Cataluña es un típico caso de sociedad enferma de fascismo y egoísmo insolidario. Ellos creen que la riqueza que poseen, construida con el esfuerzo y las plusvalías de todas las regiones españolas, les pertenece y ahora se niegan a repartir y a compensar, como es habitual en todas las naciones.
Envueltos en su egoísmo patológico, alimentado, como también es habitual, por líderes políticos miserables, rastreros y sin valores, los catalanes se niegan a repartir y aspiran a ser independientes y disfrutar de su riqueza en solitario, sin solidaridad y sin deberes para con los menos favorecidos.
Olvidan, porque no les conviene, que su riqueza proviene de decisiones políticas arbitrarias, como las del Franquismo, que concentró la industria en las regiones separatistas, sobre todo en Cataluña y el País Vasco, y de los políticos miserables de la democracia, tipos del PSOE y del PP, sin valores ni decencia, que hicieron todo tipo de concesiones y otorgaron ventajas injustas y desproporcionadas a vascos y catalanes, a cambio de sus votos, para seguir gobernando.
Los catalanes jamás reconocerán que no hace mucho, cuando España era un desierto de pobreza y atraso, casi la mitad de los ingresos españoles por exportación provenían de Andalucía, tierra exportadoras de vinos generosos (Jerez), licores y productos agrícolas.
El independentismo es un vicio insolidario desarrollado por los ricos de Cataluña, que han optado por la peligrosa política de despreciar y ofender a sus principales clientes, los españoles, que les compran más del 80 por ciento de su producción.
Esos desprecios y ofensas han provocado un boicot de cierta envergadura, que está dañando a la economía catalana. Algunas empresas, conscientes de que el arrogante y ofensivo independentismo les traería la ruina porque los españoles, ofendidos, iban a boicotear todo lo catalán, se han marchado, en un principio trasladando sólo la sede social, pero con la seguridad de que si la demencia catalana sigue adelante, trasladarán también sede fiscal y producción, sumiendo a Cataluña en un proceso de empobrecimiento febril, que se traducirá en un reequilibrio de España y en una distribución más justa de la riqueza.
El drama catalán, cuando es analizado, arroja conclusiones inquietantes que se repiten al analizar cualquier problema español de envergadura: los políticos son los grandes culpables del drama, los de un lado y del otro del río Ebro, sean del color que sean, expertos siempre en crear problemas y jamás en solucionarlos.
El fenómeno catalán es claro y nítido y sirve para extraer de él dos soluciones sabias. La primera es que el estado de las autonomías ha sido y es un grave error que genera odio entre españoles, agravios comparativos y miseria cultural; la segunda es que sólo si los españoles llegaran un día a ser conscientes de que los políticos son los grandes enemigos de España y el mayor obstáculo para el progreso y el despegue de la nación, y si tomaran medidas contra las injusticias, abusos y desmanes de la clase política, los problemas españoles empezarían a tener solución.
Francisco Rubiales