La Quête de la Race: Antropología del nazismo.

Publicado el 20 agosto 2014 por Youssef
Platón hoy sé que mentía.Porque los objetos  sensibles no sonel reflejo de una idea sino el sudory la sangre de los hombres. Nosotros éramosescoria y nuestro sufrimiento era real Tadeusz BorowskiNuestro hogar es AuschwitzPrólogoEl nacionalsocialismo, terrible herida de la Humanidad, lugar común de la civilización europea con su rostro más abyecto y ominoso. Édouard Conte y Cornelia Essner nos muestran a través de este exhaustivo análisis de la ideología racista acuñada por el nacionalsocialismo con sus múltiples ramificaciones, los entresijos de un relato progresivo de muerte y destrucción bajo el denominado “laberinto de la lógica racial”. Una lógica racial a la que no fueron ni mucho menos ajenas las ciencias humanas y, sobre todo, la antropología.
Treblinka, Sobibor, Buchenwald, Auschwitz/Birkenau son lugares simbólicos de la conciencia europea del mal, topos de la vida dañada por el fanatismo más atroz amparado y ejecutado por seres aparentemente normales que disfrutaban con Mozart o Beethoven, o aparentemente banales como escribió Hannah Arendt en uno de sus más célebres ensayos. En la vida cotidiana de una generación de alemanas y europeos, lo inimaginable se convirtió en normal y las voces, pocas, que desde el interior se opusieron o bien fueron silenciadas y reprimidas de manera violenta o bien debieron recurrir al exilio.El análisis de Conte y Essner no deja de esconder entre sus pliegues la paradoja entre civilización y barbarie, la paradoja entre la cultura humanista más refinada y el crimen de lesa humanidad antes que el jurista Raphael Lemkin lo definiera como genocidio. En definitiva, la terrible dicotomía entre la Weimar de Goethe, patriarca de las letras alemanas e impulsor de la europeización y universalización de su cultura, y Buchenwald, o lo que es lo mismo, entre la sublime cuna de las letras y la tumba de la humanidad que convivían a escasos metros.El Holocausto o, de manera más precisa la Shoah, como apunta con buen criterio el realizador francés Claude Lanzmann y que señala más certeramente la magnitud de la catástrofe, es lugar común en la memoria desgarrada de Europa -de una Europa que en estos tiempos que corren se afana en celebraciones que tratan de cauterizar las inefables heridas del horror, evocando miríadas de vidas aniquiladas, masacradas y humilladas por la tragedia, y en donde por contraste se multiplican las opciones políticas ultranacionalistas y xenófobas que defienden la desigualdad y el desprecio hacia el “igual” azuzado en tiempos de crisis-. El Holocausto, como digo, emerge de la negra noche europea como el mediastino mitológico de la derrota de la civilización. El paralizador descubrimiento del mal, un mal perpetrado por el hombre y ya no por la hidra de los dioses o por el fatum atávico de la mitología, sella indeleblemente lo que el ensayista y teórico de la cultura George Steiner definió como el sucio estigma inexplicable que pende en la conciencia de la llamada, no sin cierta perplejidad, civilización occidental. La magnitud simbólica del cataclismo dibuja un punto de fuga para la humanidad, de ahí que muy agudamente Steiner defina la comunidad humana descendiente de Auschwitz como “Homo-Sapiens Post Auschwitz”.Pues esto es lo que la obra de Édouard Conte y Cornelia Essner trata de demostrar. Y lo hace desde un profundo conocimiento alimentado de múltiples lecturas y otros tantos múltiples materiales de archivo que permiten recomponer desde el interior del mal los fragmentos de un relato de muerte, de horror. En síntesis, la reconstrucción de un discurso que revela la herida de una civilización entregada al fanatismo más inmisericorde e incomprensible donde lo anormal adquirió carta de normalidad y que empujó a la ruptura del curso de la historia y cercenó las relaciones entre comunidades en Europa central y oriental.La raza como estética del ser alemánSi algo sorprende