Las ranas se cocinan vivas.
La crueldad de este hecho no conflictúa a la sociedad de la guerra y la violencia, pero la pone en el aprieto de averiguar cómo hacerlo para que las ranas no salten de la olla apenas tocan el agua. Es decir, cómo armar el escenario para que el asesinato suceda sin resistencia, ni lucha, mejor aún con la aparente colaboración y mansedumbre de la víctima. No nos preguntamos sobre lo que dice de nosotrxs como sociedad este hecho, solo nos importa que pase inadvertido. Y esto dice mucho más del sistema en el que vivimos que el asesinato en si mismo. Queremos seguir comiendo ranas, queremos seguir hirviéndolas vivas, queremos seguir manteniendo el status quo... ¿por qué renunciar a ese derecho?
Desde que nacemos, somos expuestas a experiencias de violencia misógina que van subiendo la temperatura del agua, aumentando nuestra tolerancia y normalización hacia una vida cruel y hostil, en la que las vulneraciones son un destino inexorable y la piedra angular sobre la que se construye esta sociedad. Mientras alrededor nos miran con sonrisa complaciente (porque el agua es perfecta) y nos llaman "el amor de mi vida", "la princesa de la casa", "el ángel de dios en la tierra", "la fortaleza encarnada". Un proceso que es aún más letal, porque no es individual, es históricamente colectivo, venimos cociéndonos hace siglos.
A fuerza de repetición, pero también de un entorno que como a la rana nos dice que el agua es perfecta y por eso nosotras debemos adaptarnos, para ser buenas, para ser aptas, para no cocernos, las mujeres hacemos de la indefensión aprendida un mecanismo de vida, ¿para qué resistirse, para qué defenderse, si no hay a dónde escapar? Y lo más perverso, ¿de qué huir, si el agua es perfecta, el problema somos nosotras que malinterpretamos el agua que hierve como un peligro?Y así vamos, acallando las alarmas, anesteciándonos, conveciéndonos que éste es el último aumento de calor que tendremos que soportar y luego al fin viviremos en esa felicidad que solo se ve en las revistas de mujeres con una sonrisa en primer plano de una mujer que tiene todo (¿?) menos así misma. Pero no solo nos aumentan la temperatura a cada segundo que pasa, sino que nos repiten incesantemente que el problema somos nosotras, por locas, exageradas e histéricas, que el agua-entorno es normal y más aún, es buena y sana para nosotras. Y así sintiéndonos sin derecho a protegernos, porque el peligro es inventado o peor aún merecido y con menos derecho aún a defendernos, porque en ese caso seremos tildadas de violentas, miradas como un peligro social y finalmente sentenciadas, vamos cortándonos en pedacitos, nosotras mismas, con nuestras propias manos, para que así la sociedad de la guerra y la violencia, a la que hemos llamado patriarcado pueda lavarse la manos y decir que fue nuestra elección..
Somos la rana en la olla, esa a la que cocinan viva con absoluta indolencia. De la que solo aprovecharán las ancas mientras el resto desaparece en una bolsa de basura. Y con condescendencia nos miran y dicen “pobre tonta, tan dócil ¿por qué se habrá dejado? Debe ser que le gustó"