Durante los últimos 20 años ha trascendido una secuencia de escándalos, cada vez más sórdidos, en el seno de la familia real británica, la casa Windsor.
Sin embargo, una autora de gran prestigio internacional que invirtió un quinquenio escarbando en la historia de la monarquía más antigua de Occidente, hace poco su trabajo con sorprendentes revelaciones que hacen que los deslices de los últimos años parezcan simples escandalillos a la par de los secretos e historias nunca contadas de sus predecesores.
La escritora Kitty Kelley se dio a la tarea de recopilar la biografía de la realeza británica, sobre todo a partir de 1917, cuando el rey Jorge V decidió hacer un hueco en la historia, enterrar todo su pasado de origen germánico y crear un nuevo emblema que en adelante identificaría a los monarcas ingleses de la más pura cepa británica: el escudo de los Windsor.
Todos los secretos de alcoholismo, drogadicción, epilepsia, locura, homosexualidad, bisexualidad, adulterio, infidelidad e ilegitimidad que han circulado alrededor de la casa real, se entrelazan en la obra de Kelley.
Decidida a revelar escándalos que superaron con creces los provocados por Carlos, Diana, Fergie y Andrés, la autora plasmó el resultado de sus investigaciones en una biografía no autorizada de 600 páginas que promete convertirse en un nuevo best seller para ella. Ya antes había establecido rércords de ventas con sus biografías de Nancy Reagan, Frank Sinatra, Jackie Kennedy y Elizabeth Taylor.
Mucho antes de morir, Diana de Gales era ya la leyenda más grande de este siglo. La vida de esta mujer se convirtió en una vitrina mundial por las múltiples razones que el planeta enlutado ennumeró el 31 de agosto de 1997, cuando en tan sólo instantes la noticia de su trágica muerte corrió por el orbe.
Sin embargo, el eje fundamental del fenómeno en que se convirtió Diana de Gales nació en Inglaterra desde hace 1.200 años, cuando se inició la monarquía más antigua del mundo occidental.
En los últimos años, los escándalos protagonizados por Los Windsor, la familia real británica, llegaron a tales extremos que ya ni siquiera sorprendían. A semejanza de las telenovelas, el espectador quedaba a la espera del próximo capítulo, con una carga de alborotos más ruidosos que el anterior.
SARAH FERGUSON
En los años 90, a nadie sorprendió que los príncipes de Gales confesaran a las cadenas noticiosas los detalles de sus mutuas infidelidades, o que Sarah Ferguson, esposa del príncipe Andrés, el hermano del futuro rey, afirmara a los cuatro vientos que se había hecho la prueba del sida en tres ocasiones y que había pasado noches enteras en vela, temerosa de tener el virus, debido a sus andanzas sexuales y a sus problemas de drogadicción.
Los tiempos cambiaron como nunca en este siglo, y si no, que lo diga la realeza inglesa, que aún hace cincuenta años era capaz de eclipsar las verdades que los súbditos y la prensa conocían a gritos con el simple hechizo que generaba su abolengo.
Como dijo un mayordomo que les servía a los Windsor en aquellos años "la realeza es la realeza. No puede ponerse en entredicho. Simplemente, está por encima de todo".
El mayordomo tenía razón. O al menos la tuvo durante decenas de años. Hoy sobran quienes quieran escarbar en las sórdidas historias sobre la realeza de antaño que se han propagado de generación en generación.
La casa Windsor es hija de la fantasía, obra de un cortesano imaginativo. La dinastía fue creada en 1917 para ocultar el linaje alemán del rey y la reina, engaño que permitió a la monarquía ser vista como británica por unos súbditos que odiaban a los alemanes.
Hasta entonces, muchos reyes ingleses no hablaban inglés sino alemán; y es que a lo largo de casi 200 años, desde 1714 hasta este siglo, un largo linaje de alemanes gobernó el imperio británico. Por fin, en 1915, Inglaterra tuvo un rey capaz de hablar inglés sin acento alemán. Aunque era alemán, vástago de los Sajonia-Coburgo-Gotha que habían gobernado Inglaterra durante 80 años, se consideraba a sí mismo indiscutiblemente inglés. Pero sus súbditos, que aborrecían Alemania,a los alemanes y a todo lo germánico, también eran muy suspicaces.
Fue tal la preocupación del rey ante la reacción de sus volubles súbditos que le dio miedo proteger a sus parientes de ascendencia alemana. Obligó a su querido primo, el príncipe Luis de Battenberg, a la humillación más grande de aquellos tiempos: cambiar de nombre, posteriormente conocido como Luis Alejandro Mountbatten, primer Marqués de Milford Haven
Acto seguido el rey extendió la purga a sus demás parientes. Como un rey mitológico, Jorge V agitó la varita mágica y, de la noche a la mañana, uno de sus cuñados --el duque Teck-- se convirtió en marqués de Cambridge, y el otro --Alejandro de Teck-- pasó a ser conde de Athlone. De golpe, los patitos feos alemanes fueron transformados en hermosos cisnes británicos.
