La ratonera

Publicado el 01 noviembre 2021 por Rubencastillo

Tiene algo Agatha Christie. Siempre lo ha tenido. Un embrujo especial. Un tipo de composición escénica. Un método arácnido para que los lectores queden casi desde el principio adheridos a la telaraña que urde con sonrisa leve. No sé. Lo que sea. Quizá si la descubres siendo adulto, con muchas lecturas a la espalda y con mucho cine devorado, el poder que ejerza sobre ti resulte menor. Es posible. Pero como te adentrases en sus libros cuando eras un niño o un preadolescente, ya estabas atrapado para siempre.

A mí me ocurrió. Yo accedí a mis primeras historias christianas (qué chocante el juego de palabras que brota ahí) cuando las piernas me colgaban de la silla, en la biblioteca de Blanca, y no tocaban el suelo. Negritos, trenes inquietantes, islas en las que moría gente, infusiones envenenadas, aristócratas ambiguos, escaleras que bajaban a sótanos, Hércules Poirot, gestos meditabundos… Y, claro, me dejé seducir de forma irremediable.

Ahora, cuarenta y cinco años después, vuelvo a leer una de las obras de la gran escritora: La ratonera, un texto teatral en el que juega endiabladamente bien con sus figuritas animadas, con los inquilinos que acuden una noche (de nieve, claro está) a la mansión Monkswell, justo después de que se haya producido en Londres un espantoso asesinato. Y pronto cunde la certeza de que uno de los personajes es el asesino. O la asesina. Y cuando la desagradable señora Boyle es estrangulada los temores y el pánico crecen. Sí, el asesino está entre ellos. O la asesina.

No les diré nada. Sería imperdonable.