al leer el ensayo de Édouard Conte y Cornelia Essner es la asombrosa capacidad que tuvo el Estado nacioanalsocialista para absorber un discurso en el que en su matriz, con matices pero indudablemente orientado a un fin programado e institucionalizado, reposaba la construcción propagandística de una imaginada raza germánica -con algunas variantes constitutivas en su seno-. Un discurso que fue capaz de producir una idea compartida ciegamente por la masa anónima del pueblo alemán, incluso en aquellos territorios donde el Partido Nazionalsocialista estaba poco implantado, pero también por prominentes intelectuales y científicos que lo forjaron en buena parte, en una suerte de desafío colectivo a manera de revancha por las heridas que dejó el Diktat de Versalles en 1919 y que tenía un profundo substrato en la memoría colectiva desde la época Guillermina y bajo el mandato del Cirujano de Hierro, Otto Von Bismarck, afanado en la construcción de la Gran Alemania nacida del orgullo de la victoria en la guerra Franco-Prusiana, muñidora del Estado alemán unificado.Una mística ultranacionalista, racista y discriminatoria que contó como elemento nuclear y aglutinador lo que los autores definen como “laberinto de la lógica racial”, amparada en conceptos científicos o pseudocientíficos más o menos en boga durante la época como higiene racial, eugenesia o visión telegónica, que condujeron a fundar lo que el médico Artur Gütt acuñó como “religión nacional e incluso la religión del futuro”, que incluía lidiar una dura competencia con las Iglesias nacionales. En todo caso, una Nueva Fe redentora y modernizadora que pudiera unir a los alemanes definidos en tanto comunidad nacional en un destino colectivo superador de las diferencias religiosas entre los estados del norte (protestantes) y del sur (católicos) para fundar una tercera religión y un universo de enemigos reconocido y aceptados tácitamente. LaVölkisch o comunidad esencial germánica se autojustificaba así como “la nouvelle Église du peuple (Volkskirche) allemand que devera prendre aus sérieux la proclamation d’une joyeuse nouvelle foi purifiée de toute altération orientale et d’un Jésus héroïque comme fondements d’un christianisme issu de la race, dans lequel, en lieu et place de l’âme brisée de l’esclave, puisse surgir l’homme fier, enfant de Dieu qui sente le divin en lui et en son peuple. Le Christ Aryen est rappelé au front”. (Conte y Essner, 1995:46).En oposición al Dios de los judíos, al Dios mestizo de sangre oriental, se afirma la fe en la figura de la raza aria que descansa sobre un Dios ario, purificado, limpio, no manchado por la sangre extraña contaminada por mezclas impuras y enfermizas.El gran peso que adquiere la obra de Conte y Essner se gesta en la confrontación dialéctica de las teorías eugenésicas (neo-darwinistas o lamarckianas), antisemitas y telegónicas (contrarias a la mezcla contaminante del judío) que surcan el proceso de construcción de un Estado cuyo marco ideológico subraya la discriminación racial y la afirmación de la supremacía del elemento germánico tanto como arma justificadora de la limpieza interna como para la conquista externa de un espacio vital, y legitimadora a su vez del rapto de individuos o la selección de población en vista a su asimilación al gran proyecto del Tercer Imperio que debía prolongarse mil años. Las ideas de raza nórdica, nordificación, limpieza de la contaminación racial de una raza extraña alimentan el antisemitismo en la propaganda oficial del Estado. Un cuerpo sano y puro como el alemán, dirán, debe resistir la tentación de la contaminación a través del mestizaje con los elementos insanos representados por los judíos y otras minorías no sólo étnicas sino ideológicas o de género (comunistas, bolcheviques, socialdemócratas, homosexuales) que forman la gran conspiración exterior. Una fundamentación delirante que, pese a su debilidad discursiva, consiguió atrapar las conciencias de una sociedad civil en donde