Tras un tiempo de silencio, que a ninguno de sus seguidores debe extrañar, ha regresado a las mesas de novedades con lo que constituye una decisión de riesgo: iniciar, bajo el nom de plume Fernanda Kubbs, una nueva línea narrativa que, siendo fiel en lo fundamental a su estilo, tono y presupuestos, supone sin embargo un giro temático lo suficientemente rupturista para que el resultado pueda suscitar opiniones encontradas. Y es que donde antes había una línea apenas definible entre realidad y fantasía, ahora se opta directamente por esta última: es la magia el centro del relato, magia de la que convierte unas cosas en otras, de la que exige conjuros y pruebas para ser invocada o superada, de la que recordamos en los cuentos infantiles y que, con el paso del tiempo, ha sido sustituida en la ficción por la ciencia. Semejante elección requiere una actitud singular en el lector, que en cierto modo siempre había estado presente en los títulos anteriores de la autora: debemos suspender el sentido de la verosimilitud de una manera similar a la que, en efecto, desarrollamos de niños. Y dicho planteamiento resulta inexcusable, no hay otros caminos interpretativos que nos permitan salir de la bola de cristal en la que la historia nos encierra. Es una apuesta a todo o nada que dice mucho sobre el vigor narrativo de una escritora que, lejos de conformarse con vivir de las rentar artísticas de una larga trayectoria, trata de reinventarse mediante una profundización en lo que de alguna manera ya estaba larvado en sus relatos y novelas.
Lamentablemente, por cuanto se trata de una de mis autoras predilectas, el tono mágico del libro me ha expulsado de la trama. Comienza muy bien, con ese realismo de fronteras neblinosas habitual en ella que nos va enredando y, de repente, se produce el salto –por lo demás excelentemente narrado-. A partir de entonces somos conscientes de que Cristina Fernández Cubas ha dado paso a Fernanda Kubbs, y debemos decidir, o mejor sentir si queremos acompañarla. No fue así en mi caso, porque la magia elimina todo aquello que resulta admirable en el relato fantástico: la sutileza, la ambigüedad, el decir entre líneas, la escena enigmática, lo que cada lector imagina que ocurre desde una posición activa frente al libro. Por el contrario, el cuento infantil leído en una edad adulta precisa de cierto acomodo mental que simplifica demasiado las cosas, y que sólo puede ser compensado por una trama novelesca llena de interés. Imagino que el triunfo de Harry Potter y productos similares procede precisamente de esto: los trabajos del héroe, sus batallas, incertidumbres y padecimientos sostienen las novelas, que tendrían mucho menos éxito si la línea argumental se redujese a la resolución de uno o dos percances. Tal ocurre en este libro de Fernanda Kubbs, donde las peripecias de la protagonista no dan para el entretenimiento del lector a lo largo de doscientas páginas. La historia, que no revelaré, permitía alguna clase de simbolismo kafkiano que le diese otro relieve, pero la autora se ha ceñido a la creación de un mundo fantasioso al que debemos acercarnos exclusivamente desde una mirada que recupere la ilusión infantil.
El propósito es admirable en lo que supone de vitalidad y ambición, máxime cuando hablamos de una escritora con estilo bien asentado. La propuesta, sin embargo, tiene mucho de salto al vacío. Habrá lectores que la reciban mejor que otros, y a Fernanda/Cristina corresponderá decidir si continúa esta vía recién abierta. En mi opinión, el libro de la magia debería cerrarse y volver a la estantería del cuarto oscuro donde estaba. Porque allí dentro, entre las sombras, seguro que ocurren muchas otras cosas.