"la puerta de los sueños" (extracto del inicio)

Por Orlando Tunnermann

"LA PUERTA DE LOS SUEÑOS"

LA PUERTA DE LOS SUEÑOS   La profusa maleza gris entre el follaje esperpéntico, que crecía entre los raíles roñosos de la antigua vía del tren, ahora convertida en un mausoleo de herrumbre y detritos, se contorsionaba de un modo calamitoso ante el embate incesante del gélido viento de aquella noche de Julio. El firmamento era un oscuro telón de acero, salpicado de remotos destellos que desplegaban su belleza a través de los confines del universo. Bárbara y Miranda caminaron en silencio haciendo equilibrios sobre los raíles, gozando de la magia hechizadora de aquel paraje solitario. El viento aullaba emitiendo un gemido lastimero; las sombras adoptaban formas tétricas y retorcidas.En aquel paisaje espeluznante se habían desarrollado acontecimientos dramáticos y truculentos. La antigua estación de tren de Arlequín se había convertido en el “reino de los duendes” y los falsos nigromantes que se escondían detrás de las carcasas demacradas de las cosas.Bárbara y Miranda sentían fascinación por ese anverso esotérico de la vida, los misterios más insondables, los peligros que acechan bajo rostros benignos u ocultos tras las rendijas de una calle entornada de un oscuro callejón.     Se detuvieron delante de una gran locomotora de marchito color amarillo. Estaba enganchada a dos vagonetas de tamaño inferior. Su estructura de madera ajada aparecía decrépita; la pintura desvanecida como una bruma ligera. En su interior había enormes sacos de esparto que contenían centenares de cuartillas, albaranes y papeles arrugados.Otros estaban cargados de cables y herramientas obsoletas cubiertas de grasa. El suelo de madera se había convertido en una alfombra de tablones sucios y cubiertos de jeringuillas, envases y botellas de vidrio rotas. En ocasiones, grupos de pandilleros adolescentes, drogadictos y maleantes de la peor calaña erraban por aquel escenario de espanto.   Las gruesas cadenas que aferraran los formidables portones del hangar habían sido forzadas recientemente. En el suelo, mezclados con la tierra roja y los hierbajos, sobresalían algunos eslabones retorcidos y los restos de un gran candado. En su parte superior, acristalada y resquebrajada, aún podían leerse las grandes letras negras del cartel que anunciaba el nombre de la estación: Arlequín.   Bárbara ondeó la mano e hizo señas a Miranda, que todavía proseguía dentro de una de las vagonetas revolviéndolo todo, como si buscara con desespero los restos de un fabuloso tesoro, para que la acompañara a echar un vistazo dentro del hangar. Miranda se reunió con ella junto a los portones y entraron con sigilo.   El tubo fluorescente de la plaza de garaje número 41 se había hecho añicos. Los guijarros, blancos y afilados como dagas, estaban desparramados por el suelo de color oscuro, cubierto de manchas de grasa seca y aceite. Miranda contempló sin gran interés aquel garaje amplio y prácticamente en penumbras. Había chatarra amontonada por todas partes, bidones, botes de pintura.Volvió su atención hacia la plaza de garaje número 41. Algo de grandes dimensiones permanecía oculto bajo una lona suicísima cubierto por un denso manto de polvo.   Retiraron la lona, levantando una espesa humareda que impregnó el aire de partículas de polvo que las hizo toser. Durante unos instantes fueron incapaces de ver nada en absoluto. Al rato, una imagen nebulosa se tornó mucho más diáfana y real, como si surgiera del núcleo mismo de la nube tóxica. Ante sus ojos, atónitas por la incredulidad, apareció un elegante y antiquísimo modelo de Cadillac rojo.La carrocería presentaba un estado impecable, sin embargo, las ruedas estaban pinchadas y los cristales de las ventanas delanteras estaban despedazados. Las puertas y el alerón trasero, de forma aerodinámica, eran blancos.   -¡Me encanta este coche! ¿No te parece una auténtica maravilla, Barbi?Su novia la contempló con desdén, adoptando una expresión hosca. La aborrecía cuando jugaba con su identidad de ese modo, inventando epítetos ridículos. En 5 años de convivencia raras veces le había oído pronunciar su nombre real. Fingió que no le importaba y le regaló una rutilante sonrisa, que confería a su dulce y bello rostro ovalado una expresión angelical.
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