Alejandro de Teck
Aparece "la Reina Madre"
Elizabeth Bowes-Lyon
Para garantizar la supervivencia de la monarquía, el rey decretó que los miembros de la familia real pudieran casarse dentro de la nobleza. Así, el segundo hijo del rey Jorge V, Alberto, conocido en familia como Bertie, pudo pedir la mano de una dulce muchacha escocesa, educada como hija de un conde, aunque corren rumores de que su madre fue una de las criadas galesas del conde. De esta forma se dio la ironía de que en 1923 el matrimonio de Bertie con Elizabeth Bowes-Lyon, una joven que no tenía sangre real en sus venas, trajo una mayor estabilidad al trono británico y apuntaló varias generaciones de la dinastía: se trata de la Reina Madre Isabel.
Se revelan finalmente muchos secretos de la enormemente popular Reina Madre. Entre los nuevos hechos divulgados destacan algunas revelaciones:
En la década de los sesentas del siglo pasado la Reina Madre fue diagnosticada con cáncer de colon. Tuvo una operación de 90 minutos, durante la cual los cirujanos le extirparon exitosamente su tumor. La operación ocurrió en el año 1966; en aquellos días los oficiales del palacio de Buckingham mintieron a los medios y al público, insistiendo que la Reina Madre, entonces de 66 años de edad, sólo se había sometido a una operación abdominal rutinaria.
En 1984 la Reina Madre tuvo también una operación en contra de cáncer de pecho.
Entre los años 1921 y 1923, Lady Elizabeth rechazó dos veces la propuesta de matrimonio del futuro Rey del Imperio Británico Jorge VI. Sólo después del tercer intento de 'Bertie' ( asi llamaba ella al futuro monarca) Lady Elizabeth dijo 'sí'.
Poco después de su matrimonio, Lady Elizabeth, entonces la Duquesa de York, formó una sociedad secreta para los amantes del alcohol entre los aristócratas de Londres. Este club secreto se llamo 'Windsor Wets Club' y su mote en Latín era 'Aqua vitae non aqua pura' (preferimos el alcohol al agua).
Cuando en 1925 estaba embarazada de la futura monarca Isabel II, escribió a su marido: "Cuando veo vino, necesito mucho esfuerzo para poder resistirme".
La princesa de Gales, Diana, y la Reina Madre tenían una correspondencia intensa, pero la mayoría de estas importantes cartas fueron quemadas por la hija menor de la Reina Madre, la princesa Margaret.
Al parecer, las cartas fueron destruidas en 1993, cuatro años antes de la muerte de Lady Di en el accidente automovilístico en Paris.
La Reina Madre gastaba mucho dinero en sus dos hobbies: las carreras de caballos y las compras. La monarca Isabel II pagó al menos 4 millones de libras esterlinas (mas de 6 millones de dólares) al banco Coutts para liquidar todas la deudas.
Jorge V fue uno de los reyes más incultos que ha tenido Inglaterra. Hombre poco instruido, leía poco, huía de los teatros y no escuchaba música clásica. Se mantenía al margen de las artes, las letras y las ciencias. Y se divertía pegando sellos con infantil precisión en libros encuadernados con piel azul.
Los hijos siguieron los pasos del padre. Muchos años después su primogénito, el príncipe de Gales Eduardo VIII --más tarde duque de Windsor--, reconoció públicamente ante una editorial a qué se debía su negativa de escribir un libro sobre su familia. "No aguantaría la humillación de que se supiera lo incultos que éramos".
Poco informado sobre las enfermedades psíquicas, el príncipe de Gales se avergonzaba de su hermano menor, el príncipe Juan. Este, último de los seis hijos del monarca, era retrasado mental y epiléptico. A los pocos años lo apartaron en secreto de la familia; vivió en una granja en la propiedad real de Sandringham, donde murió a los 13 años en 1919.
A pesar de su falta de cultura, Jorge V se ganó el respeto de sus súbditos por su escrupuloso cumplimiento de los deberes monárquicos, sus numerosos uniformes militares y el manifiesto placer con que los lucía en los desfiles reales. Ante su pueblo era el padre de la nación, la personificación de sus valores.
El rey pasó sus dos últimos años de vida sufriendo por su heredero. Aborrecía la idea de dejar la monarquía en manos de su irresponsable primogénito, soltero todavía a los 41 años. Tras 14 años de relación con una mujer casada, Eduardo acababa de enamorarse locamente de una divorciada norteamericana, una tal Wallis Warfield Simpson, que ya se veía a sí misma como próxima reina de Inglaterra.
En esos tiempos el que una persona divorciada entrara en los círculos de la realeza representaba un verdadero sacrilegio, algo simplemente impensable.
Antes de morir, Jorge V maldijo las leyes de primogenitura que se oponían a que su segundo hijo, hombre casado, lo sucediera en el trono. Aún resultándole insoportable el tartamudeo de Bertie, Jorge V lo habría dado todo por salvar a la corona del Príncipe de Gales y su afición por las mujeres promiscuas.
"Cuando yo esté muerto --dijo-- el chico durará como mucho 12 meses en el reinado". Las previsiones del rey demostraron ser acertadas.
