La primera prueba de fuego

Publicado el 22 julio 2016 por Elarien
Siempre se dice que los hijos cambian la vida de sus padres, y cuando las niñas son gemelas esos cambios tienen que empezar antes. Todo el ajuar del bebé se multiplica y no todos los espacios son capaz de albergar la colección de enseres de los bebés. Uno de los espacios más limitados es el del maletero de los coches, la experiencia demuestra que su capacidad puede estirarse más de lo imaginable, pero hasta eso tiene un límite. El problema es que no se puede dejar a una de las crías en tierra con el pretexto de que no hay sitio, pero tampoco se puede empaquetar a dos recién nacidas en una pequeña maleta. Cuando el tito Manolo se vio ante semejante dilema, decidió que tenía que cambiar de coche.
Dos semanas después del nacimiento de las pequeñas, en plena calorina de principios de agosto, sus padres emprendieron el viaje a Linares para presentar a las nuevas princesas en sociedad. Por aquella época las carreteras eran nacionales con un carril en cada sentido, las autovías no empezarían a aparecer hasta mi adolescencia, y las gemelas son algo mayores que yo. En aquel entonces el viaje Madrid-Linares suponía un mínimo de cuatro horas, y eso cuando el chófer era mi padre, con el que no se paraba ni a vomitar (había bolsas para tal fin), ni al baño (en ese caso no quedaba más remedio que aguantarse). Para más inri ni siquiera los coches más modernos disponían de aire acondicionado, la temperatura exterior era a lo máximo a lo que se podía aspirar para refrescar la cabina. El aire manchego y de Despeñaperros entraba por las ventanillas, el ventilador y se movía con la fuerza del abanico de mi tía.
Ese día hacía un calor infernal, y aunque el tito subió al máximo la potencia del ventilador, aquello no mejoró las cosas, parecía fuego lo que entraba por las rejillas. Las dos niñas, acostadas en el cuco en el asiento de atrás, ni se movían, el sopor las tenía en coma. Al llegar a la Carolina, el tito paró por última vez en una gasolinera y mi tía sacó a las bebés para que les diese el aire. Un camionero, al ver su estado, le preguntó preocupado a mi tío.
-¿Dónde van?
-A Linares.
-Pues esos bebés no llegan- vaticinó.
Con esos augurios, continuaron viaje. Llegaron a la granja y lo primero fue ocuparse de las chiquillas, que en contra de la opinión del camionero, aún respiraban, aunque de poco más eran capaces. Las pusieron en un sitio fresco, las remojaron, las abanicaron y les prepararon unos biberones. Poco a poco las gemelas recuperaron el color y el tono muscular. Una vez las niñas fuera de peligro, le dedicaron tiempo a estudiar el nuevo vehículo. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que lo que el tito había llevado encendido todo el camino no era el ventilador, sino la calefacción.
Aquel primer viaje fue toda una prueba de fuego, desde entonces las gemelas son incombustibles. ¡Feliz cumpleaños gemes!