La protectora

Publicado el 21 septiembre 2011 por Alvaropons

En días como éstos, con la que está cayendo con la dichosa crisis, no puedo evitar acordarme continuamente de El perfil requerido, una historieta corta de Keko incluida en esa genialidad que es La casa del muerto, en la que el dibujante retrataba con escalpelo filoso la silueta del “político perfecto”. Era una más de las muchas historietas que conformaban un tebeo que provocaba un espanto profundo, abisal, firmado por un autor ya especializado en andar por el filo de la navaja para asomarse al precipicio de las miserias humanas, plasmándolas a modo de reflexiones inquietantes más próximas al género de terror que al ensayo social. Y es que Keko Godoy, madrileño que muchos recordarán por aquellos primeros pasos de contrastado blanco y negro en el Madriz, ha ido perfeccionando la angustiosa habilidad de desnudar con sus dibujos la psique humana, dejando expuesta una pesadilla ponzoñosa, que tumba cualquier discurso de hipocresía individual o colectiva. Como en aquella película de Carpenter, las historietas de Keko son unas gafas que permiten ver la realidad que oculta la atmósfera de neones coloridos y brillantes que nos rodea, hurgando en nuestra materia gris para activar unas neuronas anestesiadas por el incesante bombardeo mediático. No hay más que recordar esa visión escalofriante de la feliz iconografía de los cincuenta que se marcó el dibujante en 4 botas o las píldoras de hiriente sentido común que ha lanzado en los Almanaques dirigidos por Micharmut.
Poco a poco, Keko ha ido creando con su obra un catálogo de terrores cotidianos, de los miedos que intentamos olvidar maquillados con aroma de McDonalds e iluminación catódica. Un paseo involuntario por un género que pedía a gritos que, por fin, se lanzara directamente a sus brazos. Sin ambages ni intermediarios: si Keko es capaz de erizar hasta vellos que no sabíamos que existían con su retrato de la realidad, ¿por qué no zambullirse a consciencia en terror, en ese género clásico entre los clásicos?
La respuesta tiene nombre La protectora. Y apellidos: Henry James. Nada en Keko es fácil. Su obra es un reto a la inteligencia del lector porque para él mismo es un desafío. Lidiar con el terror no podía ser menos y se pone el listón a una altura estratosférica: continuar a Henry James. Tomar una de las narraciones de terror que más fascinación ha provocado, Otra vuelta de tuerca, y darle una nueva lectura a partir de dónde lo dejó el que es considerado como uno de los escritores más importantes de la historia (Harold Bloom dixit). Una nueva vuelta de tuerca.
Tras los terribles sucesos que desembocaron en la muerte de Miles, la pequeña Flora vuelve junto a la Sra. Grose con su tío, el señor de Bly. Punto de partida para que Keko teja una compleja y opresiva red alrededor de la historia original, que mantiene intacto el juego de ambigüedades de James, pero que ahonda en las razones de la locura que ocurrió en aquella casa. De repente, la enajenación de la institutriz comienza a ser sólo un pequeño resquicio por el que escapar de un entorno insano, en el que iremos descubriendo que aquellas perversiones insinuadas de Quint y la anterior institutriz no son más que una parte del verdadero terror, el de mirarse al espejo de un degeneración asumida como única libertad frente a la imagen que el mundo ha creado de sí mismo.

Keko afina su trazo para dotar a sus viñetas de una atmósfera asfixiante, jugando con imágenes de realidad fotográfica, pero manipuladas a modo de grabados de época hasta conseguir una sensación de irrealidad indefinible. El inmaculado blanco y negro se ensucia de tramas grises de naturaleza orgánica, imprevista y visceral, consiguiendo que una extraña sensación de impudicia se extienda por toda la obra. Composiciones que obligan al lector a detenerse, a tocar la ruptura de las líneas para sentir como se quiebra la razón. Páginas que enfocan su atención a las miradas, a ojos ausentes, a miradas soslayadas, a miradas discretas, a miradas perturbadas y, sobre todo, a ojos que desafían al lector directamente, mirándole sin pestañear trasladando una desazón perturbadora. Llevando la lectura por las cloacas del ser humano para sentir su hedor y sentir miedo, pánico por la verdadera naturaleza de lo que somos.
La obra de James ha tenido muchas adaptaciones, más o menos literales (en el cine, desde Frankenheimer a Amenábar, pasando por la estupendísima versión de Clayton o la curiosa de Eloy de la Iglesia, en la literatura en incluso en el cómic, como la poco conocida versión de Crepax), pero pocas veces han conseguido trasladar esa sensación indescriptible de angustia y desasosiego que transmitía James, de espiral hacia una locura desconocida.
Keko lo consigue.
Ahí es nada, oigan, ahí es nada. (4+)