Jorge V deseaba que el trono pasara a su segundo hijo, y después a su querida nieta Isabel, quien incluso lo obligaba a ponerse de cuatro patas para hacer de "caballito" . El viejo rey adoraba a su primera nieta, incluso le confió a su secretario: "Ruego a Dios que mi hijo mayor, Eduardo, nunca se case ni tenga hijos, y que nada se interponga entre Bertie, Isabel y el trono".
Después de varios días de agonía, Jorge V murió a las 11:55 p.m. del lunes 20 de enero de 1936. Su muerte fue acelerada por el cortesano Lord Dawson, quien le administró una inyección letal de cocaína y morfina. Dawson quería ver morir al rey antes de la medianoche, a fin de que su fallecimiento fuera recogido por la edición matinal del Times, y no en los periódicos de la tarde, menos prestigiosos. El rey que había dotado a su dinastía de un nuevo nombre perdía su vida en aras de un titular de prensa. Tal fue el legado de la casa de Windsor, que acabaría protagonizando una función de títeres para los medios de comunicación.
El patito feo
Tal como lo predijo su padre, diez meses después de subir al trono, Eduardo VIII renunció a la corona. Entre el reinado y su novia, la divorciada Wallis Warfield Simpson, el Príncipe de Gales escogió a ésta última sin mayores ambages. En 1936, Bertie subió al trono y se convirtió entonces en Jorge VI. Su esposa, hoy la Reina Madre, supuestamente estuvo muy enamorada de Eduardo VIII, quien a la postre se convirtió en su cuñado.
Sin embargo, era tal su decisión de quedar entre la realeza, que decidió casarse con el patito feo de la familia: Bertie era tan tremendamente nervioso, tartamudeaba, guiñaba involuntariamente los ojos y tenía ticsa en la boca.
Elizabeth Bowes-Lyon, primera mujer de sangre no real en casarse con un miembro de la casa de Windsor, mostró al país cómo debía comportarse la realeza. Entendió desde el principio el imperecedero poder de la imagen sobre la imaginación popular: reverencias, uniformes, caballos al paso, saludos de estrella de cine desde su dorada carroza. Su instinto le decía que esas cosas conmovían al pueblo. Era un genio a la hora de vender su imagen y la de su esposo, sobre todo en los años de guerra, cuando enderezó al hombre débil e indeciso con quien se había casado y le dio aires de verdadero rey.
Con lo que sí tuvo que lidiar la reina fue con el más apremiante de los obstáculos: su incapacidad para quedar embarazada. El problema de fertilidad nacía del "nerviosismo" que afligía a su esposo, y que le provocaba también debilidad de piernas y úlceras crónicas.
Lo cierto es que Jorge VI compartía el problema de infertilidad con su hermano mayor. Pasaron dos años estériles en que Elizabeth no logró quedar encinta. Consultó a diversos ginecólogos y obstetras; por fin, aconsejada por su médico, Lane Phillips, se sometió con su esposo a la técnica poco ortodoxa de la inseminación artificial. El arduo proceso de inyectar mecánicamente el esperma de su esposo le permitió finalmente lograr un embarazo. Sin esta fertilización manual no habría podido engendrar en 1926 a su primera hija, Isabel, ni en 1930 a la segunda, Margarita.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Reina Madre se había convertido en una mujer digna de alabanza y protección. Pero aquella inofensiva fachada de dulzura y buen humor ocultaba un interior muy distinto. Dura y tenaz, protegía el aura de la realeza guardando sus secretos. Incluso en su vejez, pasados ya los 90, su influencia ha sido lo bastante fuerte para que el gobierno británico renunciara a hacer públicas las últimas pruebas sobre contactos secretos entre los Windsor y el Tercer Reich.
La Reina Madre rehuía también las investigaciones sobre su linaje, y lo hacía para esconder defectos de herencia en la familia. Varias generaciones atrás, vivían obsesionados por la "Bestia de Glamis" , al que la leyenda describe como un ser deforme engendrado por el hermano del abuelo de Isabel. Se decía que el niño, de cuerpo en forma de huevo y piernas endebles y torcidas, se había convertido con la edad en un monstruo grotesco cubierto de largos cabellos negros. Encerrado en el castillo durante décadas, sólo su hermano y otras tres personas sabían de su existencia. La familia sobrellevaba su vergüenza manteniéndolo en secreto. "No se podía hablar del asunto --dijo Rose, la hermana mayor de Elizabeth--. Nuestros padres nos tenían prohibido hacer comentarios o preguntas".
Esa actitud ante la deformidad física y la enfermedad mental era la más común en 1920, cuando nacieron las sobrinas de Isabel. Katherine y Nerissa Bowes-Lyon, retrasadas de nacimiento, fueron confinadas en secreto en el hospital psiquiátrico de Redhill, Surrey, donde pasaron varias décadas.
La Reina Madre a mantener en secreto toda la información nociva para la familia real. Echó tierra sobre al alcoholismo de su esposo y la homosexualidad y drogadicción del hermano de éste, el príncipe Jorge, que acabó casando y convertido en duque de Kent.
