Cualquiera que se hubiera atrevido en el reino a apuntar al futuro rey con el dedo y gritar que iba desnudo habría sido tildado de antisistema, de comunista en el peor sentido de la palabra, de pornográfico y obsceno. Por eso la evidencia era solo un murmullo que viajaba de boca a oreja. El sistema, el estado de derecho se había convertido en un estado de derechas y se había alejado de la ciudadanía. Cuando había reuniones, enviaba antidisturbios a las plazas para dispersar los átomos impidiéndoles que crearan células. El sistema se amparaba en la opacidad y en cortinas de humo, tras los que se sentía seguro, desnudo él también, cada vez más frío, más corrupto y agrietado. Y ahora con un nuevo rey que nace viejo, sin tierra, sin espada.