Por: Carlos B. González Pecotche
Artículo publicado en Revista Logosófica en agosto de 1943, pág. 19
En los estudios efectuados se confirma que no sólo se encuentran tipos de casi perfecto parecido entre los miembros de una misma familia, sino también, y son muchos los casos, entre personas sin vinculación alguna, y aun entre familias provenientes de distintos países.
Si tendemos la vista hacia el mundo y observamos el drama que hoy vive la humanidad, fácil nos será apreciar cuán estériles han sido los viejos moldes en que se calcaron las simientes que hoy se inmolan en la gigantesca pira que arde casi de un extremo a otro del orbe. Y pensando en ello, cabría preguntar si ante el fracaso de tanta energía gastada en aras de metas inalcanzables, no sería el caso de crear una tipología superior que satisficiera con holgura las exigencias de un mundo mejor constituido, y cuya existencia respondiera a los altos designios para los cuales el hombre fue creado.
Es necesario prodigar a todos, y a la juventud en particular, una nueva instrucción, muy superior a la común; instrucción que deberá comprender la extensión de casi toda la vida, desde que el perfeccionamiento humano no es obra de unos pocos años. El conocimiento de ciertas leyes universales permitirá al hombre experimentar la magnitud de sus prerrogativas, cuyo valor es incalculable, y le hará sentir a la vez su enorme responsabilidad frente a los problemas de su existencia y del mundo.
El estudio, el afán de superación, la comprensión clara de las necesidades que reclama la evolución de los pueblos, deberán ser los signos evidentes que nos denuncien la iniciación de una nueva era de verdadera reconstrucción del estado humano, pero a ello habrá de sumarse el cultivo incesante de las facultades que cada uno posea y el enriquecimiento del saber por la conquista del conocimiento en sus más altos alcances y contenidos.
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