Dama de hierro
La joven princesa Isabel nunca aprendería a disimular su talante autoritario. Desde los 10 años la habían educado para convertirse en reina de Inglaterra. Cada vez que entraba en una habitación, verdaderos pelotones de mayordomos con librea, lacayos y choferes se inclinaban cuanto podían, y doncellas, niñeras y encargadas de vestuario se deshacían en respetuosas reverencias. Este trato real la fascinaba.
Sólo en pocas ocasiones experimentó la joven princesa una vida más normal, por ejemplo yendo de compras a una tienda Woolworth's en Navidad, subiendo al piso alto de un autobús o viajando de incógnito en el metro. Pero nunca había tomado un taxi, ni llamado desde una cabina. La protegían tanto que no contrajo el sarampión ni la varicela. En 1971, cuando la reina Isabel contaba 45 años, su hijo de siete años, Eduardo, le contagió la varicela. En 1987, a los 61, le extrajeron su primera muela cordal.
Nacida para reinar
Se decía que lo primero que enseñaba la niñera a los miembros de la realeza era a llamar a los criados. La muchacha, que se hacía llamar Lilibeth, había aprendido bien la lección. A los siete años sabía cuál era su lugar en la línea sucesoria.
--Yo 3, y tú 4, dijo a su hermana menor.
--No es verdad-- contestó Margarita Rosa, creyendo que su hermana se refería a su edad-- Yo 3, y tú 7.
Consciente de que su hija mayor, Isabel, lo sucedería en el trono, Jorge VI se dispuso a prepararla para que a ella no le ocurriera lo que a él: una vez le admitió a su primo que ser rey era lo peor que le había pasado en la vida, pues no lo habían preparado para semejante tarea.
Por eso empezó a educarla desde muy temprana edad. Le enseñó los deberes de protocolo que implicaba la condición de soberano, y la obligó a estudiar de pie para acostumbrarla a las largas sesiones de pose con pesados ropajes que se vería obligada a padecer cuando le hicieran un retrato. Le dijo que debía escribir un diario, y le enseñó a pasar revista y presidir desfiles.
Ya en 1939, Isabel empezaba sus frases con "cuando sea reina...".
La prensa siempre estaba pendiente de ella. En cambio, de su hermana Margarita, no se decía nada. Su papel carecía de importancia; sólo estaba ahí por si fallaba la heredera.
Consciente de ello a muy temprana edad, Margarita muchas veces se quejó de que "había nacido tarde".
Mientras Isabel se parecía mucho a su padre en la personalidad, Margarita Rosa heredó las preferencias domésticas de su madre. Había sido una niña tan mimada que sus criados la tenían por "terrible" y "absolutamente intratable". Los reyes no ponían el menor empeño en hacer de Margarita una persona responsable, puesto que nunca iba a ser reina. Como dijo una vez la propia princesa: "Yo no tengo por qué ser tan seria y responsable como Lilibeth. Puedo ser todo lo desagradable que quiera".
El primer gran desafío de Isabel para con su padre, a quien tanto veneraba, fue casarse con el príncipe Felipe de Grecia, unión que Jorge VI trató de impedir por todos los medios. Y es que pese a provenir de una familia de abolengo, el apuesto príncipe pasó por las más diversas penurias durante su infancia y juventud. Su familia se desmoronó cuando él era casi un bebé, y sus padres perdieron el trono, por lo que Felipe vivió siempre "arrimado" a las casas de familiares o amigos. Cuando se le declaró a Isabel, no tenía un sólo centavo, y todo el mundo lo sabía.
La pareja se casó el 20 de noviembre de 1947. Casi un cuarto de siglo más tarde, Felipe admitió públicamente que en su matrimonio con Isabel todo había estado dispuesto de antemano. "Se fueron a Sudáfrica, y al volver todo estaba preparado --dijo en 1971 a su biógrafo Basil Boothroyd--. Esa es la verdad". Para entonces llevaba 24 años casado con Isabel, había dado al trono un heredero varón (el príncipe Carlos) y se había resignado a su papel de príncipe consorte.
Pero más allá de ello, había aprendido a ser discreto acerca de su vida con otras mujeres, lo que sin embargo se salió de control en los últimos años, cuando se conocieron las andanzas de Felipe en diversos continentes.
Tanto Isabel como Felipe tuvieron que reconocer públicamente algunas deficiencias serias en su formación cultural. Fuera de palacio, Isabel una vez preguntó si Dante era un caballo. Nunca había oído hablar de un poeta medieval que se llamara así.
--No, no, no es ningún caballo, le contestaron.
--¿Un jockey, entonces?, volvió a preguntar.
Al enterarse de que Dante Alighieri era el autor de la Divina Comedia, una de las obras maestras de la literatura universal, Isabel se puso roja. De lo que más sabía era de caballos.
Algunos meses después de la boda, el príncipe Felipe se quejó de que su esposa siempre estuviera ávida de sexo. Se declaraba perplejo de verla tan insaciable. "No hay manera de sacarla de mi cama. Siempre la tengo ahí. Va a volverme loco", dijo en 1948, mientras se hallaba de visita en el sur de Francia, sin Isabel.
