La Quinta da Regaleira sigue atrayendo visitantes sin dejarse hacer sombra por el resto de monumentos de la sierra de Sintra, y no es para menos. No entraba dentro de los planes visitar este lugar pero decidimos volver un día más a Sintra, pegado a Lisboa, para poder entrar e intentar descifrar por nosotros mismos algunos de sus enigmas.
Vistas desde los jardines de la Quinta del palacio de Sintra. Foto: Sara Gordón
Vistas desde la Quinta al castelo dos Mouros. Foto: Sara
A veces los estilos y el simbolismo se agarran a los objetos de tal manera que les pertenecen y luego es difícil describirlos sin referirse a su condición. Esto pasa en la Quinta da Regaleira, todo tiene su lugar y su significado, la semiótica traspasa la belleza de un jardín romántico. El proyecto actual data del siglo XIX, cuando Antonio Carvalho, el de los “millones”, compra la propiedad y contrata al arquitecto Luigi Manini para plasmar en la quinta todo su pensamiento de cristianismo gnóstico, de esoterismo relacionado con la masonería, los templarios y la rosacruz. Se ven influencias del movimiento romántico en forma de una naturaleza viva y salvaje que crece libre en detrimento de la debilidad humana. También podemos encontrar ejemplos del estilo manuelino como nostalgia del pasado glorioso que tuvo Portugal.
El palacio de la Quinta cuya decoración estuvo a cargo del escultor José da Fonseca. Foto: Sara Gordón
Esta es la parte más alta, que tiene una torre construida para dar a quien la sube la ilusión de encontrarse en el eje del mundo. Foto: Sara Gordón
Los habitantes de Sintra cuentan que durante el tiempo que la Quinta estuvo abandonada se oían canticos que provenían de sus jardines. Se dice que aquí tenían lugar rituales y sacrificios esotéricos, no sabemos si satánicos, masónicos… El misterio tiene la misma cabida en los jardines que lo racional y culto, estatuas clásicas acompañan a los visitantes y todo el conjunto está diseñado ciñéndose a la Divina comedia de Dante, con grutas y pasadizos que representarían el inframundo.
El bosque comienza siendo más ordenado y cuidado en la parte más baja de la quinta, pero se va haciendo progresivamente más salvaje a medida que se asciende hasta la parte alta. Foto: Sara Gordón
Uno de los bancos que adornan el bosque. Foto: Sara Gordón
Las plantas exóticas traídas de Brasil desaparecen en los pasadizos subterráneos casi a oscuras que recorren todo el subsuelo de la finca. Recorrerlos es elegir tu instinto para salir cada vez a un lugar más bonito que el anterior. Pero este laberinto termina y empieza en el pozo iniciático, una torre invertida que se adentra veintisiete metros en la tierra. Su simbolismo es claro un renacimiento de la condición humana, mientras desciendes a él vas buscando tu alma y dejando morir la condición primaria para recobrarla de forma renovada al terminar el ritual. Hay nueve niveles en el pozo, el número nueve como el resto de elementos en la Quinta no es casual. El nueve es el último de los números primarios por lo que representa el fin y el principio en esa secuencia, lo viejo y lo nuevo, la muerte y el renacimiento. También son nueve meses los necesarios para la gestación de un ser humano, nueve musas, y nueve fueron los primeros templarios.
La simbología del pozo iniciático está relacionada con la creencia de que la tierra es el útero materno de donde proviene la vida, pero también la sepultura donde volverá. Foto: Sara Gordón
Perderse por los jardines es la mejor manera de conocer la Quinta. Foto: Sara Gordón
Nunca sabremos si todo este simbolismo pertenece a una excentricidad del Antonio Carvalho o si realmente se utilizó este escenario para realizar algún tipo de ritual. Lo que si podemos es intentar mientras paseamos por sus jardines descifrar la historia a través de los jeroglíficos que nos han dejado, pasear los sentidos por el jardín salvaje y la mente por la semiótica escondida.
La Capilla de la Santísina Trinidad fue construida en piedra blanca y con estilo manuelino. Foto: Sara Gordón
Este lugar antes era conocido como la Quinta la Torre. Foto: Sara Gordón
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