Con el rearme fundamentalista, particularmente virulento desde 2005 como rebote airado contra la conquista ciudadana del derecho de todos y todas al matrimonio, se está produciendo ya lo que –me temo- irá siendo más evidente a lo largo del año próximo y con la victoria de la extrema derecha: la vuelta al armario de muchas personas gays. No otra cosa es lo que pretenden la caverna –la mediática y la otra- y sus trogloditas: volver a encerrarnos en el oscuro zulo de la heteronormatividad.
Ya hay despuntes de esta vuelta atrás, más evidente en líderes políticos que usan el matrimonio como tapaderas; en políticas señeras que niegan su orientación sexual lésbica, que se alegran de que se les pregunte si son lesbianas, precisamente para negarlo; en tantos y tantos gays que únicamente lo son libremente en ghettos y parques temáticos ad casum…
Las causas, sobre todo, hay que buscarlas en la intolerancia cavernícola de una iglesia católica más preocupada de sus dineros y privilegios que de cumplir la hipotética misión que le fue confiada, de su dominio sobre las conciencias (quien controla la sexualidad, controla la totalidad de la persona) que de establecer un pretendido reino de justicia, paz y amor. Secundada por el PP, su brazo secular, esta iglesia, compuesta en gran parte por hombres y mujeres gays, quiere conseguir que se silencie el hecho homosexual, por vía de invisibilidad; esto es, reconducirnos al armario. Olvidándose, ella misma, de lo que le ocurrió a la mujer de Lot en el mito bíblico: al mirar hacia atrás, se convirtió en estatua de sal.
¿Esto queremos ser, estatuas? No les consintamos que nos rearmaricen.
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