En el verano siguiente, se anunció que la princesa Isabel cancelaría sus compromisos durante seis meses. Se dio por un hecho que estaba embarazada, pero estaba prohibido aplicar éste y otros términos (como amamantar o dar de pecho) a las mujeres de la realeza.
El futuro rey, Carlos Felipe Arturo Jorge, nació con cesárea en el palacio de Buckingham, seis días antes del aniversario de boda de sus padres, a las 11:14 p.m. del 14 de noviembre de 1948. n
Infancias perdidas
Antes de nacer su primer hijo, en 1948, Isabel decía: "La madre seré yo, no las niñeras". Pero cuando el papel de madre riñó con el de esposa y luego con el de reina, hizo justamente lo contrario.
Carlos, en especial, creció en un ambiente completamente deshumanizado. Isabel sacrificó el primer cumpleaños de su hijo para reunirse con su esposo en Malta. No estuvo presente cuando éste dio sus primeros pasos, ni cuando despuntó su dentadura. El niño aprendió a decir "nana" antes que "mamá". Ana, su segunda hija, nació en 1950, Andrés, el tercero, 9 años más tarde y, finalmente, Eduardo, nació en 1964.
La situación que vivieron Carlos y Ana fueron, eso sí más extremas que las de sus hermanos, primero porque Isabel estaba amasando su reinado, y segundo porque con los años, el protocolo se fue suavizando un poco.
Por ejemplo, cuando la niña tenía dos años y hubo que extirparle las amígdalas, la niñera se la llevó al hospital infantil y pasó toda la noche a su lado, mientras su madre dormía en el castillo de Windsor.
"La realeza trata a sus hijos como a ganado", escribió John Gordon en el Daily Express, tras enterarse de que la reina se había quedado en cama mientras el príncipe Carlos era ingresado de emergencia en un hospital londinense, a media noche, para ser operado de apendicitis.
Sin embargo, se las arregló para aparentar ante la prensa que era una madre perfecta y mantenía a su familia unida. Lo cierto es que reservó media hora de su agenda en las mañanas y cambió la hora de su reunión semanal con el primer ministro para ver a Carlos, de cuatro años y a Ana, de dos, antes de que se durmieran.
En las mañanas, después de la media hora de rigor, la pequeña solía resistirse a abandonarla, pero Carlos obligaba a su hermana a salir diciendo: "No molestes a mamá. Está ocupada haciendo de reina".
"Una infancia muy desgraciada", recordaría años después el príncipe Carlos, culpando sobre todo a su padre. Uno de sus recuerdos más tristes era haber crecido solo. Dijo que su padre casi nunca había asistido a sus cumpleaños, y que había faltado a los cinco primeros.
Cada vez que la reina regresaba de uno de sus viajes oficiales, expresaba su sorpresa por lo mucho que había crecido su hijo, y lo bullicioso que se había vuelto. El propio Carlos tenía que hacer una reverencia a su madre antes de salir de la habitación, como el resto del personal, y lo mismo con su abuela, la Reina Madre.
De su madre afirmó no recordar una sola muestra de amor durante su niñez, salvo en los momentos en que venía a presenciar su baño vespertino. Entonces se sentaba en una silla dorada con un lacayo detrás, y veía a la niñera bañar al niño. "No se mojaba las manos, pero al menos estaba ahí", recordó Carlos.
Cuando el príncipe de Gales se enteró de que la ciencia daba mucha importancia al contacto entre madre e hijo a la hora de predisponer al estudio el cerebro del niño, declaro entender por fin por qué habían dicho de él que "era un poco lento".
Fue un niño enfermizo. Tenía las piernas torcidas hacia afuera, igual que su abuelo y su bisabuelo. Sus pies planos lo obligaban a llevar zapatos ortopédicos. Siempre estaba expuesto a catarros, irritaciones de garganta, brotes de asma y una congestión de pecho crónica.
Su hermana, por el contrario, era como su padre, atrevida y descarada. Muchos años más tarde, ya conocida como "Ana la amargada", los súbditos ingleses la describirían como "el príncipe Felipe en versión travesti".
Felipe se propuso hacer de Carlos "todo un hombre" y lo indujo a aprender críquet y polo, a participar en carreras de yates, conducir coches de caballos, pilotear aviones y, por supuesto, a cazar. Le enseñó a disparar, nadar, montar a caballo y a navegar. Carlos sobrevivió a una dura instrucción naval y tomó el mando de un dragaminas costero, pero nunca logró deshacerse de su imagen de alfeñique.
A partir de 1960, la veneración por la monarquía británica había empezado a decaer un poco, y la deferencia tradicional había dado paso a una curiosidad nueva por parte de la prensa. Sin dejar de mostrarse sumisos a la casa real, los periodistas empezaban a revelar por fin cuánto costaba la monarquía a los contribuyentes.
La partida de mantenimiento del yate real de 1959, los dos aviones de la flota real, los dos helicópteros Westland para uso del príncipe Felipe, el tren real y los cuatro Rolls Royce de la Reina, por ejemplo, ascendía a cientos de miles de dólares.
Felipe, excedido por la burocracia de palacio, pasaba cada vez más tiempo con sus amigos del Club de los Jueves, lo que terminó por confirmar a sus cortesanos la imagen que tenían de él: un hombre grosero amante de los chistes sucios.
