La hija del guardián de ososTeodora nació en los primeros tiempos del siglo VI en el seno de una familia de origen sirio. Su padre era el domador de osos de la facción de los Verdes del hipódromo. La pobre situación de su familia se agravó con la muerte de su padre. Teodora y sus hermanas Comito y Anastasia se introdujeron entonces en el mundo del teatro, una esfera social muy ligada a la prostitución. La belleza y el poder de seducción de Teodora hicieron de la joven una de las artistas más populares de Constantinopla. Su dedicación a la prostitución es algo que nos cuenta Procopio de Cesarea en la Historia Secreta, una dura crítica a la pareja imperial.
Con apenas 20 años Teodora habría marchado a la provincia de Pentápolis siguiendo a su gobernador del que se habría convertido en su concubina. Tras una nefasta experiencia, la joven habría regresado a la capital del imperio. En su periplo de vuelta, Teodora habría entrado en contacto con los monofisitas en Egipto, una herejía perseguida por el poder bizantino.
La plebeya y el advenedizoDurante la juventud de Teodora, reinaba en Bizancio el emperador Justino, un soldado que había llegado a lucir la púrpura imperial y que había asociado al trono a su sobrino, Justiniano, quien ejercía como cónsul ordinario desde 521. Fue ese año en el que Justiniano se fijó en Teodora y se enamoró de ella sin remisión. Tras la muerte de su tía, la emperatriz Eufemia, opuesta a la relación de concubinato entre su sobrino y Teodora, el emperador Justino permitió la unión legal entre patricios y personas vinculadas con el espectáculo.
Justiniano y Teodora se casaron el año 525. Dos años después, tras la muerte de Justino, Justiniano se convertía en emperador. Su esposa era nombrada augusta.
La emperatriz Teodora ejerció su papel como emperatriz con gran rigor y responsabilidad. Defendió la promulgación de leyes a favor de los derechos de las mujeres regulando y protegiendo la situación jurídica del sexo femenino.
Teodora gobernó con mano de hierro y no vaciló al vengarse de todos aquellos patricios que habían intentado impedir su ascenso al trono. No se conformó con el papel de emperatriz consorte y gobernó junto a su esposo.
Todo ello, su actitud, sus orígenes, sus creencias religiosas herejes para algunos, su poder y su intención de ejercerlo en favor de las mujeres, pudieran haber sido razones suficientes para llevar a escritores como Procopio a no dudar en escribir historias que alimentaran una auténtica leyenda negra que contrasta con la solemnidad de la imagen de Teodora en San Vital, una imagen que parecen haber querido rasgar.
Quién fue en verdad Teodora, si la prostituta descrita por Procopio o la gran dama del mosaico de Rávena poco importa. Lo importante es que fue una de las emperatrices que escogió gobernar, gobernar en favor de las mujeres, a pesar de su pasado, a pesar de vivir en un mundo dominado por las ideas en masculino, a pesar de no estar predestinada a la púrpura imperial.
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