anidaba el recuerdo del castigo infligido por las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial y sellado en Versalles. La ciencia en el erial… con algunas excepcionesTomo prestado el concepto de erial del periodista Gregorio Morán, escritor y columnista de La Vanguardia, de su libro El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo. Y utilizo el substantivo erial para definir el páramo intelectual y científico al que se precipitaron, con honrosas excepciones, la biología, la antropología y la medicina alemanas entre finales del XIX y el primer tercio del XX, y que fue preludio de la configuración mental de conceptos que, manipulados deliberadamente hasta los límites, serían asumidos a pie juntillas por el aparato estatal nacionalsocialista.Los autores de La quête de la race denuncian en su periplo por la génesis de las teorías que suministraron combustible al nazismo “el ridículo juego con los cráneos de los científicos “humanistas”, cráneos erigidos en documento histórico”, y subrayan la “locura racial bajo el ángulo exclusivo del antisemitismo”. La antropología del norte de Europa se entregó a finales del XIX y principios del XX al juego de medir la extensión de los cráneos con el objetivo de desarrollar la hipótesis de la existencia de varias ramas étnicas europeas definidas por la geografía. Los antropólogos se convirtieron en privilegiados interlocutores del Estado guillemino y hacedores de un discurso que coqueteaba con la idea de Gran Alemania fundamentados en una raza germánica. El trabajo de Conte y Essner sirve como panóptico de una realidad plural tejida sobre debates morales y poéticos -incluso la teoría de un pangermanismo de raíz helénica que adquirió un poderoso eco en la arquitectura y escultura imperiales- más que científicos.En 1923 Eugen Fischer escribe su Théorie de l’heredité humain. Es un estudio pretendidamente científico del mestizaje. Fischer defiende que la raza nórdica es la única propia de Alemania ya que es la única que no se ha sometido al mestizaje, a pesar de que en Alemania hay otras razas más o menos conectadas. La teoría racial nórdica articula a la vez un discurso antibolchevique, antisemita y un pensamiento eugenésico de mejoramiento de la raza. La racialidad sirve de dique contra la ideología de los enemigos. La racialidad se viste así de ropajes ideológicos y de clase. Sin embargo, la idea de raza nórdica corre el riesgo, desde su gestación, de dividir las dos religiones surgidas del cisma centroeuropeo al afirmar la superioridad del protestantismo como heraldo de la identidad nórdica alemana. “La race est indissociable du sol”, dirán los defensores de la renordificación.Hubo científicos que no se plegaron a tal diatriba alucinatoria. Fueron posteriormente represaliados. Los científicos socialistas levantaron enérgicamente su voz para denunciar una política científica con fines deliberadamente racistas y totalitarios. Eugenistas e higienistas Guillerminos se mostraron incluso filosemitas por lo avanzado de los comportamientos purificadores judíos. Excepciones de un universo hipnotizado.Los apologistas del antisemitismo vieron a finales de los años 20 en los judíos el arquetipo de la sociedad nómada, antagonista del eterno campesino nórdico sedentario, simbiosis perfecta de Sangre y Suelo, el primer Homo Europeus, que, por definición, fue cultivador. Eminentes científicos englobaron el concepto de raza alemana como identidad común para todos los pueblos germánicos. Gercke, experto en cuestiones raciales y conspicuo eugenista, se descolgó admitiendo la profilaxis racial y justificando que para “la mejora de la raza alemana la eliminación de los judíos es sólo una cuestión de precaución. Elevaremos por selección una raza que sorprenderá al mundo”.Conte y Essner subrayan así cómo esta pléyade de científicos consigue crear una suerte de “psicología racial compartida” que cree preservar la pureza de la raza alemana frente al elemento contaminante y