El viaje comenzó en realidad tres años antes de empezar a rodar: “Estuve recorriendo Benín, visité la tumba de mi abuela, conocí su tierra y sus familiares y fue entonces cuando decidí que tenía que llevar a mi padre”, cuenta Santiago, el artífice de esta película.
Fueron 25 días de rodaje en Benín, con actores no profesionales y en distintos idiomas —fon, hausa y francés— que transcurrieron sin dificultad ninguna, probablemente porque contaban con una ventaja: las situaciones que muestra la película reflejan fielmente la realidad que viven en su día a día estos improvisados actores. “Lo importante es lograr que se sientan cómodos y creo que lo conseguimos. Por un lado, trabajaban sobre situaciones reales y, por otro, el equipo estaba muy unido, y eso les dio confianza y tranquilidad. Los actores de la película son mi tía, mis primos, los vecinos… Se adaptaron rapidísimamente y fue muy fácil trabajar con ellos”. Además, contaron con el apoyo local, especialmente desde que vieron que esta vez no era un blanco quien iba a hablar de ellos, sino que los africanos se convertían en los protagonistas de su propia historia.
Un momento del rodaje de 'Puerta de no retorno'
Así, con actores locales, grabando sobre el terreno (muy recomendable su diario de rodaje) y trabajando siempre con mucho respeto, el director ha conseguido uno de sus objetivos, que es mostrar el país de su padre tal cual es, alejándose de los tópicos establecidos sobre el continente. “Es una forma de mostrar esa África viva, con esperanza, una África joven, con sus posibilidades y sus problemas”, afirma.
Y así nos encontramos en la gran pantalla con Benín, un pequeño país (con una superficie cuatro veces menor que España, y nueve millones de habitantes) situado en la costa occidental africana. Vecino de la enorme Nigeria —con la que comparte frontera de unos 600 kilómetros—, de Togo, Burkina Faso y Níger, Benín disfruta desde 1991 de una democracia estable y en los últimos años ha vivido un cierto crecimiento económico que se aprecia en sus calles, principalmente en las grandes ciudades, como Cotonou y Porto Novo, y en la zona costera. Distinta es la situación en las zonas rurales, donde todavía se suceden las escenas de pobreza —Benín se encuentra en el puesto 134 según el Índice de Desarrollo Humano (2010)— y donde autoridades y ONGs siguen luchando contra el tráfico de menores, generalmente utilizados para trabajar en las plantaciones de cacao de Costa de Marfil.
Fotograma de la película. El protagonista, Alphonse Zannou, junto a su hermana,
durante el viaje a la tierra de su madre, para conocer a sus antepasados y poder despedirse.
Y aunque las tradiciones —el clan familiar, los cánticos, el respeto a los mayores— persisten, lo cierto es que hoy en día Benín se parece poco a aquel país que Alphonse dejó a finales de los años sesenta. “Muchas cosas han cambiado, el país es ahora totalmente diferente”, cuenta el actor. Y explica lo mucho que le ha sorprendido encontrarse las calles repletas de vehículos y ver que la gasolina se vende por todos lados, en puestos ambulantes: “Cuando yo era joven se utilizaban los transportes compartidos y la gasolina se encontraba solo en las estaciones de servicio”. Hoy, en cambio, las principales ciudades se encuentran ocupadas por motos y coches que se mueven en un frenético ir y venir, símbolo del progreso de los últimos años pero también del crecimiento desordenado de los grandes núcleos de población.
Artículo publicado originalmente en el blog África no es un país, de El País.es