Revista Opinión

“La quimera de un servicio de inteligencia europeo”, por Pedro Baños

Publicado el 13 mayo 2016 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

MADRID – Decía Harry S. Truman, quien fuera el trigésimo tercer presidente de EEUU, que “no hay progreso económico sin seguridad, y viceversa”.

Esta afirmación está prácticamente calcada en la primera línea de las palabras que emplea el primer ministro británico David Cameron para introducir la última Estrategia de Seguridad Nacional del Reino Unido, publicada en noviembre de 2015, en donde manifiesta que “Nuestra seguridad nacional depende de nuestra seguridad económica y viceversa”. Precisamente por tener esta preocupación, el gobierno británico va a invertir casi 3.200 millones de euros en potenciar sus servicios de inteligencia (MI5 –Servicio de Seguridad-, MI6 –Servicio Secreto-, y GCHQ –Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno), incluyendo la contratación de 1.900 personas, plenamente consciente de que la inteligencia es cada vez más el instrumento principal de la seguridad frente a las actuales amenazas asimétricas.

Teniendo en cuenta que la Unión Europea (UE) basa la alianza política entre sus miembros en la economía, no deja de llamar la atención que la inquietud por garantizar ese pilar económico no haya llevado a intentar disponer de un servicio de inteligencia en el ámbito de la UE. Máxime cuando los últimos acontecimientos ocurridos sobre suelo europeo, o los sucedidos en las inmediaciones de sus amplias fronteras, incluyendo por descontado los terribles atentados terroristas de París y Bruselas, han puesto en evidencia esta carencia.

Cierto es que la UE dispone de organismos propios de inteligencia, como el Centro de Análisis de Inteligencia (EU INTCEN), la División de Inteligencia (INTDIV) del Estado Mayor (EUMS), el Centro de Satélites (EUSC o SATCEN) y EUROPOL. Incluso se podría incluir a la Comisión en este esquema, pues sus 139 delegaciones y oficinas repartidas por todo el mundo se constituyen en una buena fuente de información de primera mano.

Pero todo ese conjunto de instituciones dista, y mucho, de conformar un auténtico servicio de inteligencia. Un servicio digno de tal nombre incluye gestiones muy variadas, que comienzan con el amplio abanico de acciones básicas tendentes a obtener información a través de múltiples procedimientos humanos (HUMINT), técnicos (SIGINT, IMINT, ACINT, MASINT, …) o de fuentes abiertas (OSINT), y continúan con la transformación de ésta en inteligencia –información útil para la adopción de decisiones– mediante el análisis. Pero un servicio de inteligencia es también mucho más, pues debe incluir otros aspectos como, por citar sólo algunos, contrainteligencia, operaciones diversas o criptología y cifrado, además de contar con ramas altamente especializadas que se ocupen de temáticas concretas, como puede ser la inteligencia económica.

Hoy por hoy, puede decirse que el conglomerado de organismos de inteligencia europeos citados se limitan a elaborar análisis con datos procedentes principalmente de los estados miembros. Es decir, dependen básicamente de lo que los países de la UE puedan y quieran transmitirles.

Así sucede, sin ir más lejos, con el UE INTCEN, parte del Servicio Europeo de Acción Exterior, dependiente del Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, actualmente la señora Federica Mogherini. Si bien ha evolucionado desde que en 1999 se creara su antecesor, el Centro de Situación (SITCEN), el cual comenzó su andadura analizando información procedente de fuentes abiertas y no fue hasta 2001 cuando comenzó a recibir análisis clasificados procedentes de los servicios de inteligencia nacionales, principalmente de Alemania, España, Francia, Holanda, Italia y Reino Unido, en la actualidad el INTCEN sigue dependiendo mayoritariamente –si se deja al margen la información que obtienen por ellos mismos de fuentes abiertas y de las propias instituciones de la UE– de las contribuciones de los servicios de inteligencia y policiales de los estados miembros.

Algo similar podría decirse de la INTDIV, pues su función principal es intercambiar la inteligencia militar que ha compilado procedente de informes nacionales. Incluso el recientemente creado Centro Europeo contra el Terrorismo (ECTC) –dirigido por el prestigiosísimo coronel de la Guardia Civil Manuel Navarrete–, perteneciente a la estructura de EUROPOL y con sede en La Haya, no tiene más finalidad que reforzar la capacidad de intercambio de información y la coordinación operativa entre las distintas agencias de los países miembros de la Unión Europea, al igual que con las de otras naciones aliadas y amigas.

En principio, la excepción en cuanto a capacidad propia de obtención podría ser el Centro de Satélites, localizado en Torrejón de Ardoz, al que muchos consideraron como la primera verdadera capacidad europea de inteligencia. Pero, en realidad, no es el único organismo que proporciona inteligencia de imágenes de satélites y aéreas, no dispone de sus propios satélites, y tampoco opera directamente ninguna fuente de obtención. De hecho, se provee normalmente de satélites comerciales o del sistema Helios –programa de satélites de reconocimiento óptico, en el que participan Bélgica, España, Francia (impulsor y principal inversor: 90%), Grecia e Italia–. De nuevo, su principal cometido es el análisis y la interpretación de las imágenes adquiridas.

Vista la situación actual y la clara necesidad existente, la pregunta que surge es por qué no se ha llegado a desarrollar ese servicio de inteligencia europeo. Las razones son múltiples.

Para empezar, compartir inteligencia es siempre un tema muy sensible, incluso entre los diferentes organismos de un mismo estado. Además, la inteligencia está considerada como parte integrante de la soberanía nacional, por no decir que es uno de sus pilares, por lo que ningún estado va jamás a renunciar a ella compartiendo absolutamente toda la información disponible, que en el caso de la más altamente clasificada es simplemente impensable.

