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Pensar en la Segunda Guerra Mundial (y también en la Primera) es pensar en Alemania como causante de la misma. Barbarie, tanques, muertos, Holocausto. Pero lo es también en lo referente a la destrucción de una cultura emergente en el periodo de las vanguardias, de un retroceso y una vuelta atrás a principios de siglos pasados: el conocimiento no es para todo el mundo, y es aquello que los gobiernos fascistas dicen que sea.
El problema que tenían estos con el camino que se iba abriendo hacia la libre circulación del saber, era precisamente ese: que todo el mundo, sin importar su condición social, pudiese tener en casa algún libro y que las ideas de aquel no fuesen acordes con lo que pregonaba el partido único (característica de los gobiernos dictatoriales de la época).
1933 fue el año en que comenzó el desastre. Hindemburg, presidente de la República de Weimar, nombra a Hitler canciller. Se dejó asesorar por la gente a su servicio que, cosas del destino, eran partidarios del ideario nazi. Desde el momento en que se hizo con el poder quedó evidente las intenciones del mismo: recuperar la Alemania que la derrota en la Gran Guerra le había arrebatado. Era un reflejo del sentir de toda la sociedad germana: humillados por unas condiciones durísimas para reponer a los vencedores por los costes ocasionados en el conflicto, y creyendo haber ganado en el frente oriental con la rendición de Rusia en la paz de Brest-Litovsk, estaban, por decirlo de alguna manera, bastante cabreados con los Aliados.
En este contexto nacen y se desarrollan los fascismos. Se les veía como una salvación a la situación de crisis y desempleo generalizada. Lo que nadie podía prever era lo que se les venía encima.
En primavera del citado año dio comienzo la eliminación física de todo soporte que contuviera ideas dispares a las que planteaba el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, encabezado y centrado en la figura del Führer. Os pongo un fragmento de uno de los discursos pronunciados en una de estas hogueras:
“Durante los pasados catorce años Uds., estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación de la República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la basura y la corrupción del asfalto literario de los judíos. Mientras las ciencias de la cultura estaban aisladas de la vida real, la juventud alemana ha reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha devuelto la normalidad a nuestra vida[...] Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable.”
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¿Lo peor de todo? Que las quemas las realizaban los miembros de las juventudeshitlerianas. Aquellos de los que se esperaba la esperanza de un futuro mejor arrasaban con el pasado que no le interesaba al Gobierno, con todo aquello que incitase a pensar, a tener iniciativa política o intelectual, a ser individuos; es mucho más fácil de controlar una masa uniforme de gente, una población sin cerebro, o con uno bien lavado.
Los métodos para realizar perfectamente esta tarea, sin que la población fuera del todo consciente, es bien sencilla: cambiar los contenidos de todo lo que se publicaba, ya fuese por escrito o retransmitido en la radio. Todo de acuerdo a lo que establecía el Partido: la superioridad de la raza aria, frente a la inferioridad de las demás, principalmente la judía, contra la que posteriormente a las primeras fogatas de libros se daría caza; el papel demujer, sumisa ante las órdenes y deseos de los hombres: de niña, su padre, después, del marido.
A los pocos años de comenzado el nazismo, Hitler llevó a Europa a la II Guerra Mundial, sobre la que todos conocemos (que no llegamos a imaginar) el alcance humano, económico y ecológico de la misma. Sin embargo, a veces se olvida en algunas clases de Historia el daño que estos regímenes políticos infringieron en el ánimo de la sociedad del continente y, décadas después, en la española, por culpa del Franquismo. Las consecuencias de los fascismos no son solamente los conflictos bélicos que provocaron. La cultura tuvo cicatrices por su culpa también.