Empezó a pasar las tardes en el apartamento londinense del actor Richard Todd, compartiéndolo con otros dos hombres casados para recibir a jóvenes actrices. Se llamaban a sí mismos "Los tres pichones".
"No, no puedo decir qué pasó en ese apartamento" -dijo en 1993 el actor británico Jack Hedley-. Hablar de esos tiempos sigue siendo demasiado peligroso, aunque hayan pasado 40 años.
Hasta una devota de la monarquía como la popular escritora Barbara Cartland, que venera a la familia real, admite haberse enterado de un amor secreto a través del tío de Felipe, lord Mountbatten.
"Sé todo lo de la hija ilegítima de Felipe en Melbourne -dijo en una entrevista- pero no pienso decir ni una palabra".
El libro Los Windsor, radiografía de la familia real británica, de la norteamericana Kitty Kelley, prohibido en el Reino Unido, deja a Felipe de Edimburgo en el papel de mujeriego. Éste es un repaso a sus principales escándalos.
- Helene Cordet. La Camilla Parker de Felipe. Esta cantante de cabaret fue su principal amante, antes y después de su boda con la reina. Al quedarse embarazada, Felipe costeó los estudios de Max, su hijo. Más tarde, en 1989, ante los rumores, Max tuvo que desmentir públicamente que por sus venas corriera sangre real.
- Crucero por la Commonwealth. Con motivo de la invitación a visitar la ciudad australiana de Melbourne para inaugurar los Juegos Olímpicos de 1956, Felipe se escapó de la vigilancia de la reina y se montó un crucero por su cuenta. Islas Seychelles, Nueva Zelanda, las Malvinas, las Galápagos...
fueron algunos de los exóticos destinos. Algunos biógrafos apuntan que durante una escala en Melbourne tuvo un hijo ilegítimo.
- Magdalena Nelson de Blaquier. Durante un viaje a Argentina, en 1962, Felipe se refugió, ante la revuelta situación del país, en casa de Magdalena, diez años mayor que él. Meses después ella daba a luz un bebé.
- Fama de homosexual. Algunas amistades ponen su fama de donjuán en entredicho. En 1994, un conocido escritor homosexual al oír el nombre del duque comentó: "Ah, sí. Conocí a Felipe cuando era Felipa". Durante una entrevista concedida al periódico Independent on Sunday, al preguntarse sobre su comentado idilio con Valéry Giscard d'Estaing (ex presidente de Francia), Felipe se echó a reír y respondió: "Giscard es un gran tipo, pero no llegué a alojarme en el Elíseo durante su presidencia. Sí lo hice siendo presidente Vincent Auriol que era un maricón de cuidado".
- Romy Adlington. Una antigua novia de su hijo Eduardo, Romy, todavía recuerda con horror su primer fin de semana con la familia real. Ella sólo tenía 16 años, y Felipe, que ya había cumplido los 66, le dedicó miradas lascivas, guiños, caricias en el trasero e insistentes miradas a su escote.
Las bodas reales infunden vigor a la monarquía. Su esplendor da nueva vida a los rituales antiguos. Su épica despierta emociones muy fuertes, como las de los cuentos de hadas. Ante los malos vientos que le soplaban a la monarquía, la Reina Madre le dijo a su hija mayor, en 1959: "A esta familia le hace falta una boda real".
Una boda, un nuevo espectáculo que hiciera soñar a los súbditos británicos, era una de las opciones idóneas para sacudir las críticas por un tiempo. Lo que pocos imaginaban era que el remedio iba a resultar peor que la enfermedad.
La princesa Margarita, a quien años atrás se le había prácticamente impedido casarse con Peter Townsend, impuso su decisión esta vez y logró que su hermana, la reina Isabel, admitiera por primera vez en 500 años a un plebeyo en el núcleo familiar más próximo.
Calificado por la prensa de "artista", "afectado" e "histriónico", Antony Armnstrong-Jones se convirtió, el 6 de mayo de 1960, en el flamante esposo de la princesa Margarita. Desde el principio de esta relación la prensa y los rumores asediaron a los Windsor con los rumores de bisexualidad de Tony, como le llamaban, y las supuestas orgías en que habría participado en algunas ocasiones.
Trascendió, por ejemplo, que él y la princesa Margarita eran capaces de pasar todo un día vueltos locos observando películas pornográficas, fumando y bebiendo licor.
Como fuera, su boda se convirtió en la primera ceremonia real televisada.
"La reina era la única que tenía mala cara. La princesa Margarita parecía salida de un cuento de hadas (...) Solo Inglaterra es capaz de manejar dignamente tal derroche de fastuosidad. Ser inglés sigue siendo una suerte..."
Noel Coward, el periodista que escribió lo anterior, no viviría para darse cuenta de que había asistido al principio del fin. La realeza, como tal, empezaba a disolverse. En pocos años, aquella boda haría caer a la casa de Windsor en lo que más temía: el escándalo absoluto.