extraño que representa la alteridad judaica. La prensa nacionalista völkisch no duda en ensañarse contra el espantajo del judío caracterizado como parásito, vampiro chupasangre o usurero: “chupadores de sangre del cuerpo alemán: parásito judío, conspiración judía internacional”. Todo ello enriquecido por uno de los textos más difundidos que corría en la época y aparecido en Rusia, Los protocolos de los sabios de Sión, un panfleto que denunciaba de manera fraudulenta la supuesto conspiración judía con el propósito de hacerse con el control mundial.El ensayo permite hacerse una idea cabal de la manera como la ciencia y un núcleo fuerte de activistas consiguieron crear un discurso socialmente poderoso a partir de argumentos precarios, contingentes y azarosos. La insistencia en señalar a un colectivo en tanto “nacido culpable” “impuro” “contaminado” “extraño” penetró de manera efectiva en la psicología colectiva alemana en una suerte de solidaridad orgánica. Las teorías de la pureza de sangre nórdica acabarían por imponerse en todos los estamentos del Estado Nazi: la proscripción de la hibridación excluía de la Comunidad a negros y judíos. A esto hay que añadir la depuración del servicio de la función pública de socialdemócratas y la eliminación de toda sangre judía en el funcionariado. Una carrera sin fin que contó con el apoyo de los tribunales de justicia y que convertía en cada vez más restrictiva la noción de Pueblo Alemán.Entre septiembre y octubre de 1935 la leyes raciales de Núremberg condensaron oficialmente y desde el aparato del poder estatal el universo de estereotipos pseudocientíficos heredados. Como señalan los autores en un documento que desnuda a todas luces el instrumento de ingeniería psicosocial, la sugestión colectiva de la ciencia sirvió como coartada subyugadora para una multitud vampirizada por el mal. En concreto, el documento es una carta que Ottmar von Verschuer remite a Eugen Fischer: “Nuestra política racial en la cuestión judía sea reforzada por un fundamento científico objectivo reconocido por amplios sectores de la población” (1995:229). La sugestión colectiva articulada por la ciencia como coartada subyudadora de una multitud vampirizada por el mal.Ejército, masa y muerteAl decir de muchos estudiosos, dos de los elementos definidores de la cultura germánica son la atracción entre morbosa y heroica por la muerte, y en paralelo el simbolismo del ejército. La atracción por el tanatismo es inherente a la construcción de una cosmogonía germánica, así lo analizó Elias Canetti en su libro Masa y poder, y también lo ha analizado la germanista Rosa Sala Rose más recientemente en Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo y Lili Marleen, canción de amor y muerte. Precisamente la semilla germinadora del nacionalsocialimo tuvo su cuadro fundacional en 1923 con la matanza perpetrada por la policía del Estado de Baviera sobre 16 combatientes/manifestantes nacionalsocialistas en el conocido como Putsch de Múnich, frente a la Puerta de los Capitanes, símbolo de la honra de los generales bávaros. Esta escena se convierte para el nacionalsocialismo en la entronización de la estética del martirio que prefigura su victoria futura. La muerte engendra el camino de la victoria revelada diez años más tarde:Avec votre mort, la terre était à sa finavec votre gloire commence notre vie.Como señalan los autores de manera muy efectiva, la sangre de los caídos es luz reveladora que guía la suprema nueva era, el nuevo tiempo, el nuevo hombre, la nueva juventud alemana. El Volk entregado a la seducción hipnótica del Guía se transforma en comunidad de inmortales, de combatientes eternos liberados de la contingencia de un destino trágico. La simbiosis jerárquica entre volk y Führerencontraría su fundamento en una fe común e indestructible y en la substitución trinitaria (Padre, Hijo, Espíritu Santo) por la creencia en un Guía, en un Pueblo y un Imperio.El trabajo de la propaganda nacionalsocialista