Hasta ahora, en todas las críticas que he redactado para Laboratorio de Prensa he dado una valoración personal, pero tendiendo a la imparcialidad. Sin embargo, en este caso espero que sepáis perdonarme. ¡Me emociono al referirme a esta historia, no lo puedo evitar! Bueno, allá vamos.
En cuanto a las situaciones, no sabría con cuál quedarme. Tal vez con el duelo de espadachines en lo alto de los acantilados de la locura. (Durante mi infancia, me sabía de pé a pá los diálogos de la película. De hecho, un grandioso amigo y yo jugábamos a imitar esa escena en lo alto de su cama nido, mientras entrechocábamos nuestras espadas. “¿Por qué sonreís?”. “Porque sé algo que vos no sabéis”. “¿De qué se trata?”. “¡Que no soy zurdo!”). Pero no considero justo olvidarme de la batalla de intelectos, las anguilas chillonas, el pellizco en la mejilla, el "clonc" al albino, la píldora milagrosa cubierta de chocolate, la Brigada Brutal, la historia del pirata Roberts, el pantano de fuego, el “inconcebible”, el “tú mataste a mi padre” o el “como desees”, y tantos otros recuerdos mágicos que me evoca este filme.
¿Individuos clave? Menudo aprieto. Toda persona que participara en este proyecto (Robin Wright, Peter Falk, Cary Elwes…), aunque fuera llevando cafés, se merece la salvación eterna. No obstante, haré un esfuerzo y destacaré la labor de dos hombres, por encima del resto. William Goldman, el escritor de la novela (lectura obligatoria) y del guion de la película, se merece todos mis respetos. Así como Mandy Patinkin, nominado al Oscar por su actuación como Íñigo Montoya.
Da igual cuántas veces la hayáis visionado. ¡Corred! ¡Id a verla! ¡Sacad el libro de vuestra biblioteca municipal más cercana! ¡Compráoslo! Solos, acompañados o en grupo.
Me lo agradeceréis, amiguitos. Un abrazo grande.