Pese a sus diferencias de clase, la princesa y el fotógrafo tenían un carácter parecido. Admiradores del sofisticado mundo del espectáculo, alternaban con los famosos del día: Mick Jagger, David Frost, Peter Sellers, Los Beatles...
"Tone y Pet -como se hacían llamar ellos- disfrutaban explotando tabúes: lo extraño, lo oscuro, fetiches y ese tipo de cosas" - dijo un amigo. Explicó que la pareja se intercambiaba ropa para hacerse fotos.
Muy pronto, la princesa Margarita empezó a acaparar los titulares con su galopante fama de promiscua. Tenía un matrimonio abierto con Tony, e incluso coqueteó con varios amigos de su esposo.
Cada vez más altanera, exigía reverencias a unos y a otros. Nadie podía marcharse de una fiesta, aunque se murieran de sueño, si a ella le apetecía quedarse hasta las cuatro de la madrugada, y tampoco podían sentarse sin su permiso. Incluso estaban obligados a escucharla cantar, si esa era su ocurrencia de turno.
Había procreado dos hijos con Tony: David y Sarah. Estos retardaron un poco la decisión del divorcio, pero el caos en este matrimonio llegó a tal punto que Margarita, retando de nuevo todos los convencionalismos de la monarquía, se convirtió en el primer miembro de la familia real en divorciarse. El escándalo no le fue indiferente: padeció una crisis de nervios y tuvo que ser hospitalizada por gastroenteritis y hepatitis alcohólica. Además, amenazó con suicidarse.
Una vez superada la crisis, en 1973, conoció a Roddy Llewellyn, de 23 años, (20 menos que ella). Sus amoríos con Roddy llevaron a la reina Isabel a calificar a Margarita como una "golfa".
La Princesa Diana
La locura de los 60 a los 70 no atrapó en lo más mínimo al príncipe Carlos, quien se enorgullecía de ser chapado a la antigua y decía: "Celebro ser una carroza".
Perdió la virginidad a los 21 años con una muchacha suramericana, pero después de ello empezó a participar en fiestas organizadas exclusivamente para él, a las que asistían, entre otras, Camilla Shand, nieta de Alice Keppel, quien había sido amante del bisabuelo de Carlos. Camilla acabó casándose con el mayor Andrew Parker Bowles. Era simpática y picarona, pero demasiada madura para Carlos. Una vez, hablando con su cuñado, Camilla se ufanó de haber sido la primera en seducir a Carlos, en 1971. Dijo que él no sabía hacer el amor, y que ella le había aconsejado: "Imagínate que soy un caballo de juguete".
Pese a la frivolidad que podría encerrar esta anécdota, la historia demostraría que Camilla era la mujer de la vida de Carlos. Solo que ninguno lo supo hasta muchos años después.
Para Carlos, la presión para que "consiguiera una esposa" se hacía cada vez más insoportable, sobre todo por parte de su padre. Anduvo de falda en falda, sobre todo después de que se sacudió buena parte de su timidez de adolescente, hasta que en el verano de 1980 conoció a una adorable jovencita, Lady Diana Spencer, quien parecía demasiado joven e inocente para tener pasado.
¿Quién habría imaginado que aquella chiquilla de 19 años se convertiría, a la postre, en una de las mayores leyendas del siglo XX?
Con el paso de los años la casa de Windsor se vio despojada de muchos de sus secretos; quedó desnuda de magia y fantasía. Para 1994, la quimera había sufrido tantos daños que ya no quedaba ni rastro de la antigua deferencia. Ya ni la amenaza de un litigio intimidaba a los servidores reales. El cuento de hadas se disolvió por completo cuando el príncipe Carlos, futuro rey de Inglaterra, apareció por televisión confesando su adulterio. Después de ello, su ayuda de cámara reveló las correrías del futuro rey fuera del lecho nupcial.
"Había estado con su amante entre los matorrales, y todo estaba lleno de barro y porquería -dijo el asqueado sirviente, añadiendo que había tenido que lavar la pijama real-. Estaba claro que lo habían hecho al aire libre."
El ayuda de cámara fue obligado a renunciar a su trabajo de 18 mil dólares al mes, pero dijo que no le importaba. La familia real había caído tan por debajo de su pedestal que hasta los criados estaban consternados. El miedo a las represalias de 1949, había dejado de existir.
Como es harto sabido, las diferencias entre Diana y Carlos empezaron a aflorar casi inmediatamente después de que se casaron. Como diría años después el biógrafo de la fallecida princesa, "durante su extraño noviazgo, Diana fue el perro que acude corriendo en cuanto oye silbar a su amo".
En cuestión de meses, la prensa mundial sucumbió al encanto de Diana y prácticamente se la sirvieron en bandeja. Camilla Parker Bowles siempre, siempre fue la sombra de su matrimonio, aunada a la sequedad y dureza con que Carlos trataba a su esposa.
El príncipe cada vez se volvía más huidizo. Las escenas de celos siempre terminaban cuando Carlos simplemente enmudecía y salía de la habitación, lo que enfurecía más a Diana. A ella le costó muchísimo acostumbrarse a que su vida era una vitrina pública, lo que implicaba que tuviera que hacer esfuerzos extraordinarios por aparentar que "todo" andaba bien. Pero muy pronto el asedio de la prensa la descontroló, y antes de cumplir los primeros dos años de casada, la princesa amenazó con suicidarse. Sus trastornos emocionales no tardaron en aparecer en forma de bulimia, un desorden alimenticio que la hacía provocarse el vómito después de comer.
