La radio tiene nombre de mujer y mi historia con ella es cuanto menos particular. Dicen que del amor al odio hay solo un paso y puedo asegurar que este es un camino de ida y vuelta.
Sin duda fue cuando empecé a estudiar periodismo cuando comencé a interesarme verdaderamente por la radio (como por casi todo lo que importa en la vida). “Un medio que llega el primero porque no depende de la imagen”, aquella frase en boca de mi profesora de Teoría de la Comunicación Mediática me fascinó. La voz es casi en solitario la única encargada de pintar para el oyente las escenas con la paleta de colores que le ofrecen las cuerdas vocales.Sin embargo, el momento en que de verdad me picó el gusanillo –que no se marcha– fue la primera vez que me puse delante de un micro. Estaba yo en el primer curso de bachillerato cuando cursábamos la asignatura Comunicación Audiovisual y aparte de trabajar para la revista del instituto y grabar un par de cortos la profesora nos contó que teníamos que grabar dos programas de radio. ¡Qué tardes las de aquel curso peleándonos con los magnetoscopios, las cintas y los micros! Tiempo en el que por cierto hice algunos de mis mejores amigos. Después, ya en la universidad, vinieron las prácticas y un programa semanal en una radio comunitaria. Y hace poco la SER y Hoy por hoy Madrid me abrieron sus puertas en un verano inolvidable. Desde primero de carrera mi padre no ha parado de decirme “escucha esto que es interesante” y ahora soy yo el que le habla de Toni Garrido o le recomienda los reportajes de Severino Donate. Me gusta la radio, sigo buscando mi sitio en ella y tengo ganas de volver a ponerme delante de un micro para sentir las mariposas en el estómago antes de que te den entrada. Porque eso es lo que ella me hace sentir a un lado y a otro de las ondas.
Hoy la UNESCO celebra el Día Mundial de la Radio. ¡Felicidades!