descansa en la seducción de la masa. El pensamiento hitleriano penetra en todos los cuerpos sociales y adelgaza y estetiza la separación entre espacio publico y espacio privado: calendario estacional nazificado en conjunción con la naturaleza, desfiles multitudinarios, uniformes, estandartes, cruces gamadas, matrimonio como voto solemne ante el pueblo, culto al heroísmo. El lingüista judío alemán Victor Klemperer refleja enLTI: la lengua del Tercer Reich esta estampa de la Alemania de los años 40: “No sólo los jóvenes que acababan de regresar de los campos de batalla y del cautiverio y no se consideraban debidamente tenidos en cuenta y menos aún celebrados, sino también las muchachas que no habían prestado servicio militar: todos ellos estaban totalmente cautivados por esta dudosísima concepción del heroísmo” (2001:13). Lo heroíco pertenecía única y exclusivamente a la raza germánica.La mujer alemana debía mantener su fidelidad al marido más allá de la muerte de éste en el frente de batalla. El matrimonio sellaba un vínculo eterno con el héroe que entrega su sangre a la patria: la fecundación por un guerrero cuyo destino es la muerte en el frente adquiere valor de acto sagrado. Ella conservaba el flujo de sangre, salvaguardaba la substancia vital y preservaba de ruptura la cadena de los ancestros. El Estado se conviertía así en el mediador supremo entre el hombre y la mujer. Si el hombre es el héroe en en frente, la mujer se viste de atributos guerreros para salvar la estirpe desde la retaguardia: la figura de la madre como guerrera que engendra hijos para la comunidad nacional alemana. Su cuerpo es tan importante como el cuerpo del guerrero en el frente.Y de nuevo late la atracción por el pacto malsano con la muerte que bascula entre tanatos y eros. Los autores señalan cómo “el matrimonio con los muertos es percibido desde este punto de vista como un elemento positivo de un programa general de preservación y mejora genética del pueblo cuyo aspecto negativo es establecido por la prohibición del mestizaje judeo alemán que prescribe la ley con el fin de proteger la sangre alemana y el honor alemám. Incluso en el final de Hitler permanece la ensoñación völkisch contra el envenenador universal de todos los pueblos, la judeidad internacional (1995:184).Como hemos dicho el ejército se convierte en el símbolo de masa nacional y el Partido Nazionalsocialista actúa como una suerte de sustituto del ejército en la vida pública y privada más allá del frente de batalla, en una demostración rotunda de militarización civil. Como señala Elias Canetti en su imprescindibleMasa y poder “el ejército era un fenómeno colectivo. Ejército símbolo de la nación por encima de clases, religiones y regiones. Las raíces más profundas de este símbolo, su derivación del bosque. Bosque y ejército están íntimamente ligados para el alemán, y tanto el uno como el otro pueden designarse como el símbolo de masa de la nación; en este sentido son una y la misma cosa. La existencia sombólica que vive en la imaginación y en el sentimiento de la gente. Quien se excluía del ejército no era alemán. Su pertenencia a un partido político tenía, en comparación, muy poco peso” (2005:287).La prohibición del matrimonio mixto: hacia una utopía sociobiológica de la pureza racialUna de las utopías sociobiológicas puestas en práctica por el nacionalsocialismo y que más enfatizan los autores es la prohibición de matrimonios mixtos entre los considerados arios y los considerados impuros, generalmente judíos. Sería imprescindible para hacerse una idea general completar el ensayo de Conte y Essner con las memorias de Victor Klemperer tituladas Quiero dar testimonio hasta el final.Conte y Essner demuestran a través de los documentos aportados cómo una microfísica del poder conquista toda la organización social de la vida privada alemana. Desde las leyes de Núremberg aprobadas en 1935, al judío se le van vedando espacios sociales, económicos, políticos, culturales