En una ocasión, uno de los empleados de palacio fue despedido, acusado de comerse las cajas repletas de cereal que se apilaban en una alacena. Cuando Diana confesó que era ella quien, de madrugada, se levantaba a hartarse de comida para luego vomitar, muchos creyeron que solo intentaba salvar al empleado.
Pero pronto este su nuevo mal también fue de dominio público, y más tarde ella misma lo admitió como "una etapa difícil y superada".
Sarah Ferguson
Cuando el príncipe Andrés anunció su compromiso con la pelirroja Sarah Ferguson, entre el público inglés se generó una corriente hacia ella totalmente opuesta a la que desde el inicio les despertó Diana Spencer.
Contrario a Diana, Fergie era el desenfreno en persona. Ya desde antes de casarse comenzó su infierno con la prensa. La trataron desde obesa hasta ordinaria; desde maleducada hasta loca.
Al poco tiempo de casada, la duquesa de York empezó a tambalearse. Según sus mentoras en la realeza, se había apartado de la senda del deber y la decencia unas semanas antes de casase, y la acusaron de llevar a la princesa de Gales por el mal camino. Habían sido fotografiadas juntas en Ascot, pinchando a un hombre en el trasero con la punta de sus sombrillas. Sarah siempre quedaba como la niña mala, el diablillo de la familia. Diana, la vecina de al lado, salía ilesa. Como en el cuento de hadas, había dos princesas: una abría la boca y le salían rubíes y diamantes. La otra hablaba, y escupía sapos.
A una la perdonaban por su belleza, a la otra nunca le perdonaron su fealdad.
En su primer año de casada, la bautizaron como la duquesa de Yuck (una interjección que expresa asco). Con sus embarazos engordó 23 kilos, entonces se le endilgó un nuevo apodo: duquesa de Pork (tocino).
En fin, durante los seis años que Sarah estuvo casada con el príncipe Andrés, realizó un verdadero antipapel de princesa. Aunque a las alturas de su "principado" los escándalos eran ya comunes en la casa Windsor, los de ella fueron tantos y tan seguidos que terminaron por limitar un poco el interés de la prensa.
Sin embargo, pese a todo lo anterior, aunque se haya corroído el lustre divino, aunque la monarquía ya no sea lo que era y esté viviendo horas inimaginadas, los analistas estiman que el hechizo real sigue siendo necesario para el pueblo inglés, y las esperanzas de renovación se mantienen en pie.
El colapso del pedigree
"colapso pedigree" que es causada por la endogamia excesiva. Tal vez el ejemplo más llamativo de esta situación se encuentra en la línea de sangre de la dinastía de los Habsburgo, que a través de esta práctica se limpió a sí mismos fuera de la existencia. El último de la línea de sangre, Carlos el Hechizado, estaba mental y físicamente discapacitados, así como impotente. Los miembros de su familia estaban muy relacionados. Su abuela también era su tía.
La línea de sangre difunta reina de la Madre, el Bowes-Lyon lleva el gen retraso que les lleva a abortar su descendencia masculina. Cinco miembros femeninos de la familia de la Reina [sus] primos nacieron como imbéciles que tuvieron que ser encerrado en una institución mental para unos 60 años.
Naturaleza parece cobra un precio a los que tratan de mantener el poder y la riqueza en sus propias manos por caer en esta práctica. No tiene sus líneas de sangre más fuerte. Todo lo contrario es cierto. Estas personas son genéticamente delegar y saben que está sucediendo.
La familia real británica se vio sacudida ayer por las revelaciones de que cinco de los primos de la reina Isabel II fueron llevados a un hospital mental en el mismo día hace 46 años.
El último escándalo real comenzó el lunes con un titular en un periódico sensacionalista, el Sol, que decía: "El primo de la Reina Encerrado en Madhouse". Una fotografía adjunta mostraba a una mujer anciana arrugada y desaliñada mirando fijamente.
Otros tabloides se apresuraron a seguir el día de ayer, revela que dos de los primos hermanos de la reina y tres primos segundos todos fueron llevados a un hospital mental de la época victoriana en el corazón de la campiña de Surrey al sur de Londres el mismo día en 1941.
Los cinco pertenecían a la familia Bowes-Lyon de la reina madre Isabel, quien a los 87 años es el miembro más popular de la realeza británica.
Los primos hermanos fueron enumerados como muertos en la edición 1963 de la Nobleza de Burke, una guía de la aristocracia británica, aunque uno - Katherine Bowes-Lyon - sigue vivo y el segundo murió el año pasado. Dos de los tres primos segundos siguen con vida.
La especulación desarrolló inmediatamente en dos temas. La primera era que había una enfermedad mental hereditario en la familia. "Si todos los cinco primos femeninos tienen un problema mental, es bastante obvio que la causa es genética", que conduce genealogista Hugh Peskett, según fue citado.