En la actualidad son muchas las universidades de todo el mundo en las que las mujeres superan en número a los hombres. Una realidad relativamente reciente. Poco más de 100 años. Durante siglos, aquellas que tuvieron inquietudes intelectuales, científicas o simplemente deseos de saber, tuvieron que conformarse con el aprendizaje autodidacta, la ayuda de alguna alma caritativa que les acercara al conocimiento o la total resignación. Fueron muchos los talentos escondidos y silenciados por la tradición y los prejuicios machistas. Entre todos aquellos cerebros femeninos, una mujer de la fría y tradicional Rusia no dudó en aprender a escondidas, marchar de su país e incluso casarse para conseguir sumergirse en el difícil y complicado mundo de las matemáticas. Sofya Kovalevskaya, que así se llamaba la sabia mujer, dejó perplejos a los hombres doctos de las universidades alemanas y suecas. Muchos de ellos se rindieron a la evidencia de su capacidad intelectual y aunque no pudo conseguir más que un doctorado “en ausencia” llegó a dar clases en la universidad de Estocolmo. Todo un ejemplo de tenacidad y lucha que le valió el reconocimiento póstumo en varias celebraciones en distintas partes del mundo. Y si miramos a la luna, podremos ver también un gran tributo a su valentía, pues uno de sus cráteres lleva su nombre. Estudiando en las paredesSofya Vasílievna Kovalévskaya nació el 15 de enero de 1850 en Moscú en el seno de una rica y conservadora familia latifundista. Como muchas niñas de su tiempo, Sofya y su hermana Aniuta fueron educadas por institutrices. Pronto Sofya descubrió las matemáticas y sintió una inevitable atracción hacia ellas. Sus estudios continuaron gracias a un tutor que le fue asignado en la familia, Y. I. Malevich, quien el introdujo en el verdadero estudio de los números. Su afición creció también gracias a su tío suyo, Pyotr Vasilievich Krukovsky, quien le empezó a enseñar los rudimentos básicos del álgebra y las ecuaciones. Y a pesar de que su padre, un antiguo general de artillería demasiado tradicional como para aceptar la extraña afición de su hija, terminó con los encuentros entre ella y su tío, Sofya consiguió un manual de álgebra que leía a escondidas por las noches mientras todos dormían. Sofya llegó incluso a conseguir unos antiguos apuntes de cálculo diferencial de su tío que se habían usado para empapelar las paredes de su gran mansión y que habían salido a la luz detrás de otros papeles decorados. El padre de Sofya continuó con su negativa incluso cuando un vecino y amigo de la familia, el profesor Tyrtov, les presentó un libro que había escrito él mismo sobre trigonometría. Tyrtov le enseñó el libro a Sofya y advirtió al momento el talento de la joven. Aun así, nadie en su familia parecía querer apoyarla. Un matrimonio liberadorPasados los años, tanto Sofya como su hermana se dieron cuenta de que si querían seguir estudiando de verdad debería marchar de Rusia y dirigirse a otro lugar de Europa. Pero era inconcebible que dos mujeres solas, solteras, viajaran por el mundo. Así que no se lo pensaron y decidieron que una de las dos se casaría por conveniencia. Fue Sofya quien con 18 años se casaba con Vladímir Kovalevski, un joven estudiante de geología que aceptó la propuesta y marchó con las dos hermanas a Alemania. Con aquel pasaporte hacia la libertad intelectual, Sofya y Aniuta se fueron entusiasmadas de Rusia. Pero pronto se toparon con la realidad. Ninguna universidad aceptaría el ingreso de una mujer en sus aulas por muy docta e inteligente que fuera. Sin rendirse, Sofya se puso en contacto con un profesor de la Universidad de Berlín llamado Karl Weierstrass. El recto y tradicional maestro tuvo que rendirse a la evidencia y accedió a dar clases particulares a la joven matemática. Fueron tres años de intenso aprendizaje, entre 1871 y 1874, y de dura lucha por conseguir un reconocimiento público. Fue la insistencia del profesor Weierstrass la que hizo que la Universidad de Göttinger la otorgara a Sofya el título de Doctor in absentia, es decir, a distancia. Conseguido su título, Sofya se topó con un nuevo inconveniente: a pesar de ser doctora, a pesar de sus conocimientos demostrados, ninguna universidad aceptaría sus servicios como profesora.De nuevo desilusionada, volvió a su Rusia natal donde al menos encontró el apoyo de su padre quien por fin había aceptado el destino de su hija. Pero pudo disfrutar escaso tiempo de su reconocimiento porque su progenitor moría poco después, en 1875. El 17 de octubre de 1878 Sofya se convertía en madre de una niña llamada Foufi. Pasó entonces unos años dedicados a su hija hasta que decidió volver a Berlín y a sus estudios matemáticos. En Alemania recibió la noticia de la trágica muerte de su marido, quien se había suicidado. La tristeza de Sofya se mitigó cuando en 1883 recibió la oportunidad de su vida. Un discípulo de Weierstrass y matemático sueco, Gosta Mittag-Leffler, le ofreció dar clases en la Universidad de Estocolmo. Desde entonces, hasta su muerte, recibió una serie de reconocimientos públicos a su trabajo científico. La Academia de las Ciencias de París le concedió el prestigioso Premio Bordin de matemáticas por su trabajo sobre la rotación de un sólido alrededor de un punto fijo y fue elegida miembro de la Academia de las Ciencias de San Petersburgo. Sofya pudo disfrutar poco tiempo los éxitos alcanzados. El 10 de febrero de 1891, una gripe terminó con su vida cuando estaba dando clases en Estocolmo. Tras su muerte, su vida y su labor como matemática no cayó en el olvido. Además de varios reconocimientos en distintos centros y asociaciones científicas, un cráter lunar lleva su nombre. Si quieres leer sobre ella Sonia Kovalévskaya, VVAA El rostro humano de las matemáticas, VVAA