La puerta abierta al fusilado

Publicado el 25 octubre 2010 por Jackdaniels

El Castillo de las Guardas es el pueblo típico de la Sierra Norte de Sevilla, de casas empedradas, calles estrechas, cuesta arriba, donde impera el silencio y nada acontece. Pero aquí, como en muchos otros lugares, la quietud que invade recorre cada rincón cayó sobre el pueblo como un telón de plomo. Del mismo plomo que, veloz, irremediable, se llevó por delante cientos de vidas, de nombres, de historias, en medio del estruendo que precedió a este silencio pétreo de décadas.


El sábado, 23 de octubre, una columna de valientes ascendió a la cumbre del pueblo para desempolvar las historias tras años de sombras. Vecinos de El Castillo junto a muchos que allí tienen sus raíces pero que han echado ramas fuertes en lejanos lugares de la provincia, e incluso algunos que desde la Castilla vieja llegaron a dejar caer las hojas en la Sierra sevillana. Entre todos, piedra a piedra, con la argamasa del recuerdo y la palabra, levantaban de nuevo un gran pilar donde la luz del día claro ilumine todos los nombres de los olvidados, grabados para siempre.

"No sabemos dónde está, pero al menos ahora sabemos que no está desaparecido, que no es un extraño".

Tener alguna certeza es el antídoto contra la duda de pronunciar el nombre de un familiar perdido, extraviado sin fin, en aquellos años. Hacerlo es como llamar, sin respuesta, lo que una vez se tuvo entre las manos y ahora no es más que niebla que se esfuma, arena que se escapa entre los dedos y ya no nos pertenece. Nombrarlos es nombrar un fantasma que vaga por los campos, que quiere volver y no conoce el camino.

"Mi abuela vivió con la puerta de la casa abierta de par en par, por si volvía su hermano, desaparecido en la guerra. Así murió, rogando a los vecinos que no la cerrasen".

Los encuentros que organiza todoslosnombres.org, como éste de El Castillo, sirven para abrir la puerta de la casa propia, para que la luz entre y desvele las historias de los olvidados. Para mostrar el camino de vuelta a los nombres que, como fantasmas, se arrastran por el limbo de los años sin que nadie los procure. Para construir con testimonios una casa común por cuya puerta entren todos los que vienen de tan lejos como los llevó el tiempo, a buscar su propio nombre, enterrado en la tierra, sus raíces. A redimirles con una palabra: "aquí estoy, vente conmigo".


Post en colaboración con Jesús Rodriguez, de Sin futuro y sin un duro.