y familiares. Un fenómeno que fue particularmente desgarrador para los matrimonios mixtos y que refleja muy bien Victor Klemperar en sus memorias dado que él era un judío, un judío laico, casado con una alemana considerada aria según la ideología de Estado.Elias Canetti perfila de manera clara esta carrera de degradación del judío por parte del régimen nacionalsocialista. “En el tratamiento dado a los judíos por el nacionalsocialismo repitió con total exactitud el proceso de inflación. Primero los atacó como malos y peligrosos, como enemigos; luego los desvalorizó más y más; como no tenía suficientes judíos fue a buscarlos a los países conquistados y al final los consideró literalmente como bichos (UNGEZIEFER) a los que podían exterminar impunemente por millones” (2005:298).Para el régimen totalitario, el matrimonio entre un judío y un alemán destruía la armonía interior. Como apuntan los autores, el régimen fundamentaba suwelstanschauung, su visión del mundo, por una parte en una supuesta jerarquía natural de esencias raciales y, por otra, en la paridad biológica de los sexos (entendida como igualdad racial que excluye a los judíos) pero que no habría que confundir con una equivalencia en la igualdad social entre hombre y mujer.El régimen extiende una sociobiología racial según la cual el matrimonio ario garantiza la continuidad de la cadena de ancestros y sella ante Dios la continuidad del Pueblo alemán en una lucha sin fin: “procrear preservando la endogamia de raza es adorar a Dios para la regeneración del principio vital que anima la Germanidad. Y Dios responde al homenaje de sus criaturas confiriendo la fuerza (kraft) de luchar, de imponerse, incluso de dar la vuelta al declive, pero esto a condición imperiosa de que no alterarán jamás las esencias raciales por las cuales Él ha escogido, en el origen, diferenciar a los hombres” (1995:150).Los autores dan luz a los debates que en el seno del Partido Nacionalsocialista despertó la cuestión de los matrimonios, y los ejemplifican con la dicotomía entre el ario Hermann y la judía Elisabeth. El nacionalsocialismo se interrogó acerca de si el ario podía redimir al judío. La cuestión sobrepasaba ampliamente los límites biológicos y se adentraba en una especie de utopía milenarista redentora de la sangre del impuro. La conclusión a la que llegaron no deja dudas: la herencia germánica sólo se puede preservar si los matrimonios se limitan al intercambio de flujos sanguíneos entre arios. Fue la bóveda sobre la que el régimen instauró su utopía sociobiológica. La simbólica Margarita germánica de Goethe subyugaba a la Sulamita viejotestamentaria. Recordemos el gran poema de Paul Celan, “Todesfuge” (Fuga de la muerte), en que el poeta de la Bucovina dibuja dolientemente esta dicotomía racial que acaba con la condena de la judía:En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
Tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una fosa en los aires allí
No hay estrechez
Algunas consideraciones finales más allá de La quête de la raceLa obra de Conte y Essner analiza la progresiva construcción imparable de una microfísica del poder sostenida en la desigualdad racial. Un proyecto en que las ciencias, incluidas las ciencias humanas, fueron más cómplices que críticas. El final, lo conocemos. La Europa que surge tras la estela de deportaciones, crímenes, traslados y ocupaciones quiebra una tradición de coexistencia identitaria que se había iniciado en el siglo XI en Mitteleuropa y buena parte de la Europa del este.Para la cultura alemana, el Holocausto constituyó el ocaso más cruel e inexplicable de la Alemania culta y democrática que había construido uno de los más sólidos pensamientos filosóficos y humanistas. El mundo de Lutero, Hegel, Hölderlin o Nietzsche entraba en quiebra, se descomponía en manos de Himler, del cultísimo arquitecto Speer, Mengele, la Conferencia de Wantsee y su solución final. La reconstrucción económica postnacionalsocialista no