Prosa, poesía, cuento, microrelato, ensayo,... los géneros, los estilos, las técnicas narrativas se entrelazan, solapan y deslizan, con sutileza y elegancia, por cada una de las páginas hasta llegar a esa 309. La intertextualidad, protagonizada en gran manera por los correos de Vogli -el conocido alter-ego del autor- , las entrevera de citas literarias que, con la excusa de nombrar a ranas, sapos y demás congéneres objeto del estudio, sirven al autor como punto de partida para hablar de todo lo divino y lo humano.
La voz que cuenta, la que narra, la que reflexiona, relata empapada del paisaje que recorren y la lengua de las gentes que lo habitan. describiendo todo y a todos con trazo preciso y poético no exento de humor ni de ironía. Es una voz potente que, a veces, susurra al oído del protagonista hablándole de tú a tú, como si fuera quien mejor le conoce, que eleva el tono y se convierte en su portavoz, que admite el diálogo y que, en ocasiones, calla para dar paso, por ejemplo, a los diferentes microrelatos que salpican el libro. Un libro que no da lugar al acomodo, ni al salto de párrafo de la mirada lectora acostumbrada a obviar líneas de relleno. No tiene nada de relleno, nada de grasa innecesaria. Es pura fibra. Una obra de músculo ágil trabajado a golpe de técnica literaria con un final... interesante.
Que no es una novela al uso está claro. Por eso,
La Rana de Shakespeare no se cuenta, se lee... o se escucha leer 😉