Por otro lado, y dado que bastantes países de la UE se nutren en buena medida de la inteligencia proporcionada por agencias estadounidenses, a éstos les preocupa que potenciar la compartición de inteligencia pueda dañar sus relaciones bilaterales con EEUU y que, por tanto, este país deje de suministrarles una información que por ellos mismos no podrían obtener, especialmente la conseguida a través de medios de alta tecnología de los que ellos carecen.

Asimismo, los países también recelan a la hora de compartir inteligencia, pues los análisis de sus servicios, al ser conocidos por terceros, pueden llegar a afectar a su política interna y poner en un aprieto a su gobierno, dado que la visión sobre un aspecto de seguridad concreto puede variar notablemente, producto de diferencias culturales e históricas (una muestra clara puede ser el modo en que los distintos países europeos han abordado la cuestión de los refugiados sirios; en el tema del terrorismo afectan incluso las discrepancias sobre la propia definición del término).

Por si fuera poco, no todas las comunidades de inteligencia nacionales están estructuradas de la misma forma. En algunos casos sigue existiendo una distinción entre la inteligencia interior y la exterior, lo que dificulta encontrar a los interlocutores apropiados. En otros, hay gran rivalidad entre agencias, pues de sus éxitos dependen sus presupuestos y, por tanto, su supervivencia; por no hablar de meras cuestiones personales o de simple prestigio entre agencias.

Además, no se puede ignorar que al compartir información se corren varios riesgos: se puede desvelar las fuentes -que son sagradas en este mundo-, los procedimientos, los medios disponibles y los intereses. Este último punto también reviste gran trascendencia; tanto es así que, para no descubrir dichos intereses, se habitúa a no solicitar una única información sino, por el contrario, pedir simultáneamente otras sobre temas intrascendentes, de modo que se confunda al proveedor –aunque sea un tercero considerado como aliado o amigo- sobre los verdaderos objetivos nacionales. No se debe olvidar que los países de la UE son también competidores entre ellos mismos, especialmente en los aspectos económicos y comerciales.

Hay otra circunstancia que tampoco debe obviarse, cual es la gran disparidad en las aproximaciones al problema entre los países grandes y los pequeños, pues los que soportan mayor carga de inteligencia son los primeros que no están dispuestos a compartir en igualdad de condiciones con los que hacen menos esfuerzos en este sector. Con ello se corre el riesgo de crear círculos concéntricos de distribución, en los que la inteligencia no llega a todos los estados por igual, lo que no hace más que abundar en los recelos mutuos.

A esto hay que añadir otros problemas concretos, como puede ser la diferencia de mentalidad en todo lo que se refiere a la inteligencia. Por ejemplo, el procedimiento para obtener acreditaciones de seguridad difiere grandemente de un país a otro, pues mientras en algunos casos la tramitación de las de más alto nivel puede llevar años, e incluso los procedimientos de urgencia son muy largos, en otros se consiguen con relativa facilidad. Lo mismo sucede con la protección de la información clasificada.

Luego están otras cuestiones que también revisten su importancia, que van desde que todos los servicios consideran que sus informes son los más fiables y desconfían por sistema de los generados por los demás –entre otras cosas porque en el siempre proceloso mundo de la inteligencia nunca se sabe a ciencia cierta si se está produciendo una intoxicación deliberada con fines espurios (no se ha olvidado lo sucedido con el caso de las armas de destrucción masiva en Irak)-, a las diversas disposiciones legales nacionales sobre la inteligencia, pasando por la carencia de interoperabilidad de algunos sistemas de información y comunicación, o los problemas lingüísticos –hay 24 lenguas oficiales en la UE, a las que hay que añadir algunas de las 60 regionales que pueden legalmente emplear ciertos cuerpos policiales- que obligan a traducciones que muchas veces desvirtúan un mensaje que ya de por sí a veces es intencionadamente ambiguo.

Pero quizá lo más significativo a la hora de que sea una utopía llegar a contar con ese servicio de inteligencia europeo sea la enorme diferencia de percepción de las amenazas entre países. Sin la menor duda, si no hay una homogeneidad en la forma de percibir los peligros y los riegos, que es la base para el establecimiento del marco de las medidas de seguridad en las que cuales están incluidos los organismos de inteligencia, jamás se podrá llegar a adoptar medidas coordinadas. Y es exactamente lo que sucede en estos momentos en el seno de los 28 países que componen la UE, pues las amenazas que sienten los países del norte y el este de Europa poco o nada tienen que ver con las percibidas en otras partes del continente.

En resumen, la creación de un verdadero servicio de inteligencia europeo no será posible mientras la Unión Europea no avance hacia un auténtico supraestado o confederación de estados, en el que exista una Constitución, con leyes y normas únicas para todos los aspectos sociales y políticos, y, sobre todo, una mentalidad común en cuanto a intereses, necesidades y amenazas que lleve a constituir ministerios de Interior, Asuntos Exteriores y Defensa comunitarios, así como un ejército europeo. Este proceso tan sólo se podría acelerar en el supuesto de que surgiera una amenaza común de gran magnitud, procedente tanto de un actor estatal como no estatal, lo que seguramente es mejor que no se llegue a producir.

De momento, habrá que conformarse con que se potencien los intercambios de inteligencia bilaterales y multilaterales entre los países con intereses comunes y procedimientos y estructuras de inteligencia similares, pues, por ahora, un servicio de inteligencia europeo es simplemente una quimera.

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