, Ford Madox Ford.
“Todo esto sucedió, más o menos.” Matadero cinco, Kurt Vonnegut.
“Las cosas podían haber acaecido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.” El camino, Miguel Delibes.
“Si usted está interesado en las historias con final feliz, sería mejor leer algún otro libro.” Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket, Daniel Handler.
“Si vas a leer esto, no te molestes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate.” Asfixia, Chuck Palahniuk.
Una presentación
Hay escritores que prefieren introducir al protagonista o alguno de los personajes desde la primera frase. Esto se da generalmente (aunque no de forma exclusiva) en las novelas escritas en primera persona.
“Llámenme Ismael.” Moby Dick, Herman Melville.
“Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua.” Mr. Vértigo, Paul Auster.
“Yo no soy malo, aunque no me faltan razones para serlo.” La familia de Pascual Duarte, Camilo José Cela.
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”. El túnel, Ernesto Sábato.
Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico esto y lo otro y lo de más allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos)…” Yo, Claudio, Robert Graves.
“Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca”. El Lazarillo de Tormes.
“El idiota vivía en un mundo negro y gris, matizado por los relámpagos blancos del hambre y las llamas vacilantes del miedo. Llevaba ropas raídas y rotas. Aquí una tibia, afilada como un frío cincel, y allí, en la camisa agujereada, se veían unas costillas como dedos de un puño. Era alto y chato, de mirada serena y rostro inexpresivo.” Más que humano, Theodore Sturgeon.
“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes.” El Capitán Alatriste, Arturo Pérez Reverte.
“El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente.” Harry Potter y la piedra filosofal, JK Rowling.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso”. El guardián entre el centeno, JD Salinger.
“Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo. Su nombre verdadero no importa; todos en Tacuarembó le decían el Inglés de La Colorada”. La forma de la espada, Jorge Luis Borges.
“Samuel Spade tenía larga y huesuda la quijada inferior, y la barbilla era una V protuberante bajo la V más flexible de la boca. Las aletas de la nariz retrocedían en curva para formar una V más pequeña. Los ojos, horizontales, eran de un gris amarillento.” El halcón maltés, Dashiell Hammett.
“Scarlett O’Hara no era bella, pero los hombres rara vez se daban cuenta de ello cuando se veían atrapados por su encanto…” Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell.
“Soy un hombre enfermo… Un hombre malo. No soy agradable.” Memorias del subsuelo, Fiódor Dostoyevski.
Una anticipación de hechos futuros
Con una breve y (por lo general) críptica referencia a lo que va a suceder luego en la historia, algunos escritores buscan enganchar a sus lectores, que no tendrán más remedio que seguir hasta que se aclare éste hecho. Esto puede ser un arma de doble filo si genera más intriga o expectación que la que el hecho resolverá más adelante. La resolución deberá estar a la altura de la promesa.
“¿Encontraría a La Maga?” Rayuela, Julio Cortázar.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo”. Cien años de soledad, Gabriel García Márquez.
“Nadie que hubiese visto a Catherine Morland en su infancia, habría supuesto que había nacido para ser una heroína.” La abadía de Northanger, Jane Austen.
Una acción
Según la escritora de novelas de misterio Patricia Highsmith, las primeras frases de una novela deben poner algo en movimiento, iniciar una acción. No debe ser siempre una acción trepidante, sólo intentar evitar un comienzo estático. Hay muchos escritores que se meten directamente en medio de la acción de sus historias y después (si cabe) explican las causas.
“Tom echó una mirada por encima del hombro y vio que el individuo salía del Green Cage y se dirigía hacia donde él estaba. Tom apretó el paso. No había ninguna duda de que el hombre le estaba siguiendo.” A pleno sol, Patricia Highsmith.
“El hombre de negro huía a través del desierto y el pistolero iba en pos de él” La Torre Oscura I, El pistolero, Stephen King.
“Ellos disparan a la chica blanca primero.” Paraíso, Toni Morrison.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.” Pedro Páramo, Juan Rulfo.
“Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie.” Nada, Carmen Laforet.
“Era un viejo que pescaba solo en un bote del Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez.” El viejo y el mar, Ernest Hemingway.
“Escribo esto sentada en el fregadero de la cocina.” El castillo soñado, Dodie Smith.
Una evocación poética, nostálgica o visual
Algunos escritores pretenden transmitir una imagen lírica en sus primeras frases y por ello juegan con las palabras buscando belleza y sonoridad antes que impacto.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.” Historia de dos ciudades, Charles Dickens.
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta”. Lolita, Vladimir Nabokov.
“Siempre me siento atraído por los lugares en donde he vivido, por las casas y los barrios.” Desayuno en Tifanni’s, Truman Capote.
‘Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado’. Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé.
“La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores.” La señora Dalloway, Virginia Woolf.
“Había una vez una mujer que descubrió que ella se había convertido en la persona equivocada.” Cuando éramos mayores, Anne Tyler.
“En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza. Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste.” El gran Gatsby, F Scott Fitzgerald.
“Los buques a la distancia tienen el deseo de todos los hombres a bordo.” Sus ojos miraban a Dios, Zora Neale Hurston.
“Por la noche me acostaba en la cama y veía el espectáculo, cómo las abejas se colaban por las grietas de la pared de mi dormitorio y volaban en círculos por la habitación, haciendo ese sonido de las hélices, un zzzzzz agudo que zumbaba por mi piel.” La vida secreta de las abejas, Sue Monk Kidd.
“Los moribundos sonidos finales de su ensayo general dejaron a los Laurel Players sin nada que hacer más que quedarse allí, en silencio e indefensos, parpadeando frente a las candilejas de un auditorio vacío.” Revolutionary Road, Richard Yates.
“La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.” El Aleph, Jorge Luis Borges.
“Un sentimiento de honda melancolía invade al director de escena, que, sentado frente al telón, observa la bulliciosa feria.” La feria de las vanidades, William M Thackeray.
“Al despertar en el bosque en medio del frío, y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior.” La carretera, Cormac McCarthy.
“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.” El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez.
Habrá muchas más inicios que se pueden destacar. Cada uno atesora esa frase que captó inmediatamente su atención y lo hizo continuar leyendo: ¿Cuál agregaría usted a la lista? ¿En qué categoría?