Los hechos acontecidos días atrás en la Universidad de Deusto, que fue objeto de una sátira descarnada en las redes sociales por un presunto agujero de seguridad en su red wifi y que provocó la difusión en internet de falsas fotografías de estudiantes, ha puesto de manifiesto dos cosas: la primera, que las personas tenemos una peligrosa predisposición innata a meter el dedo en el ojo en cuanto nos dan una oportunidad sin pensar en las consecuencias que ello acarrea al resto; la segunda, que también tenemos otra peligrosa predisposición a no poner ningún tipo de cuidado en lo que hacemos en las redes sociales e internet, dejando que documentos, fotografías y vídeos circulen libremente por la red o estén alojados en la nube sin pensar en lo que ocurrirá con ellos.
Yo no sé si en general hemos reflexionado sobre esto, en lo que a mi respecta sí lo he hecho, y mucho, pero creo que conviene darle una pensada. Resulta que no tenemos reparo en cuidar al máximo nuestras propiedades físicas, esas que tanto nos preocupan y que llamamos propiedad privada, pero no asumimos que las fotos, los vídeos, los documentos, etc, que generamos y colgamos en la red también son de nuestra propiedad, son nuestra propiedad privada digital. Y aquí es donde a mi me entran sudores fríos al analizar nuestro comportamiento habitual.
En una época en la que el cloud computing crece como las setas en base a su supuesta gratuidad y a sus supuestas bondades, estamos perdiendo por completo la potestad sobre lo que nos pertenece. Utilizamos infinidad de servicios de Google porque son gratis sin importarnos la pérdida de control. Coleccionamos gigas de espacio para subir documentos a Dropbox sin pensar en que lo que subimos no se encripta. Tuneamos fotos a tutiplén en Instagram generando un valor futuro del que no somos conscientes y del cual no sacaremos ningún provecho, ni nosotros ni nuestros beneficiarios futuros. Nos cabreamos muchísimo cuando alguien plagia nuestros contenidos pero nos importa un rábano subir nuestras ideas de proyectos y nuestros planes de negocio a Google Drive. Y hacemos esto día tras día, red tras red, servicio tras servicio, dando patente de corso a terceros para que se apropien de nuestros activos digitales porque no nos molestamos en leer las leoninas políticas de privacidad.
Creo que tenemos la obligación de entender y asumir que si no ponemos más cuidado en preservar nuestro patrimonio personal digital habrá terceros que sacarán provecho de ello. Ya va siendo hora de que tengamos conciencia de que hay cosas que nos pertenecen a nosotros y no a otros, de que nadie debería lucrarse con aquello que es nuestro, de que podemos compartir, sí, pero dentro de un orden, haciendo pública una parte y poniendo a buen recaudo el resto en un sitio seguro. ¿O acaso compartirías la casa, el coche o el iPhone con el primero que te lo sugiriese?
Pensemos seriamente en ello porque nuestras propiedades digitales de hoy serán el campo de trabajo de la arqueología del futuro, y de seguir así, no saldremos en la foto.