derrumbó el sentido de culpa colectiva.Para el filósofo vienés Jean Améry, que trabajó en la resistencia belga y fue deportado a los campos de concentración de Bergen Belsen y Auschwitz, el mal deja de ser banal para alimentar el mal radical. El supuesto tácito de la banalidad del mal sostenido por Arendt es refutado. El verdugo se arroga la expansión de un poder sádico y heterogéneo, muy bien articulado en una lógica diseñada desde el centro mismo del poder, institucionalizado y ritualizado en una mística imparable de ultranacionalismo pangermánico y racismo atávico. Améry se oponía radicalmente a una teleología de la historia de carácter religioso o secular que pretendiese dotar de sentido al mal padecido en los campos de concentración mediante compensaciones trascendentes o inmanentes. Es el pálido reconocimiento de la imposibilidad de la catarsis estética que sí defendieron otros autores.Escribía Czeslaw Milosz en El pensamiento cautivo (1981:151) que “la literatura del horror, abundante en el siglo XX, rara vez se halla una relación de hechos como los que vieron estos cómplices de los crímenes. Pero la complicidad, en los campos de concentración, es una palabra sin sentido. La maquinaria es impersonal. La responsabilidad de los que ejecutan las órdenes se pierde allá arriba, cada vez más arriba”. O como tambien escribía el ya aludido Jean Amery, “el crimen en cuanto tal no posee ningún carácter objetivo. El genocidio, la tortura, las mutilaciones de toda especie, objetivamente, no son más que cadenas de eventos físicos, descriptibles en el lenguaje formalizado de las ciencias naturales: son hechos en el seno de una teoría física, no actos en el seno de un sistema moral. Los delitos del nacionalsocialismo, ni siquiera para el ejecutor que, sin excepción, se sometía al sistema normativo de su Führer y de su Reich, poseían una cualidad moral. El criminal que no se siente vinculado a su acción por su conciencia, la ve sólo como objetivación de su voluntad, no como fenómeno moral”(2001:150).El crítico de la cultura y filósofo Theodor Adorno hablaba en su imprescindible   Crítica de la cultura de la imposibilidad de la poesía después de Auschwitz. Paul Celan recomponiendo las teselas deshilachadas de la lengua alemana, y el polaco Tadeusz Borowski en su imprescindible Nuestro hogar es Auschwitz desnudan el destino del hombre en el sistema totalitario, demuestran que es posible escribir después de Auschwitz, pero, eso sí, escribir de otra manera. En parte eso es lo que Édouard Conte y Cornelia Essner han tratado de hacer desde la antropología. Un testimonio valioso del ascenso del terror racial como elemento de opresión y dominio a partir de la búsqueda de materiales diversos que han procurado un fresco coral de una realidad feroz.
BIBLIOGRAFIAAdjunto una breve bibliografía que está relacionada con algunos aspectos convocados en el artículo y que puede utilizarse a manera de ampliación de alguna de las temáticas propuestas o tangencialmente sugeridas.AMÉRY, Jean, Más alla del dolor y la expiación. Valencia: Pre-Textos, 2001.ARENDT, Hannah, Eichmann en Jerusalén. Barcelona: Mondadori, 2004.BOROWSKI, Tadeusz, Nuestro hogar es Auschwitz. Barcelona: Alba Editorial, 2004.CANETTI, Elias, Masa y Poder. Barcelona: Mondadori, 2005CELAN, Paul, Amapola y memoria. Madrid: Hiperión, 1999.CONTE, Edouard; ESSNER, Cornelia, La quête de la race. Une anthropologie du nazisme.París: Hachette, 1995.KERTÉSZ, Imre, Un instante de silencio en el paredón: el Holocausto comocultura. Barcelona: Herder, 2001.KLEMPERER, Victor, LTI: la lengua del Tercer Reich. Barcelona: Minúscula, 2001.- Quiero dar testimonio hasta el final (II Vol.). Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2003.MILOSZ, Czeslaw, El pensamiento cautivo. Barcelona: Tusquets, 1981, Barcelona.MONMANY Mercedes, “Memoria del Holocausto”, en Letras Libres, número 42, páginas 58-60.STEINER, George, Lenguaje y silencio. Barcelona: Gedisa, 2001.
(Artículo original)