La puerta abierta: Hablemos de Sudáfrica (X) España campeona; Justicia Poética.

Publicado el 12 julio 2010 por Damsam
España ya es campeona del mundo y lo hizo practicando un fútbol espectáculo, ese que enamora a la gente, ese que tan “arriesgado” es, ese que te arranca los “oles” a montones y te pone de pie a cada segundo. Heredera del “jogo bonito” y, paradójicamente, hija de la “naranja mecánica”, la selección española hizo vibrar a un país, unió lo que la política desune y se encumbró como la mejor del mundo entero.
Holanda salió a querer demostrar que se iba a dejar la vida en cada pelota y se pasó de rosca. Lejos de esa naranja mecánica que enamoró al planeta entero en 74 y 78, Holanda repartió leña en cada momento que pudo y se empeñó en perder el tiempo cada que tenía la ocasión. Con la complicidad del inglés Webb, uno de los peores árbitros de los mundiales, los tulipanes se pusieron el traje de karateka y cortaron el fútbol seda español a punta de patada limpia. A saber: Van Bommel, un despreciable jugador, haciendo gala de su oficio de leñador, pateaba a todo aquel que se le asomara y ni siquiera él sabe como terminó el partido sin ser expulsado. Su obra maestra fue lograr sacar de sus cabales a Iniesta, un jugador que no se inmuta por nada y que perdona todo. Ya se puede sentir realizado Van Bommel y de paso unirse a Cristiano Ronaldo en ese selecto grupo llamado “yo logré enfadar a Andrés”. Increíble lo de este “deportista” y ya va más de una ocasión en la que este servidor denuncia el juego sucio que lleva por bandera. De Jong, discípulo del anterior, se equivocó de profesión y confundió el fútbol con el Tae Kon Do cuando le propinó una patada tremenda en el pecho a Xabi Alonso. Jugada de roja aquí, en Sudáfrica y en la China, sin embargo todo se saldó con una triste amarilla. Van Persie se contagió y también repartía palos a diestra y siniestra. Van Marwijk, en declaraciones posteriores dijo que repartir tantas patadas no era su estilo, pero que estaban en una final y jugaban para ganar. Pues bien, es bien sabido que ese no es el estilo de la selección orange, pero yo me pregunto, qué hubiese dicho el seleccionador holandés si hubiese sido España quien empleaba ese fútbol asesino. Claramente hubiera dicho de todo, menos que era una final y que España jugaba a ganarla. Lo siento Van Marwijk pero esas “disculpas” no me convencen.
Asustada por ese fútbol de carnicero, España sosegó su fútbol de seda y cedía en la posesión del balón ante su contrincante. Holanda llevaba por momentos el partido a donde quería. Si la roja volvía a enhebrar la pelota con sus dulces malabaristas, los tulipanes recurrían otra vez a las enseñanzas de Jack el destripador. A golpe limpio, a contragolpe de ocasión y a perder minutos porque me da la gana, Holanda terminó por agotar el tiempo reglamentario y llevar el encuentro a los angustiosos 30 minutos suplementarios. A estas alturas España funcionaba mejor. Cesc, que había entrado sustituyendo a Xabi Alonso en el minuto 86, hizo que la roja ganara en profundidad, en toque, en su juego y se le veía más fresca a España que a Holanda. Andresito pies de oro, en lugar de cansarse conforme pasaba el tiempo, se enchufaba más en el partido y creaba dolores de cabeza a los tulipanes. Su constante desequilibrio le costó la segunda amarilla a Heitinga a falta de 12 minutos para ir a los penaltis. Holanda cosechaba lo que sembraba y se quedaba por fin con uno menos. Cuando todos pensábamos en la lotería de los penaltis y en Casillas y sus milagrosas paradas, apareció el gol del campeonato en el minuto 116. Fábregas, el más fresco de todos, hilvanaba por el medio campo y la pasó a Navas, éste abre para Torres, el niño lanza un centro defectuoso que rechaza la defensa holandesa, pero el balón le cae a Cesc, el catalán ve a Iniesta en tierra de nadie, se la pasa con la precisión de un cirujano y Don Andrés, Andresito, San Andrés, o como quieran, fusila a Stekelenburg a cuatro minutos de la agonía. Andresito pies de oro, el mismo de Stanford Bridge, el mismo de la sonrisa tierna y de la humildad eterna, el mismo que es un ejemplo de jugador, infló las redes holandesas con todo el corazón, con la fuerza de 47 millones de gargantas y la ilusión de saber que convertiría a España en campeona del mundo. El tiempo no daba para más y entre los últimos arreones desesperados de los tulipanes, Webb tomó la mejor decisión de toda la noche y terminó el encuentro. Pitó final y España se coronaba como campeona del mundo por primera vez en su historia.
Mención aparte se merecen las paradas de fábula de Casillas. Le quitó dos goles seguros a Robben entre otras cosas y demostró por qué el seleccionador ha confiado tanto en él y por qué es el mejor del mundo. Mención aparte se merece Vicente del Bosque y sus acertadísimos cambios a lo largo de todo el torneo, su saber estar, su templanza y su humildad. Mención aparte se merece Andrés Iniesta por volver a demostrar por enésima vez que no sólo es un gran jugador, sino también una enorme persona cuando con su gol homenajeó a Dani Jarque. Mención aparte también se merece Sergio Ramos por no dejar que la euforia lo invada por completo y se acordara de Antonio Puerta en medio de la celebración desatada.
Y mención aparte también para una afición tan sufrida como entregada, porque fueron dejando poco a poco ese pesimismo popular hasta convertirlo en confianza incondicional en sus once guerreros. Porque se lo merecen por tantos sufrimientos e injusticias anteriores. Porque el fútbol se los debía, después de que la selección llevara un tiempo prudente practicando un fútbol caviar. Porque siempre se habla de que el fútbol no es justo, pero hoy el fútbol demostró que la justicia en este deporte existe.
España ganó; mejor para el fútbol; justicia poética.
¡FELICIDADES CAMPEONES!